Creo que una de las cosas más emocionantes que tiene nuestra profesión es poder predecir cómo será un edificio una vez construido. Siempre espero el momento de terminar la ejecución de un proyecto para comprobar si coincide con lo que esperaba de él. Indudablemente la sensación es más intensa cuando uno mismo ha proyectado el edificio, pero también disfrutamos al visitar otros que, sin ser nuestros, los hemos seguido desde publicaciones de arquitectura.
La Ciudad de la Cultura, en maqueta y sobre el terreno.
A menudo la sorpresa que nos llevamos al visitar estos proyectos una vez construidos es positiva, dado que la documentación publicada es incapaz de exponer todo lo que su autor ha volcado sobre ellos. Es por esta razón que siempre existe una parte del proyecto publicado que completamos y redefinimos con nuestra propia imaginación, o bien con nuestro deseo de aportar y hacer la arquitectura que nos gusta.
En el caso de la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela, el proyecto desde la fase del concurso, planteaba nuevos criterios arquitectónicos respecto a la integración de la arquitectura en el paisaje y, aún más, en cuanto a la formación o creación del paisaje desde el propio proyecto. La visita realizada el pasado mes de agosto me llevó a una sensación inédita de fracaso y decepción.
Buscando las causas que han llevado a la obra ejecutada a no parecerse en nada a la idea preconcebida que tenía yo del proyecto, creo que la respuesta se encuentra en el tiempo que se tarda en ejecutar un proyecto de este tamaño. En proyectos de las dimensiones de la Ciudad de la Cultura en los que el tiempo que lleva su construcción abarca más de una legislatura, la política entra sin lugar a dudas a formar parte del éxito o no del mismo.
Los que conocemos Galicia sabemos que es difícil que en esta maravillosa tierra se pongan de acuerdo más de tres gallegos. Hoy mismo, si buscas información en la red, puedes observar que el 99% de los artículos sobre el GAIAS tratan de comparecencias en el parlamento gallego, redefiniciones del proyecto o disputas interprovinciales Vigo-A Coruña, y solamente el 1% habla del proyecto desde el punto de vista arquitectónico.
Es indudable que el cambio de gobierno no favoreció el desarrollo del proyecto y que, hoy en día, de no haberse producido ese cambio la obra estaría más adelantada.
Sin embargo, la decepción no viene porque en lugar de ocho edificios, se vayan a realizar seis o estén construidos tres, la decepción es el resultado final.
Y eso me lleva a pensar que no todos los errores se han producido desde la clase política, es más, los políticos bastante tienen con conseguir y financiar el dinero necesario de los proyectos que los arquitectos luego proyectamos.
Cuando visitas el GAIAS lo primero que piensas es que lo construido no supera lo proyectado, en este caso, la ejecución de la obra proyectada es absolutamente lo contrario a la idea que yo esperaba del proyecto.
La vieira, la superposición del trazado de la ciudad antigua y la integración en el paisaje mediante formas topográficas debían llevarnos a algo más. Todos deseábamos ver qué pasaba debajo de las cubiertas, cómo se solucionaban los espacios, los límites entre el espacio exterior y el interior, el diálogo entre los distintos materiales utilizados, etc.
Para el que no lo sepa, la ejecución de la obra no fue encomendada a su autor, no sé si por ahorrar costes de honorarios o porque el estudio de Peter Eisenman es muy reducido y no podía abarcar el encargo. El caso es que esta labor de desarrollo ejecutivo y posterior control de obra se encomendó a Andrés Perea.
Darse una vuelta por la Ciudad de la Cultura es reconocer el fracaso de un proyecto mutilado por el tiempo
Wilfred Wang, uno de los arquitectos que formaron parte del jurado del concurso, recordaba como básico para el desarrollo del proyecto la importancia de la relación que debía tener el arquitecto autor del proyecto, Peter Eisenman, con el arquitecto director de la obra, Andrés Perea, y recordaba la dificultad de ejecutar una línea metálica dibujada sobre el suelo por otro arquitecto que no fuera el autor de la idea. Y viendo el resultado puedo decir que tenía razón.
Entiendo la dirección de obra como parte fundamental del proyecto. Digo como parte del proyecto, porque en mi opinión éste nunca se termina hasta que está la obra ejecutada. Los cambios y modificaciones en obra son, a mí entender, necesarios y obligatorios para conseguir lo que queremos expresar. Los arquitectos construimos ideas que modelamos en el estudio y luego en la obra.
Darse una vuelta por la Ciudad de la Cultura es reconocer el fracaso de un proyecto mutilado por el tiempo, donde las decisiones políticas y profesionales han llevado a lo que pudo ser el mejor ejemplo de arquitectura del paisaje en un pastiche de formas, colores y materiales, donde el resultado final se encuentra más próximo a un híbrido entre un Palacio de Congresos y un McDonald's, que a un hito arquitectónico.
Recomiendo a los arquitectos que quieran ahorrarse la visita, que acudan a la próxima feria de VETECO que se celebra en el recinto ferial Juan Carlos I de Madrid, (cuya ampliación también realizó Andrés Perea), y que a Santiago de Compostela vayan, como siempre se ha hecho, a ver al Apóstol y a comer pulpo.
Pero para animar a mi amigo Antonio, que tan bien organizó la visita al GAIAS, decirle que el tiempo, que fue el causante del fracaso del proyecto, será también el culpable de su éxito. Me explico.
En una ocasión Peter Eisenman comparaba a la Ciudad de la Cultura con el Partenón de Atenas, claro está que se refería a la relación que existe entre los costes económicos de construir un hito arquitectónico con los beneficios que posteriormente obtendrá la ciudad. Y en verdad no le falta razón, pero por otros motivos.
Su verdadero valor se descubrirá dentro de dos mil años, cuando se encuentre en ruinas, sólo hay que esperar que el tiempo haga su trabajo
Creo que al igual que al Partenón, el verdadero valor de la Ciudad de la Cultura se descubrirá dentro de dos mil años, cuando se encuentre en ruinas, sólo hay que esperar que el tiempo haga su trabajo. Al igual que en su día hizo Piranesi con el Partenón, un viajero del futuro realizará, a su paso por Santiago de Compostela, un dibujo de la Ciudad de la Cultura con sus cubiertas dominadas por los toxos, sus fachadas liberadas de esos desafortunados cristales, los espacios interiores dominados por castaños, pinos, hortensias y laureles. Y sobre todo, aunque no sé si a causa del paso del tiempo o por el cambio climático, cuando el horrible color beige de las carpinterías no se distinga por estar rodeadas al igual que las bateas de mejillones. Sólo así coincidirá con la visión preconcebida que yo tenía del proyecto y en ese momento el mejillón habrá ganado a la vieira y la ciudad de Santiago de Compostela tendrá un nuevo hito al que visitar.
Muchas gracias Antón.
*Ignacio Rodríguez Urgel es arquitecto y uno de los directores del estudio IN-fact arquitectura.
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