Mont Ventoux (Francia).- No ha ganado el Tour de Francia, pero Lance Armstrong ha conseguido el objetivo que se propuso cuando se decidió a retomar la bicicleta tres años después de su último triunfo en los Campos Elíseos: ser protagonista hasta el final.
El tejano subirá al tercer peldaño del podium final de París precedido por Alberto Contador y por Andy Schleck, los máximos representantes de la joven generación de ciclistas que marcará los próximos años.
A sus casi 38 años, Armstrong será un vestigio del pasado, pero habrá demostrado que no bromeaba cuando apuntaba alto: sólo le han ganado dos ciclistas llamados a mantener en lo alto del ciclismo mundial un duelo épico.
"No está mal para un vejete como yo haber quedado tercero frente a estos chavales", afirmó con tono irónico en la cima del Mont Ventoux, la montaña que tantas veces le había vuelto la cara y que le preservó su tercera plaza en la general.
El podium de los Campos Elíseos será la imagen de un relevo: el de la "era Armstrong" que deja paso a la "era Contador".
Pero el estadounidense, que sigue reinando en los libros de historia gracias a sus siete éxitos en el Tour, ha querido estampar su firma en el traspaso de poderes.
El tejano ha protagonizado el Tour y sólo la fuerza ascendente de Contador y la ambición del menor de los Schleck le ha relegado a un tercer plano. Gracias a su carisma, a su duelo psicológico con Contador, a sus golpes de tahúr, Armstrong ha dominado la escena mediática y ha sabido resistir pese a que el español le ha arrebatado los laureles deportivos a base de pedaladas.
Por primera vez, Armstrong subirá a un escalón del podium diferente del primero. Con el Arco del Triunfo de fondo, la imagen mostrará batido al ciclista que parecía imbatible.
Si no ha logrado el triunfo deportivo, Armstrong se lleva de las carreteras francesas los otros objetivos que se había propuesto, desde la promoción de su fundación para luchar contra el cáncer hasta el lavado de su imagen de prepotencia.
Armstrong llegó al Tour convertido en el héroe solitario que afronta la gesta casi imposible, como si de una película de Hollywood se tratara.
Por primera vez, el estadounidense no aparecía como el superhombre imbatible, como el ciclista que ganaba con tanta facilidad que sus victorias estaban carentes de brillo. Harto de los triunfos a la búlgara, con una unanimidad abrumadora, Armstrong buscó la épica de ganar contra los elementos.
Lo consiguiera o no, el tejano tenía asegurado el retorno a la escena mediática y, de paso, un lavado de imagen. Laurent Fignon, el ciclista frío y distante que ganó los Tour de Francia de 1983 y 1984, asegura que los franceses no empezaron a quererle hasta que perdió el de 1986 frente a Greg Lemond por ocho segundos.
Aquella derrota dolorosa, la minúscula ventaja y la imagen del francés abatido en los Campos Elíseos al final de su contrarreloj desgraciada le abrieron el corazón de los franceses.
Armstrong nunca fue querido en Francia. Pese a sus siete Tours, sus contrarreloj estratosféricas y el molinillo de sus escaladas, nunca se deshizo de su imagen de soberbio que proyectaba desde el escalón más alto del podium.
La forma en la que ha buscado el tercer puesto, peleando por cada segundo con "esos chavales", le convierte en un "vejete" humano, en un ciclista excepcional que ha vuelto entre los hombres.
"Es un ejemplo de vida", afirmó el presidente francés, Nicolas Sarkozy, durante su visita al Tour, cuando recordó la superación de su cáncer y su retorno con casi 38 años para dignificar el ciclismo.
El Tour ha olvidado que, en el pasado, Armstrong no daba un paso sin proyectar una sombra de sospecha, sobre todo desde que se reveló la presencia de EPO en su orina recogida en 1999, cuando abrió su septenato victorioso.
Los abucheos que escuchaba en Francia se han tornado en aplausos y la crítica constante de los medios, la sospecha permanente, ha dejado paso a la admiración.
Los artículos de prensa y libros críticos con su figura han quedado acallados frente a su abnegación por seguir pesando en el Tour.
El tejano trajo consigo la amnesia. Y el olvido le dejó el camino abierto para redimirse. Armstrong ha dado un ejemplo de que, si se lo propone, es él quien escribe el guión de la película. Y siempre quiere ser el protagonista.
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