SEVILLA.- Tras el clímax turístico que alcanza su afamada primavera, Sevilla se aletarga y se dispersa en verano. Los 40 grados no son un tópico ni una exageración. Basta con echar una ojeada al mapa del tiempo para comprobar que los termómetros rondan, y a menudo superan, esa temperatura en la capital andaluza durante julio, agosto y buena parte de septiembre.
Uno de los catamaranes turísticos, ante la calle Betis.
Es tradicional la desbandada sevillana a las playas vecinas de Matalascañas, Rota o Chipiona. Pero la ciudad sigue latiendo y, para muchos, al reducirse su población y su actividad, pasa a ser incluso más habitable, más humana. Disfrutarla es solo cuestión de bajar el ritmo, buscar la sombra y, si apetece, dejarse enredar por alguna de sus propuestas culturales y de ocio.
Si durante todo el año el río es la espina dorsal que articula gran parte de la vida pública sevillana, su historia y su intrahistoria, en el verano el Guadalquivir adquiere un protagonismo aún mayor. Más allá de las razones científicas que pudiesen aportar los estudios sobre las corrientes de aire o los niveles de humedad, lo cierto es que muchos sevillanos juran que a la vera del Guadalquivir baja 10 o 12 grados el termómetro. O al menos ésa es su sensación térmica. En cualquier caso, de día, conviene ser prudentes y evitar exponerse al sol en los espacios abiertos, incluidos los cercanos al río.
Para los que no tengan demasiados prejuicios a la hora de seguir los rituales del turismo masivo, una buena forma de disfrutar del Guadalquivir es dar un paseo en catamarán en uno de los cruceros que zarpan cada 30 minutos desde la Torre del Oro [puedes ver aquí la información]. Una hora de navegación urbana por un precio razonable: 16 euros por persona. La promesa de la perspectiva monumental de las dos orillas, relucientes al sol del mediodía o iluminadas por los focos nocturnos, hace que merezca la pena embarcarse en este viaje. Y, si el trayecto se hace corto, siempre queda la posibilidad de prolongarlo siguiendo el curso del río hasta Sanlúcar de Barrameda, en otra de las excursiones que organiza todos los fines de semana, de mayo a septiembre, la misma compañía de cruceros [para más información].
Pero las orillas urbanas del Guadalquivir son también una larga terraza a la que se asoman bares y restaurante de toda calaña: del Café de la Prensa y el Río Grande, dos de los que presumen de tener las mejores vistas al Betis, nombre romano del río y nombre de la calle en la que se ubican, al pub Aalto, en la calle Castilla, con una perspectiva que tampoco tiene mucho que envidiar a los otros dos; del siempre animado Capote, en los bajos del mismísimo Puente de Triana, al sofisticado y recién inaugurado Puerto Delicia, junto al Muelle de Nueva York, una zona que está en plena transformación; del pintoresco Kiosco del Agua, en el Paseo de Colón, al entrañable y mucho menos conocido (por fortuna) Club de Pesca, en el Paseo de la O.
Pero no todo el ocio veraniego gira en Sevilla alrededor del río. En los últimos años, parece que las instituciones se van convenciendo de que la demanda cultural debe mantener una intensidad parecida a la de las otras estaciones. Habrá menos gente en la ciudad, pero los que permanecen en ella o deciden visitarla en estas fechas suelen tener más horas libres y, si durante el día lo más razonable es, siempre que se pueda, atrincherarse junto al aire acondicionado, en las noches se cumple aquello de 'como fuera de casa en ningún sitio'.
Todos los viejos cines de verano han ido desapareciendo. Claudicaron ante la especulación inmobiliaria, que encontró formas más lucrativas para los solares urbanos que un uso cultural limitado a unos pocos meses cada año.
Dramatización sonora en uno de los patios de la Universidad de Sevilla.
La experiencia del cine de verano ha sido así reemplazada por un exitoso sucedáneo tutelado por las instituciones. La Diputación, la Universidad de Sevilla, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y el Parque del Alamillo han integrado proyecciones al aire libre en sus programaciones veraniegas.
Pero también han surgido iniciativas vecinales que han recuperado el ritual del cine bajo las estrellas con fórmulas de autogestión y formatos de exhibición baratos: el patio de la Iglesia de la Milagrosa, en Ciudad Jardín, y las céntricas plazas del Pumarejo y de José Luis Vila, reúnen a sus vecinos muchas noches de este verano alrededor de la pantalla grande y del imprescindible ambigú.
La Universidad de Sevilla, además, ha apostado este año por mantener una extensa e intensa programación cultural durante los meses de verano. Bajo el sugerente título de '21 Grados', recoge, además de varios ciclos de proyecciones, conciertos de jazz, flamenco y música electrónica, teatro, performances, exposiciones y unas curiosas dramatizaciones sonoras, 'Los sonidos de la noche', que evocan la magia del teatro radiofónico. Y todo ello, ¡con entrada libre!, completamente gratis, con una vocación de servicio público a la que realmente nos tienen poco acostumbrados las instituciones.
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