La firma Apple acaba de lanzar un nuevo modelo de iPhone que parece tener muchas más aplicaciones que el anterior. No es que esté muy puesta en este tema, es que según veía el anuncio en televisión me sorprendí a mí misma con dos pensamientos encontrados.
A eśtos les pega tener un iPod.
Por un lado me fascinó la facilidad funcional que desplegaba el teléfono, pero por otro pensé "¡bah!, como si eso importara". Quiero decir que el principal reclamo del iPhone no es su funcionalidad, sino su estética... o mejor dicho, su diseño. Y esto es extensible a los restantes productos de Apple.
Y es que la sencillez que propone Apple hasta en sus más mínimos detalles viste cualquier casa u oficina; es, en definitiva, la máquina que decora.
No es la primera vez que escribo sobre la relación entre la máquina (entendida como artefacto tecnológico) y la arquitectura ni será la última, especialmente cuando la retrata el cine, pero reconozco que hacía tiempo que este tema no me preocupaba. Me acordé de esta reflexión cuando volví a ver la versión de Kenneth Branagh sobre el clásico de los setenta titulado 'La huella' ('Sleuth', 2007). No es objeto de este artículo entrar a valorar la cinta, solo haré hincapié en la ambientación.
Grabada íntegramente en un plató, los decorados se limitan a reproducir de manera coherente varias estancias de una misma casa, una vivienda apartada de la civilización en la que su dueño hace alarde de su poder adquisitivo mediante un despliegue de obras de arte y artefactos mecanizados.
Ni la ambientación detallada y preciosista de la vivienda, ni los ingenios mecánicos con los que Michael Caine sorprendía a su enemigo, resultaban tan impactantes como el mando de control con el que manejaba esa supuesta domótica. Y es que toda la casa se manejaba con el mando a distancia del Mac.
Escenas extraídas de la película La huella (Sleuth, 2007), del director Kenneth Branagh.
Mando a distancia de un Mac
No cabe duda de que se trata de una apuesta un tanto arriesgada por parte del director artístico, pero sin duda impactante y muy acorde con la estética general de la película. Arriesgada en el sentido de que se trata de un artefacto muy reconocible y de funcionalidad limitada, a pesar de lo cual resulta tremendamente efectivo.
Hay que caer en la cuenta de que la escenografía acompañada del atrezo de las películas es una de las cosas más perecederas del cine, máxime cuando se apuesta por mostrar la tecnología. No en vano se dice a menudo que los coches son auténticas máquinas del tiempo, más que la moda o la arquitectura. Pero más aún lo es la tecnología.
Un dato para la reflexión: las películas de James Bond caducan más rápido que un yogur y aun así se obstinan en introducir nuevos chismes y coches que a los dos días parecen del jurásico, a pesar de sus inversiones millonarias y de localizar preciosas arquitecturas.
Y es que en eso de retratar tecnologías en ambientes domésticos Kubrick era sin duda el mejor.
Vivienda del escritor/Habitación de Alex. Imagen extraída de la película La naranja mecánica, (Clockwork Orange, 1971). Stanley Kubrick.
No me hace falta recurrir a '2001: Odisea del espacio' ('2001: A Space Odyssey', 1968). Puedo referirme sencillamente a 'La naranja mecánica', ('Clockwork Orange', 1971), donde sus ambientaciones en su mayoría localizaciones reales, en nada desmerecen el supuesto futuro cercano que pretendía plasmar Stanley Kubrick.
En el apartamento de ficción que representa el hogar paterno del protagonista (Alex), el director de producción John Barry desplegó de la mano de Kubrick toda una serie de recursos psicodélicos para la adecuación de un hogar vulgar a un entorno de ficción futura.
Mucho menos drástico de lo que Barry usaría posteriormente para ambientar las viviendas de 'La guerra de las galaxias' ('Star Wars', 1977) o 'Superman' (1978), la habitación de Alex presenta una estética blanca y cuidada al más puro estilo Apple, que contrasta con la colcha tridimensional en vivos colores.
Junto a la habitación de Alex, aparece la casa Jaffé, más conocida como Skybreak, una vivienda diseñada en 1966 por el arquitecto británico Norman Foster cuando aun formaba parte del Team 4.
En ambas casas, Kubrick se permite la osadía de mostrarnos la tecnología setentera e incluso alardea de ella en algunas escenas. En el caso de la habitación de Alex, un magnetófono con microcasettes hace sonar la música de Ludwig van, y aun así, cuando hoy vuelvo a ver la película no me choca, todo encaja como si las cintas de casete aun existieran.
En la habitación de Alex bien podría estar sonando un iPod.
* María Asunción Salgado de la Rosa es doctora en Arquitectura.
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