Soy de los que creen que Antonio Luque ha militado desde siempre en el partido de la Literatura, aunque a su modo, ya que parece descreer y negarse a secundar los principios firmados por otros. Y quizá ese sea el único modo de hacer un esfuerzo por la Literatura: alejarse de los dogmas teóricos que pueden leerse en los libros de autoayuda que enseñan cómo escribir libros como ya los han escrito otros antes (y siempre mejor) que tú. Se imaginan a Antonio Luque preguntando por dónde está el servicio antes de incorporarse de su académico sillón con la extinta letra ch; o a Harold Bloom dudando con su dedo pulgar si (abajo) echar al escritor a las voraces fauces de sus críticos, o, por el contrario, levantando su dedo gordo como señal de que acaba de incluirlo en su canon. No, por suerte, no son más que imaginaciones mías.
Se trata de la aparición de sus primeros libros, los dos cuentos incluidos en ‘Socorrismo’ —cuya primera edición se agotó de un día para otro— y el relato con el que participa en el volumen colectivo ‘Matar en Barcelona’ (ambos editados hace nada por Alpha Decay ). Pero aunque Antonio Luque fuera conocido antes por su carrera como músico bajo el nombre de Sr. Chinarro, no se trata de sus primeros acercamientos literarios, o ¿es que no han entendido las letras de sus canciones? Muchas de ellas presentan un primer obstáculo de extrañamiento que puede hacerlas difíciles de asimilar en una primera y desatenta escucha, por eso estos relatos se les podrán hacer incomprensibles a quienes esperen encontrar la misma forma estándar de narrar, las mismas imágenes y una fórmula de relato cortado por los patrones al uso.
El aliciente creativo de Antonio Luque parece ser la huida constante del aburrimiento, escapar del hacer las mismas cosas y contarlas después con idénticas palabras. Cuando la semana pasada, con ocasión de la presentación en Madrid de su libro, pudimos hablar tranquilamente con él, pero sin el rigor milimétrico de las preguntas ya preparadas, sino más bien como dos desconocidos que no encuentran a nadie más con quien hablar en la barra del bar al que han ido a parar, pudimos descubrir entre sus muchas anécdotas algo parecido a darse un golpe en la cabeza para diseñar el condensador de fluzo y ponerse a escribir: la fecha y el lugar fueron citados con absoluta precisión (pero no los recuerdo). Hace años y siendo Antonio Luque un chaval, se compró en un puesto de libros de segunda mano en la playa una novela de William Burroughs, 'Nova Express', donde encontró que él pensaba lo mismo que acababa de leer: que la verdad era tan sólo una convención, y que no tenía por qué ser única y aburrida.
Creo que si le preguntáramos a Antonio Luque (o a Sr. Chinarro, si en lugar de un libro fuera un disco de lo que habláramos) la tan traída pregunta de sus razones por las que escribe, nos diría que para no aburrirse. Pero como reiterar siempre la misma respuesta le resulta de lo más tedioso, también estoy seguro de que se inventaría otra en su lugar.
Sus relatos parecen querer demostrar que el mundo es más extraño de lo que creemos pensar —en parte porque ni siquiera le prestamos atención a su superficie ni a su constante deambular (no hablemos entonces de tratar de profundizar en esos acontecimientos)—. Los hombres abren galerías en el sueño con extraños fines, las playas de las costas se colonizan a base de residuos de plástico, los adoquines de las calles por las que pasamos de madrugada camino al trabajo y volvemos a pisar casi de noche de regreso a casa han dejado un hueco exacto en la montaña de la que proceden... En las 'vidas imaginarias' de los habitantes del pueblo minero de Rodarías (en su relato 'La mina') se aprecia enseguida su imaginación imprevisible, su facilidad aparente para sorprender, darle la vuelta a las frases habituales y hacernos reír y pensar que el hombre es envidioso por naturaleza y capaz de cualquier cosa bajo su influjo.
Dos naturalezas contrarias luchan por imponerse en estos relatos. Por un lado las primeras frases parecen escritas sin saber hacia dónde se dirigirán el resto, ni cómo terminará la historia. Pero por otro, ninguna frase parece quedar sin repasar, con el fin de conseguir en cada una un giro original de lo esperado. A algunos les parecerá excesivamente rebuscado, sin control (se preguntarán por dónde coger estos relatos), pero otros lo encontramos constantemente ingenioso, porque las palabras no cristalizan por el mero 'logro' de colocar una detrás de otra, frase tras frase hasta ser capaz de rellenar 183 páginas.
Gracias a la osadía de alguien empeñado —cueste lo que cueste— en probar cosas nuevas para no recaer en lo que antes había dado resultado, tenemos tres buenas tentativas, tres nuevos relatos: ‘La mina’, ‘Socorrismo’ y ‘Me siento haciendo un NO8DO’, donde entre las palabras saltan chispas y que empiezan a acercarse a algo muy bueno que está por venir. Esperen leyendo a Antonio Luque y verán como llega el deslumbramiento.
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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