Hoy traemos con el máximo cuidado el segundo libro de la serie "No soy escritor…ni falta que hace", iniciada hace dos semanas con la autobiografía de Miles Davis . Se trata de un libro frágil, en permanente equilibrio, y de una belleza vertiginosa. En ‘Alcanzar las nubes’ ( Alpha Decay ) el funámbulo francés Philippe Petit rememora su gran hazaña poética: tender un alambre "con nocturnidad y alevosía" entre las azoteas de las torres gemelas para asombrar a la ciudad de Nueva York una mañana de 1974. Diciendo palabras nuevas y maravillosas sin apenas abrir la boca.
Tan importante es poder mantener el equilibrio como saberse en peligro, conocer la sensación de vértigo. No podrían concebirse el uno sin el otro, porque nada importa sin su opuesto. Y Philippe Petit parece conocer ese secreto de ingravidez que no pertenece a los hombres, porque él siempre se supo especial, distinto, superior incluso, y su manera más habitual para remarcar la diferencia de su genio y distanciarse del resto fue desde niño subirse a los árboles.
Este conocido funámbulo francés ha vuelto a todos locos desde muy joven, les ha dejado atrás, muy abajo, encaramándose sin atadura alguna siempre a lo más alto, con aspecto de un imberbe Rimbaud burlándose no sólo de los blandos poemas de sus compañeros de cenáculo, sino de la incapacidad de tantos para mirar más allá de la punta de sus zapatos, con los que parece no saben más que tropezar. Philippe Petit puede parecer arrogante, perfeccionista…pero es grande en sus ambiciones y en su capacidad para proporcionarse los medios necesarios para lograr sus sueños: alcanzar las nubes.
En tan maravilloso libro, ‘Alcanzar las nubes’, publicado hace apenas dos años por la editorial Alpha Decay, Philippe Petit cuenta como si de una novela se tratase la realización paso a paso de su obra más arriesgada y hermosa. La preparación de un meticuloso plan, como quien mide los acentos de un verso endecasílabo, que le condujo a encontrarse una mañana de 1974 sobre un alambre tendido y tensado entre las azoteas de las Torres Gemelas. Aquel diminuto punto que parecía sobrevolar el vacío y que podía verse, casi intuirse, desde más abajo de 400 metros, gracias a su vestimenta negra y al balancín, era el señor Petit en el más grande escenario de su vida. Ese día la ciudad de Nueva York se detuvo para contemplar asombrada lo alto que pueden volar los sueños de algunos hombres.
Según avanzaba en la lectura de ‘Alcanzar las nubes’ me preguntaba si son tan diferentes el proceso para la realización de una actuación aérea ilegal por parte de un acróbata y el de escribir un poema, porque Philippe Petit parece trabajar creativamente como un poeta: parte de una imagen, una primera visión que se convierte en una idea fija en torno a la cual dar las vueltas necesarias hasta encontrar la expresión adecuada. De hecho, su libro no es una reunión de recuerdos, sino el empeño en volver a revivir en calma y tiempo después la sensación de aquel acontecimiento. Lo suyo es una aventura romántica, como si Lord Byron cruzara de nuevo a nado el Helesponto; una especie de Jack Kerouac abstemio cruzando el país de costa a costa pero con las ideas mucho más claras y los sueños intactos.
Pero hace falta ser poeta maldito e ingeniero a partes iguales, porque de ambos conocimientos depende su vida y la consecución del plan. La técnica y la pasión, el equilibrio y el vértigo, consiguieron superar los problemas de un plan que no podía calcularse al detalle. No fue simplemente una locura, sino una extraordinaria locura. Un gesto genial, un desafío a la naturaleza humana, al espacio donde habitan los dioses y los albatros, sin consideración alguna al poder establecido (todas las actuaciones aéreas de Petit, en Notre Dame de París, en el puente de Sydney…se realizaron siempre de forma ilegal). El libro da buena cuenta de esta inolvidable aventura poética en equilibrio, más valiosa cuanto mayores son las dificultades. "Es imposible, sí, de modo que pongámonos manos a la obra", dice Philippe Petit, porque el poeta sabe que no sobreviviría sin enfrentarse a los dos gigantes que le obsesionan.
Aquella mañana Philippe Petit abrió un agujero en el cielo con su silueta, dejó por un momento de pertenecer al mundo material e hizo caso omiso de la ley de gravedad y de la policía: ideo y perpetró una agresión contra el aburrimiento y la indiferencia, una auténtica obra de arte efímera que habría desaparecido del todo si no fuera por la narración de los momentos de intensidad y belleza extrema que revivió al escribir este libro.
"Inundado de asombro, con un miedo repentino y extremo, sí, con gran júbilo y orgullo, me sostengo en equilibrio sobre el gran cable. Con soltura. Un sabor todavía no reconocible atenaza mi lengua: el vehemente deseo de volar".
¿Hace cuánto tiempo un libro no incita tanto tu imaginación?
*Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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