El colapso de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008 fue una calamidad titánica, pero puede que alcanzara mayor gravedad en el exterior —donde septiembre de 2008 se conoce como el shock de Lehman Brothers— que en Estados Unidos. Y es que en Estados Unidos la repentina quiebra del cuarto banco de inversión del país fue la culminación catártica de un proceso que se venía fraguando desde que las entidades financieras que conceden hipotecas subprime empezaron a irse a la quiebra en 2007.
Antes de que se permitiera a Lehman caer, habíamos sido testigos del pasmoso fallecimiento de empresas de reconocido prestigio como Bear Stearns y de instituciones mucho mayores como Fannie Mae, Freddie Mac (las dos mayores instituciones financieras de EEUU por el tamaño de su balance general) y AIG. Durante el verano de 2008, el secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, y la Reserva Federal de EEUU habían estado ocupándose de quiebras sistemáticas. En efecto, la caída de Lehman elevó el nivel de histeria colectiva y requirió una intervención sin precedentes, especialmente en los mercados financieros. Pero no fue un hecho aislado. El mismo día que Lehman Brothers quebró, Bank of America y Merrill Lynch —mayor que Lehman— se fusionaron. En la misma semana, Goldman Sachs y Morgan Stanley dejaron de ser bancos de inversión independientes y se convirtieron en un holding para poder tener acceso a nuevas fuentes de crédito. Entre tanto, la administración Bush comenzó a pergeñar un plan de rescate y las elecciones presidenciales dieron un vuelco decisivo. Pronto pasamos de centrar nuestra atención en los que habían caído muertos a dirigirla a los que estaban vivos pero tocados.
Pero, para el resto del mundo, la caída de Lehman tiene tanta importancia en parte porque marcó un principio más que un final y en parte porque la quiebra de Lehman provocó una serie de reacciones en cadena que afectaron a las economías del mundo mucho más intensamente que el resto de las quiebras. Parecía ser la causa directa de problemas serios, mientras otros acontecimientos no habían influido así.
Lehman había emitido cientos de miles de millones de dólares en deuda a corto plazo, incluyendo instrumentos financieros negociables a corto plazo, un mercado que, en circunstancias normales, es aburrido y poco codiciado. Pero este mercado secundario de valores es un piñón fundamental en el motor de la economía mundial. Las empresas necesitan que se les concedan muchos créditos a corto plazo (a 30 días, a 90 días, a 180 días) para poder financiar la producción y distribución de sus productos. Sin éstos, están perdidas. Cuando Lehman presentó su solicitud de declaración de quiebra conforme a la normativa concursal estadounidense, sus instrumentos a corto plazo perdieron su valor (o pasaron a valer mucho menos) y esto sembró el pánico entre los inversores y los fondos a que pertenecían. A efectos prácticos, el mercado de valores secundarios se agarrotó. Si Lehman no podía hacer frente a su deuda a corto plazo, ¿era acaso seguro prestar dinero a alguien? Los bancos y las instituciones financieras del mundo entero perdieron la confianza mutua, provocando una fuerte subida del tipo de interés del préstamo a corto plazo. Como el crédito a corto plazo es tanto el lubricante como el combustible del comercio mundial, el efecto de la quiebra de Lehman Brothers fue algo así como chuparle la gasolina y el aire al motor de un coche de carreras que va casi a 300 kilómetros por hora. La máquina entera se paró.
De repente, el mundo pareció cambiar. Ciertamente, aunque Estados Unidos había experimentado una recesión desde el comienzo de 2008, el comercio mundial había mantenido bastante bien el tipo. Pero tras la fuerte conmoción de Lehman Brothers, todo el comercio mundial comenzó a contraerse a toda velocidad: desde septiembre de 2008, el volumen del comercio cayó bruscamente en picado. Como informó la Organización Mundial del Comercio en marzo, "los meses que han seguido al último septiembre han visto precipitarse la producción y comercio mundiales, primero en las economías desarrolladas y más tarde también en las de países en vías de desarrollo". A finales de 2008, el comercio mundial se contraía a un ritmo del 40 por ciento interanual. En Japón, las exportaciones, que se habían mantenido bien en 2008, cayeron en un 57 por ciento entre agosto de 2008 y enero de 2009. Durante el primer semestre de 2009, éstas fueron un 40 por ciento menores que en el mismo semestre de 2008. (Las cifras se pueden consultar aquí). En Alemania, las exportaciones en julio de 2009 estuvieron un 25 por ciento por debajo del nivel de las de julio de 2008. Las exportaciones en China también han experimentado una caída, aunque menos dramática.
Esta aguda contracción de las exportaciones supuso en los sistemas de estos países una conmoción tan fuerte como la caída del negocio inmobiliario en Estados Unidos. Estados Unidos había erigido una economía altamente dependiente del negocio inmobiliario, de préstamos y del crédito fácil —y fue incapaz de aliviar tensiones en ninguno de estos tres sectores—. Japón, Alemania y muchos otros países habían desarrollado economías de igual modo dependientes en el negocio alimentado por créditos. Para otras economías, el shock de Lehman Brothers implicaba reconocer de repente que lo que durante años había supuesto fuente de puestos de trabajo y crecimiento ya no era fiable. No es sólo que las exportaciones a Estados Unidos se marchitaran después de septiembre de 2008: ha caído el intercambio de bienes en todas partes, en cualquier dirección.
El verdadero shock de Lehman Brothers fue que la contracción de la economía estadounidense unida al fallido sistema financiero de EEUU podían arrastrar a la economía mundial a su primera recesión desde la Segunda Guerra Mundial. En el primer aniversario del colapso de Lehman Brothers, la cuestión es si la recuperación de Estados Unidos podrá reconducir al resto del mundo hacia el crecimiento.
*Artículo originalmente publicado en el medio digital estadounidense Slate.
Traducción: Carola Paredes
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