SAN SEBASTIÀN.- Sí, estamos en crisis. Sí, quizá sea un sacrilegio. Sí, es una propuesta sólo para bolsillos exclusivos. No, no es imposible aunque no seas una estrella de cine o un productor de éxito sentirte como uno de ellos experimentando lo que hacen durante el Festival Internacional de cine de San Sebastián. Nadie te reconocerá por la calle, pero tú reconocerás de cerca de los que la gente quiere conocer. Y hasta algunos despistados te confundirán con uno de ellos.
¿Cuántas celebrities habrán pasado por esta habitación?
Lo que hace una estrella durante el festival es alojarse en el Hotel María Cristina, donde duermen todos los famosos, y buscar un restaurante exclusivo de la ciudad o alrededores. De esos restaurantes exclusivos que sólo puede haber en Guipúzcoa. Por ejemplo, Mugaritz.
Desventajas: el precio (siempre para dos personas, casi 700 euros la habitación y unos 250 la cena) y la premeditación con que hay que llevarlo a cabo.
Ventajas: si te gusta el cine, el mangoneo y eres de buen comer, casi todas las demás.
Primera hora de la tarde y primera diferencia. Las estrellas de cine son llevadas en coche de gama alta a la puerta del hotel. Como llueve, alguien les recibe con un paraguas. Numerosos cazautógrafos y cazafotos de facebook se agolpan para ver su llegada. Si no te puedes permitir eso, vale con aparcar tu coche a varias manzanas del María Cristina, transportar tus maletas, remeterte entre los pillafamosos y subir las escaleras que dan acceso al hotel. Primer gustazo: algún despistadillo se pregunta de qué película serás, posiblemente de una de bajo presupuesto. Segundo gustazo: el portero te corta el paso: "Si no está alojado ni tiene acreditación no puede pasar". Entonces le enseñamos las maletas y le decimos que SÍ estamos alojados. Mirada de arriba abajo y disculpas aceptadas.
Vistas desde la habitación 417.
Y a partir de aquí, una sucesión de gustazos. Puede ocurrir que a tu lado, en la recepción, mientras pides la tarjeta de tu habitación, está la ministra de Cultura. Dudas si iniciar o no un debate con ella sobre las descargas P2P. Mejor no... "Una habitación muy bonita, señor, con vistas a la ría". Entonces coges tu tarjeta y un botones con uniforme del siglo XIX se dispone a enseñarte tus aposentos. Mientras esperas el ascensor, observas como Fernando Trueba, que viene a presentar ‘El baile de la victoria’ se da un efusivo abrazo con Maribel Verdú, que viene a ser condecorada. A sus espaldas, Jorge Sanz fuma un cigarrillo. Flashazo de ‘El año de las luces’ o ‘Belle Epoque’. El ascensor tarda por la acumulación de invitados pero tú prefieres que siga tardando, sobre todo cuando lees en un cartelito que ésta es la hora a la que llega Ang Lee. Pero finalmente llega, el ascensor, no Ang Lee, y por no hacerle un feo al botones, te subes en él. Antes de que se cierren las puertas penetran en el pequeño habitáculo que constituye un ascensor Elena Anaya y su acompañante. Entonces quieres que el viaje sea eterno, pero no hay nada eterno en la vida.
Tu habitación efectivamente tiene vistas a la ría. Un gran espacio con aires de elegancia del siglo XIX. Una cama comodísima. Una televisión extraplana. Un baño inmenso con muchas posibilidades. No piensen mal. Pero tiene dos pegas: hoy no se ven las cadenas nacionales y ponen un partido de la selección española de baloncesto y por el uso del wifi hay que pagar un extra. Imposible leer las crónicas de Alberto Moreno para Soitu.es. Digamos que por 700 euros debían ser dos cosas un poco más cuidadas. Entonces te pones fetichista y comienzas a pensar en celebridades que puedan haber pasado por esa habitación y se te hace la boca agua. Y recuerdas que tienes una reserva en Mugaritz para esa misma noche, pero antes puedes tomarte un café en el bar del hotel. Lo que se cuece y enriquece
En la cocina del Mugaritz con Andoni Luis Aduriz.
En cada esquina del hotel algo se cuece. Periodistas esperando a la caza de algún famoso. Puedes encontrarte a un Juan José Campanella, favorito en todas las apuestas, siendo entrevistado y hablando de la ‘eterna’ situación de Argentina. Puedes ir a tomar un café (a cuatro euros, por cierto) y descubrir que en cada rincón hay alguien con quien podrías tener una larga conversación. Pilar López de Ayala dialoga en un sofá con un tipo alto y calvo con pinta de representante. Pablo Rivero vaga por el hotel en busca de alguien que lo elija para su próxima película. Borja Cobeaga comenta con una periodista su exitosa ‘Pagafantas’. David Trueba acompaña a su hermano, quizá consciente de las malas críticas que acarreará su película. Ricardo Darín se da un paseíllo. Y sabes, eres consciente de que ahí se cuece mucho. Algunas conversaciones son comienzos de futuras amistades. Otras son inicios de proyectos en común. Y tú pegas la oreja, pero los que trabajan en el mundo del cine están acostumbrados a hablar de sus cosas en sitios públicos en un tono perfectamente audible para sus interlocutores pero incomprensible para los que intentan escucharlas. Tienen ese don. Sólo acertamos a saber que Maribel Verdú ha cambiado de representante a raíz de ‘El laberinto’, como ella llama a la película de Guillermo del Toro.
Entre tanto jaleo descubres que hay gente aún más emperifollada que las propias estrellas. El comedor está en plena ebullición. Una boda. Sí, repito, una boda. Si ya es complicado conseguir una habitación, ¡cómo liendres consigues celebrar tu boda en el Hotel María Cristina sabiendo que por allí anda Brad Pitt! Y, lo más importante, ¿cuánto cuesta? Por cierto, si os los preguntáis, sin noticias de Brad. No nos los encontramos en los pasillos para desgracia de mi acompañante.
Y a partir de aquí la otra parte, la de la estrella de cine que elige el restaurante más exclusivo de la ciudad para alejarse de los periodistas. Y como quieres ser como una estrella de cine, pues allá que vas, al Mugaritz, el cuarto mejor restaurante del mundo según la revista ‘Restaurants’. Está en Rentería a varios kilómetros y unas cuantas curvas de San Sebastián. En este momento es cuando se sueltan esos tópicos de que está situado en un marco incomparable, bla, bla. bla...
Mugaritz fue fundado por Andoni Luis Aduriz en 1998. Había sido discípulo de Ferrán Adriá y hoy, con sólo 36 años, es uno de los mejores cocineros del mundo. Su obra, una maravilla. Cenar en Mugaritz no es sólo cenar en Mugaritz. Es tener una experiencia extrasensorial de alrededor de cuatro horas. Cuando te sientas y has reservado un menú degustación, encima de tu plato te encuentras con dos sobrecitos. En uno pone ‘Rebélate’ y si lo abres puedes leer: «tienes 150 minutos para incomodarte, alterarte, impacientarte, padecer». En el otro pone ‘’sométete’. Y dentro de él: «Tienes 150 minutos para sentir, imaginar, rememorar, descubrir, contemplar». ¿Por cuál optarías tú?
Ñoquis mantecosos de queso Idiazábal empapados en un caldo de salazones de cerdo ibérico. Contrastes vegetales.
El menú consta de once platos, once degustaciones que te ganan sólo por la sonoridad de sus palabras. Y a cada degustación acompaña el vino apropiado.
Pero, como hemos dicho, la experiencia no termina en la comida. Los camareros son tan majos, tan variopintos y tan didácticos que te dan ganas de formar parte de esa familia. Y no sólo eso, sino que además te hacen sentirte partícipe cuando te invitan a la cocina a conocer a Aduriz. "Será un déspota", piensas, "seguro que tiene a los cocineros currando a destajo". Y sí están currando, pero a la vez disfrutando. Aduriz es más majo que las pesetas. Nos explica que esta noche están preparando 680 platos con una media de 10 procesos en cada uno. "Yo les digo a mis cocineros que son unos artistas, que acaricien los platos con mimo, porque son para nuestros clientes, y éstos han venido aquí a pasar una experiencia inolvidable". En la cocina trabajan 30 personas de 15 nacionalidades diferentes y ponen todos sus sentidos en sus creaciones.
El equipo de Mugaritz "acaricia" cada plato.
Y tú te vas a tu mesa más feliz que una perdiz a seguir disfrutando de la obra, del maremagno de olores, sabores, colores y atenciones. Y te fijas, de repente, en que en dos mesas más allá está también uno que ha venido como tú, a dormir en el María Cristina y visitar un restaurante exclusivo. La única diferencia es que habla en inglés y se llama Quentin, Quentin Tarantino. Primero flipas y después tu acompañante busca a Brad, pero seguimos sin noticias de Brad. Entonces decides pegar la oreja para ver si habla de su próximo proyecto. Pero ya sabes que las estrellas tienen un don, ese don de la incomprensibilidad audible. Pero en cambio, cuando quieren ser el centro de la fiesta, llevan unas copas de vino de más, cada una adaptada a su correspondiente plato, hablan alto y claro, con esa voz característica que tiene Quentin, que hace que todos a su alrededor naden en la carcajada eterna.
También quieres que el momento sea eterno. Pero, como ya sabes, no hay nada que dure siempre, y, de repente, no sabes cómo, te despiertas en una cama moderna del siglo XIX cuando un grupo de periodistas asedian la suite que habilitó el hotel para entrevistar a una estrella, que resulta que es contigua a la tuya. Intentas cotillear a ver quién es la estrella, pero qué más da, si ayer cenaste con Tarantino y te hizo partícipe de todos sus chistes.
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