KABUL (AFGANISTÁN).- Joshal, mi conductor en el caos de Kabul, aparece vestido de domingo aunque es sábado. Un casquete llamado 'kolah' adorna su cabeza y lleva un 'peran tomba' (juego de camisa y pantalón) inmaculadamente blanco, cubierto con un 'wascat' (chaleco). "Ramadam Mubarak! (Feliz Ramadán)", es lo primero que le digo. "Obama también nos ha felicitado", me contesta. Me sorprende que un hombre sencillo como Joshal le dé importancia a las palabras de un gran mandatario. En los últimos años nadie en el mundo islámico me había mostrado su interés por las palabras de un mandamás estadounidense.
Unos niños jugando en un columpio. (Kabul, agosto de 2009)
Leo que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama ha enviado sus "mejores deseos" a los musulmanes al inicio del ramadán. "En nombre del pueblo estadounidense, incluyendo las comunidades islámicas de los cincuenta Estados, quiero extenderle mis mejores deseos a los musulmanes de Estados Unidos y alrededor del mundo", ha dicho textualmente y ha saludado con un 'Ramadam Kareem' (Gran Ramadán).
También ha hablado de la importancia de estos rituales que "recuerdan los principios que tenemos en común" y del ayuno, presente en varias religiones.
El mes del ramadán, noveno del calendario musulmán y que se calcula por los ciclos lunares, "simboliza la purificación de los creyentes". Desde que amanece hasta que anochecer, 1.500 millones de musulmanes del mundo entero deben abstenerse de ingerir cualquier alimento o líquido, así como de mantener relaciones sexuales. Se considera al ayuno como "un ejercicio de piedad y compasión".
Unos niños transportan agua en un carrito. (Kabul, agosto de 2009)
Obama sabe que su país necesita restablecer las relaciones de confianza con el mundo islámico y ha decidido realizar un esfuerzo de acercamiento y compresión en una festividad tan importante para los musulmanes. Sabe que vienen tiempos difíciles. La guerra en Afganistán se ha extendido por una gran parte del país, una situación desagradable y peligrosa que será difícil de neutralizar aunque mande más tropas. Irak es una bayoneta calada en la memoria de los musulmanes. El conflicto israelí-palestino no tiene visos de solucionarse a corto plazo.
Necesita recomponer los puentes destruidos por años de salvajismo militar intervencionista, criticado hasta por los principales socios de Estados Unidos por su unilateralismo.
Como mi conductor Joshal o mi traductor Sharif, muchos musulmanes van a agradecer el mensaje del presidente. He buscado otros mensajes anteriores de otros presidentes estadounidenses coincidiendo con el inicio de ramadán. Los he encontrado insulsos y huecos, más diplomáticos que espirituales, hechos por compromiso, vacíos de ideas. No estoy poseído por la Obamanía. Me pareció bonito que ganase un candidato atípico en un país dirigido por una clase política tradicional y demasiado blanca en el paraíso de la mixtura. Pero no me gustó cómo se sobredimensionó su triunfo. Obama, el hombre, reconvertido en el Díos de las grandes cosas, nuevo pasquín de la progresía de salón.
Es cierto que el mundo se quedó descansando cuando se fue a casa George W. Bush junto a sus principales 'señores de la guerra' estadounidenses, el lado oscuro del Imperio del que poco se ha hablado. Un mediocre como Bush, que confundió a The Taliban con un grupo pop femenino, daba paso a alguien con un discurso radicalmente distinto. Que había dedicado su juventud a prepararse en vez de a emborracharse como el más inútil niño de papá. Que podía meter la pata un día, pero no cada día.
Dos mujeres con burka pasean por el barrio antiguo. (Kabul, agosto de 2009)
La política es cíclica y la memoria enjuta. Cargamos las tintas contra unos mandatarios y limpiamos el pasado sórdido de otros. Los desastres de la guerra de Bush obviaron otros desastres anteriores.
El predecesor de Bush se llamaba Bill Clinton. Algún día tendremos que calcular cuántos muertos están encadenados a sus órdenes. Cuántas decisiones militares tomó simplemente porque necesitaba que el público estadounidense se concentrara en una nueva película bélica a través del televisor en vez de en sus devaneos amorosos. Cuando estaba a punto de votarse su 'impeachment' (juicio político) en el Congreso estadounidense por el delito de perjurio relacionado con el 'caso Mónica Lewinsky', Clinton ordenó un sorpresivo y contundente bombardeo con más de 200 misiles Tomahawk sobre Irak con la excusa de proteger el "interés nacional" de los Estados Unidos y de otros países de Medio Oriente. La primera consecuencia del ataque fue la suspensión de la votación. Clinton ganó tiempo a cambio de no se sabe cuántos muertos. El pensador Noam Chomsky dijo en una entrevista: "Sí al 'impeachment', pero por el bombardeo".
Un niño juega solo en las calles de la capital afgana. (Kabul, agosto de 2009)
El caso Lewinsky le supuso a Clinton una buena tajada económica. Sus memorias millonarias hacían referencia al capítulo morboso de su vida privada. El ex presidente se paseó sin vergüenza por todos los salones de la fama televisiva para reventar la tirada. No sé si alguna vez pensó en ello, pero quizá una parte de las cifras astronómicas que manejó se la debiese a las víctimas civiles iraquíes que provocaron sus aventuras aéreas.
Ojalá el presidente Obama deje a un lado las locuras de sus predecesores y actúe con una actitud más decente. La fórmula para salvar Afganistán del caos y el abismo es tan secreta como la de la Coca-Cola. Pero si ya hay copias de refrescos que se le parecen, ¿por qué no se puede estimular un plan de reconstrucción enérgico, moralmente aceptable y con una agenda clara para todo el mundo?
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