Los vivos que custodian el cementerio de San Isidro

Madrid.-  El número de visitas a los cementerios se multiplica con motivo de los días de Todos los Santos y de los Difuntos, celebraciones en recuerdo de los que ya no están y que perturban el día a día de los que viven en sacramentales, como la de San Isidro, al cuidado del "descanso eterno" de los difuntos.

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Los guardas de este cementerio histórico de Madrid afrontan como el resto del gremio la "temporada alta" de este espacio que es, aparte de su lugar de trabajo, su hogar.

En este cementerio propiedad de la archidiócesis de San Pedro, San Andrés y San Isidro viven cinco familias que cuidan este recinto funerario y luchan para mantener este emblema de la capital de más de 200 años de historia, donde reposan 48.181 difuntos.

Viven en pequeñas edificaciones de ladrillo rojo que contrastan con el lujo de tumbas y panteones históricos donde descansan personajes anónimos y gran parte de la aristocracia española, como la duquesa de Alba, "la que pintó Goya", matizan.

En una de esas pequeñas casas "de vivos" entre tanto muerto, se ha criado y ha criado a sus dos hijas, de diez y diecisiete años, José Antonio Curiel, que hace nueve años cambió su trabajo en un concesionario de coches para ocupar la vivienda y el puesto que dejaron sus padres después de dieciséis años de servicio en San Isidro.

A pesar de no ser uno de los más veteranos, ha sido testigo de los cambios que se han producido en los últimos años, en los que el cementerio ha ido perdiendo visitantes, porque "es como ir a misa, cada vez hay menos devoción", lamenta.

En el tintero guarda anécdotas de diverso tipo, pero ninguna tenebrosa, que van desde la señora que se quedó encerrada y llamó a la Policía, hasta la visita de los Reyes de España, cuando se celebró el entierro del cuñado del Rey, Luis Gómez-Acebo, duque de Badajoz.

En San Isidro ha encontrado, con su familia y como el resto de sus compañeros, "la estabilidad y tranquilidad que da vivir y trabajar en el mismo sitio".

Las desventajas que tiene, asegura su mujer María Victoria, es la "falta de intimidad" en las casas, ya que hasta que no cierran las puertas del cementerio -ahora a las tres de la tarde- no comienza la vida hogareña; la televisión no puede estar alta y la ropa no se puede tender.

Es entonces cuando comienza la "otra vida" en este enclave situado en el conocido como Monte de las Ánimas y cuando las cinco niños que allí viven con sus padres salen a jugar y a aprender a montar en bici.

El último en incorporarse a esta "gran familia" que han formado los cinco guardeses, sus mujeres e hijos, en torno al cementerio ha sido David que a principios de año hizo las maletas y se trasladó con los suyos desde Toledo para vivir en esta sacramental donde espera estar hasta que se jubile, bromea.

Su labor allí, como la de sus compañeros, es, sobre todo, estar pendiente las veinticuatro horas de que no pase nada en este camposanto que concentra un gran volumen de arquitectura funeraria, y que por eso ha sido declarado Bien de Interés Cultural, presumen sus guardeses.

Y es que este cementerio, que se convirtió en tal en 1811, concentra centenares de panteones de diversos estilos artísticos, como el neorromántico, neogótico y neobarroco, que tienen la firma y sello de arquitectos de renombre como Eduardo Adaro, que diseñó el edificio de Banco España, y de escultores como Ricardo Bellver, entre otros.

Aparte de custodiarlo, los guardas se encargan de mantener el recinto y de exhumar, reducir restos y dar sepultura a los 500 difuntos que cada año van a encontrar descanso eterno en la Sacramental de San Isidro.

Ejercen también de guías a los visitantes y advierten a los rezagados que apuran los últimos minutos antes del cierre del camposanto para recordar a pie de tumba a sus seres queridos.