El hombre del minuto noventa

El Barcelona perdió el primer partido de Liga, aunque casi nadie lo recuerde, y jugando con el mejor equipo posible (consulten la hemeroteca y sorpréndanse de la alineación de aquel partido). El Numancia, agonizante en la tabla hoy día, marcaba un golazo en el primer cuarto de hora de partido, un pepinazo de esos imparables que jamás salen aposta, y dedicaba los otros setenta y cinco minutos a mirar cómo el Barça se golpeaba contra los postes y el larguero. Eso queda muy lejos, está en una nebulosa, parece que hablamos de otro año, de otro equipo, de otro mundo. Guardiola debutaba con derrota —¿Guardiola ha debutado alguna vez, no ha estado aquí siempre?—, el veterano Kresic le jorobó su primer partido, los cuchillos de la prensa se afilaban, el futuro se perfilaba negro, los jugadores del año pasado no servían, ¿veis? Ya lo decíamos cuando echaron a Rijkaard, hay que hacer una purga.

(EFE)

El pasillo al campeón.

En el segundo partido revolucionó todo, cambió de táctica, dejó un sólo punta, sentó a Messi y a Iniesta, subió a dos chavales del filial, Pedro y Busquets, hizo encaje de bolillos. El Racing sacó el empate y el jurado mediático cruzó los brazos a ver cómo el novato hacía otra excentricidad y se metía más en el hoyo. Jugaba bonito, sin duda. Y estéril. Ay.

En el tercer partido le metió seis al Sporting. Tres semanas después le clavaba otros seis al Atlético de Madrid y España empezó a pensar que ya teníamos campeón de liga. Lo que cambian las cosas.

¿Qué pudo decirles Guardiola a ese puñado de jugadores que el año pasado fueron señalados con el dedo y acusados de negligencia? ¿Qué palabras encontró para convencerles de que ellos eran mucho mejor que cualquier otro y que su obligación era ganar cada partido pasándoselo bien y haciendo que el público intente inventar adjetivos nuevos para describir su juego? A estas alturas no tiene sentido analizar tácticamente el juego del Barcelona, ya sabemos todos cómo va, tres defensas, Alves de lateral-extremo, un medio de contención, Xavi dirigiendo, tres puntas para cubrir todo el área e Iniesta de mediapunta libre. Tampoco hablar de la calidad de cada uno de sus jugadores, de la resurrección de Henry, de la explosión de Iniesta o de la efectividad de Eto'o durante muchos encuentros (¿recuerdan cuando iba a gol por partido?).

Pero sí me pregunto en qué piensan Hleb o Cáceres cuando miran la mayor parte de los partidos desde el banquillo, cómo se sienten, qué punto de implicación tienen con lo que está sucediendo en el campo. O Bojan, que fue la única razón para sentirse bien que tuvo la afición barcelonista el año pasado y ahora ve a sus compañeros de posición como gigantes infranqueables. Y creo que la respuesta es que se sienten partícipes de esta Liga conseguida a ritmo de apisonadora: no sé como lo ha hecho el entrenador pero jamás hubo un Barça con esta actitud en el campo.

La clave real de la Liga ganada por Barcelona la tenemos en dos partidos que no fueron de Liga. En la final de la Copa del Rey, en el minuto 87 de partido, Dani Alves corrió desesperadamente para evitar que un balón se fuera por la banda. Un cronista de un diario digital escribía: "Alves corre como si fuesen perdiendo".

El otro partido fue contra el Chelsea en Stanford Bridge. Iniesta marcó aquel gol imposible y los pulmones del banquillo azulgrana reventaron del grito, con Pep Guardiola a la cabeza. Todos se lanzaron enloquecidos a celebrar el gol sin pensar en nada más que en abrazar al número 8. ¿Todos? No. En mitad del caos, con Guardiola conmocionado, Sylvinho, el lateral izquierdo suplente que sólo juega si no están Puyol o Abidal, el veterano del equipo, el que juega con cuentagotas; ése, Sylvinho, agarró por el brazo a su entrenador, que ni sabía donde estaba de la emoción, y le dijo que pidiese el cambio, que entraba él para ganar tiempo. En mitad del éxtasis, el suplente sólo pensaba en el bien del equipo.

Sylvinho, el hombre que sale en el minuto noventa, es el símbolo perfecto de lo que le ha dado esta liga al Barça.

Para saber más:

• La crónica del Mallorca-Barcelona (2-1).
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• El Barça ya tiene la primera pieza de su corona.
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