KABUL (AFGANISTÁN).- Hablemos de estadísticas. La esperanza de vida en Afganistán es de 44 años. Sólo diez países de todo el mundo tienen peor porcentaje. Pero ninguno recibe tanta asistencia internacional.
Hussain Musa con su padre Musa Gholam y los especialistas de la Cruz Roja Internacional.
Cada 28 minutos fallece una madre durante el embarazo o el parto. La mortalidad infantil es de 152 niños menores de un año por cada mil nacidos vivos. Sólo dos países en el mundo están en peores circunstancias. La vida del 20% de los niños se detiene antes de cumplir los cinco años de vida.
Un millón de personas han quedado discapacitadas durante los últimos 30 años de guerra. Dos de cada tres afganos sufren trastornos mentales vinculados al impacto de la violencia.
Más datos recientes dados a conocer ayer por Intermon Oxfam. Más de 7,3 millones de personas están en riesgo de malnutrición, un tercio de la población. La situación está empeorando por culpa de los combates y muchas áreas del país son inaccesibles para los trabajadores humanitarios.
"El gobierno afgano desconoce el destino de un tercio del total de la ayuda al país", dice el informe. La maquinaria corrupta gubernamental simplemente se la ha zampado.
Más de la mitad de la ayuda internacional "está condicionada a la compra de bienes y servicios de los países donantes y más del 40% de los fondos recibidos vuelven a los países de origen a través de los beneficios de sus empresas presentes en el país". 6.000 millones de dólares desde 2001.
¿Alguien tiene dudas de que la guerra es un gran negocio?
Además, la mayor parte del poco dinero limpio que entra en este país se malgasta sin que beneficie a la población. La seguridad cuesta diariamente 100 millones de dólares a Estados Unidos. La comunidad internacional sólo se gasta siete millones de dólares al día en ayuda humanitaria.
Hablemos de historias concretas. Emran Mohammad Ayan tiene cuatro años y sufre parálisis por culpa de su espina bífida. La principal causa de esta malformación congénita es la deficiencia de ácido fólico en la madre durante los meses previos al embarazo y en los tres meses siguientes.
Emran con el fisioterapeuta Habib Burahman, fisioterapeuta de la Cruz Roja Internacional.
Pero sólo algunas mujeres pasan controles médicos durante sus embarazos. El resto se dedican a traer niños al mundo sin respirar desde edades muy tempranas. El 60% de los matrimonios son forzados y el 57% de las niñas se casan antes de cumplir los 16 años.
A Emran le cuida su hermano Safi, de 14 años. Viven en una tienda de campaña porque su papá, un albañil eventual, gana 300 afganis (seis dólares) por jornada. En su casa no conocen el agua potable ni la electricidad.
Safi trabaja vendiendo sandalias para ayudar a la raquítica economía familiar. Como otras decenas de miles de niños sólo en Kabul. Nunca ha ido a la escuela como otros cinco millones de niños y niñas. "Sólo sé escribir mi nombre y algo de cálculo", dice con una sonrisa. La cuadratura del círculo aquí se llama dignidad.
Emran está en el lugar ideal, el Centro Ortopédico de la Cruz Roja Internacional, dirigido por el italiano Alberto Cairo desde principios de los noventa. Aquí le ayudarán hasta donde les sea posible y no le cobrarán un afgani.
Sus 700 trabajadores, casi todos mutilados o disminuidos físicos, fabrican 15.000 prótesis en los seis centros abiertos en Afganistán y se reciben 70.000 visitas, entre ellos 6.000 nuevos casos, al año.
Sus instalaciones son el símbolo de la eficiencia y del ahorro. El coste económico es una ganga: 12 millones de dólares anuales, lo que gasta el presidente Hamid Karzai en su seguridad al mes.
Hussain Musa, de cinco años y medio, también tiene la espina bífida aunque su caso no es tan grave como el de Emran. Su papá, Musa Gholam, explica que otro de sus hijos más pequeños sufre una pronunciada cojera. "No conocemos el caso, pero podría ser poliomielitis o parálisis cerebral", comenta Habi Burahman, el fisioterapeuta que lo trata.
Hussain lleva meses sin ver a su madre y sus seis hermanos. Habita con su padre en un rincón de la casa de unos amigos. "Sólo gano 200 afganis (4 dólares) como albañil y no trabajo todos los días", explica Musa.
Homa Hashom con su fisioterapeuta en el centro de la Cruz Roja Internacional.
El hombre admite que está cansado de tanta pobreza y le da rabia que la corrupción se haya instalado en su país. Su queja es clara: "Los médicos de los hospitales públicos siempre nos piden dinero para atendernos. Me he tenido que endeudar para que mi hijo mejore. Mi obsesión es buscar la forma de ganar algo más de dinero para pagar el préstamo". La cuadratura del círculo es la dignidad.
Homa Mohamad es una muñeca de tres años. Sufre deformación en los huesos de sus piernas. Si tiene suerte podrá ir al colegio cuatro años, la media para una niña afgana. Sino seguirá los pasos de su madre Zeba Alah Dad, que es analfabeta.
Homa es pastún. Cuando sea mayor tiene muchas posibilidades de ser una víctima más de la violencia doméstica como el 80% de las mujeres afganas. Pero por suerte no es chií como el 20% de las niñas y las mujeres.
Hace unos días el presidente Karzai sancionó una nueva ley para contentar a los sectores conservadores chiíes a cambio de su apoyo electoral.
La ley permite a los maridos dejar de alimentar a sus esposas si se niegan a mantener relaciones sexuales. La mujer tendrá que pedir permiso a su marido si quiere trabajar. La custodia pertenecerá al padre y, en caso de fallecimiento, al abuelo. Los derechos de las madres pisoteados ante el silencio de los donantes.
Las estadísticas engordan el fraude de una intervención internacional descarrilada desde hace años. Convierten las elecciones presidenciales en un insulto a la democracia. Reduce al presidente Karzai y sus aliados en el parlamento a una cohorte de políticos sin escrúpulos.
Los casos concretos se funden en la conciencia y fortalecen la sensación de que todo es una gran mentira vendida a la opinión pública occidental con el envoltorio más cínico y vergonzoso.
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