Los partidos nepalíes cierran la campaña electoral con mítines en Katmandú

Katmandú.-  Los principales partidos nepalíes cerraron hoy su campaña electoral con una serie de mítines en Katmandú, donde el líder maoísta, Prachanda, instó a sus simpatizantes a entregarle la "crianza" de la Asamblea Constituyente que nacerá de los comicios del próximo día 10.

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(EFE)

El líder maoísta nepalí, Prachanda, durante una rueda de prensa ofrecida hoy en Katmandú.

"La Asamblea es un bebé al que hemos dado a luz después de diez años de embarazo", declaró Prachanda, aludiendo a la década de guerra en Nepal, ante militantes congregados en el Instituto Siddharta Vanasthali de la capital.

Ahora "el pueblo ha de decidir quién ha de asumir la responsabilidad de criarlo", añadió un didáctico Prachanda, vecino ilustre del barrio que alberga el instituto, donde congregó a 600 partidarios para su último discurso de campaña.

El líder del Partido Comunista de Nepal-Maoísta, Pushpa Kamal Dahal, más conocido por su nombre de guerra de Prachanda o "el fiero", ofreció un discurso monocorde ante un público atento, al que expuso que una custodia "compartida" del "bebé" seguramente traerá "más muertes" a Nepal, donde 13.000 personas perdieron la vida durante la guerra.

Pero se mostró ufano de que, con la formación de la Asamblea, morirá la Monarquía representada por el rey Gyanendra, a cuya "idiotez" achacó su propio destino.

"Nepal se encuentra en un cruce histórico", proclamó el ex líder guerrillero, acompañado en la tribuna por la candidata del barrio del oeste de Katmandú donde él habita, la ministra de Vivienda, Hisila Yami.

Yami, esposa del "número dos" de la guerrilla, Baburam Bhattarai, y encargada de las relaciones internacionales durante la guerra, antecedió a Prachanda con un discurso en el que pasó de la voz suave y el gesto amable a quedarse ronca protestando porque, en el pasado, a los maoístas se les llamaba "terroristas".

El discurso maoísta se centra en convencer al electorado de que ha sido gracias a la guerra que Nepal está donde está, a punto de abandonar "la oscuridad medieval de la Monarquía" y adentrarse en la democracia, dijo Yami en declaraciones a Efe.

"Estas son unas elecciones de carácter estratégico", describió la candidata, convencida de que los maoístas ya han "ganado los corazones y las mentes" de los nepalíes y ahora sólo les "queda el aspecto técnico de ganar el voto en las urnas".

Un sondeo efectuado en enero -la ley impide publicar encuestas durante la campaña- reveló, no obstante, que será el otro Partido Comunista, de orientación marxista-leninista, el que gane la mayoría de los votos, seguido del Partido del Congreso del primer ministro, Kirija Prasad Koirala.

Esa encuesta dejaba a los maoístas como tercera fuerza, sin bien ninguno de los partidos obtenía una mayoría absoluta.

"Si no ganamos continuaremos luchando por nuestra agenda pacíficamente, no volveremos a echarnos a la jungla", mantuvo Yami, quien añadió que, pese al consenso entre todos los partidos que ha llevado a estos comicios y la presencia de observadores internacionales, los maoístas "no descartan" un fraude.

Los comicios son la culminación del acuerdo de paz entre el Gobierno y la guerrilla maoísta suscrito en noviembre de 2006, y se celebran en un ambiente de violencia que ha causado la muerte de diez personas en las últimas semanas.

Hoy mismo, diez personas resultaron heridas por la explosión de artefactos antes o durante los mítines que el Partido del Congreso celebró en la sureña Birgunj y en Katmandú.

Ausente el octogenario Koirala, fue el vicepresidente de su partido, Prakash Man Singh, el que arengó a unos 2.500 seguidores en Katmandú, con la promesa de que su formación es la "garante" de la democracia nepalí.

También los marxistas-leninistas ocuparon una explanada capitalina, que se llenó con 4.000 de sus seguidores a unos pasos del Palacio Real donde todavía vive Gyanendra.

Al rey le quedan pocos amigos, pues sólo el Rastriya Prajantantra Party (RPP, Partido Nacional Democrático) apoya fervientemente salvar una Monarquía de casi 240 años, en un país que hasta hace poco consideraba al monarca también un dios.