No es ciudad para viejos

LISBOA (PORTUGAL).-  Sitúate en Lisboa. En la esquina de la casa en la que estás hay una pequeña pastelería en donde puedes comer bollos, pasteles o bolos en portugués; tomarte un café; una sopita y sentarte a conversar con las señoras que cada tarde llegan allí para ver pasar la vida. Y es que verás que es muy típico en la capital portuguesa encontrar a mucha población adulta en los buses, los bares y en las calles. Ya me lo habían dicho quienes viven aquí desde hace algún tiempo, pero lo empiezas a creer cuando te instalas y sientes la fuerza de los años.

Cisla (Flickr)

Lo tienen crudo incluso en la tranquila Lisboa.

Sin embargo, y como suele pasar en la mayoría de las ciudades del mundo, Lisboa no está diseñada para los abuelos y las abuelas que cargan en su bolsa del mercado sus arrugas y sus experiencias. Nada más basta con ver el tiempo que demoran en abrirse y cerrarse las puertas del tranvía o del bus. En cuestión de segundos quedas atrapado y entrar o salir se convierte en una trampa. A nadie le importa que los abuelos, que son mayoría, necesiten de más tiempo porque sus huesos no dan para más.

Ni que decir de los dispensadores para comprar los billetes del bus. Sólo reciben monedas, no dan cambio y por lo tanto hay que echar el valor exacto. Se les ve aturdidos tratando de poner el dinero, la máquina es esquiva al paso lento y los deja a medio camino, no les da el billete y los abuelitos sólo tienen oportunidad de reclamar al conductor la falta de consideración para con su andar.

Es raro ver a las personas de la tercera edad en el metro. Prefieren tomar el bus o el tranvía y se les ve buscando espacio entre la gente que los deja atrás para subirse, y reclamando porque otros ocupan las sillas reservadas para ellos dentro del bus.

También, es muy común ver a parejas ya entradas en años dentro de sus coches a orillas del río. Hacia las tres de la tarde, el plan obligado es hacer la siesta en los asientos del coche, luego la dama teje, el caballero hace un crucigrama y pasan la tarde ahí, sin salir a caminar o darse un paseo, parecieran estar ya muy cansados para eso.

El río y los cafés resultan quizás los mejores lugares para que los mayores estén tranquilos. Pero la ciudad es una trampa. Lisboa, aunque de ritmo lento y sosegado, no les da espacio para el convite y el andar porque el transporte y el mobiliario urbano los deja colgados en una ciudad que debería hacerles un homenaje diario.