Urumqi, la capital de la región de Xinjiang (noroeste de China), sufrió el pasado domingo una jornada sangrienta. Las manifestaciones de los uigures en protesta por la violencia étnica desatada al otro extremo del país (en una fábrica de Guangdong, también duramente reprimida por las fuerzas del orden) se saldaron con 156 muertos y más de 800 heridos. Los primeros testimonios de los periodistas extranjeros en la zona aseguran que la mayoría de las víctimas pertenecen a la etnia Han, mayoritaria en China, lo que recuerda a la explosión de violencia acaecida un año antes en Tíbet, seguida igualmente por una dura represión por parte del Estado.
Chinos uigures increpan a los polícias y a los soldados del Ejército chino
Xinjiang apenas tiene presencia en las noticias, mucho menos que Tíbet. Y sin embargo representa un reto determinante para China y una prueba sobre la capacidad de sus dirigentes para gestionar la diversidad étnica en todo el país.
Con una extensión que triplica la de Francia, rica en petróleo y en gas, Xinjiang, en un nuevo paralelismo con Tíbet, se ubica en los márgenes del imperio chino y su población también pertenece a una etnia diferente a la Han, que es la base de la actual China. Esta provincia enclavada en los confines de Asia Central y conocida como Turkestán Oriental en algunas etapas de su historia, se enclava en el corazón de la Ruta de la Seda, la mayor ruta comercial del primer milenio de nuestra era, y por tal motivo, objeto de grandes codicias.
Cuando los turistas del resto de China llegan a Kashgar, la ciudad más occidental de Xinjiang, acuden sistemáticamente a visitar el monumento erigido en memoria de Ban Chao (32-102), mariscal de la dinastía Han y conquistador de la provincia en el año 94 de la era cristiana (ver fotografía). Este ritual es una forma de afianzarse en la creencia de que se encuentran en su propia tierra tras casi dos milenios desde aquella conquista, y a pesar de que el mundo que les rodea apenas guarda similitudes con el de Pekín o Shangai del que muchos proceden.
La historia es más complicada de lo que pretenden porque, después de los acontecimientos del año 94, la Ruta de la Seda asistió al desfile de nuevos conquistadores y mercaderes, de más profetas y más soldados. Lo que no ha cambiado nunca es la intención de China, fuese en su etapa imperial o en la comunista, de dominar esta región estratégica, cuyo subsuelo guarda las mayores reservas de petróleo y gas de todo el país, y que es paso obligado en el camino hacia el Asia Central de las repúblicas ex soviéticas, hacia Pakistán y Afganistán.
El memorial de Ban Chao.
Como sucede en Tíbet, cada vez que el poder central chino se tambalea, la región se vuelve a enfrentar cara a cara las ambiciones chinas. Xinjiang fue férreamente sometida por el cetro conquistador del emperador Qianlong, en el apogeo de los Qing, pero una vez más se sacudió ese dominio cuando la dinastía se debilitó. La analogía con Tíbet continúa: Turkestán Oriental también se independizó cuando la guerra civil desgarraba China en la primera mitad del siglo XX, hasta que las tropas de Mao Zedong desfilaron por Pekín en 1949. En ese momento la capital china no ejercía autoridad alguna sobre el gran oeste. De hecho, Turkestán Oriental se había autoproclamado república democrática.
La victoria de Mao puso fin a toda incertidumbre en aquella época convulsa, cuando en la región se enfrentaban militantes nacionalistas, islamistas, prochinos y prosoviéticos. El Gran Timonel no paró hasta reconquistar el control tanto de Tíbet como de la provincia de los uigures. Mao mandó llamar a Pekín a los dirigentes nacionalistas, que pretendían mantener la independencia de su república, para negociar. ¿Accidente o celada? El caso es que el avión que les transportaba se estrelló el 27 de agosto de 1947 y el liderazgo nacionalista uigur quedó diezmado. Tres meses después, las tropas del Ejército Popular de Liberación chino (EPL) entraban en la capital, Urumqi.
Desde 1949, el poder central de Pekín sujeta con mano de hierro la provincia, a pesar de su título oficial de República Autónoma. Desde 1950, el gobierno chino impulsó la política de emigración masiva de habitantes de etnia Han, procedentes del este del país, para repoblar la provincia. Este movimiento demográfico se reforzó con la creación ex profeso de un cuerpo militar, el Bingtuan. Sólo en los primeros cinco años de la República Popular China, medio millón de campesinos-soldado llegaron a las tierras de Xinjiang. Es más, esta facción militar aún mantiene su emplazamiento y su misión de asegurar el repoblamiento de la zona, frente a las cada vez más inestables fronteras de Asia Central.
La política de repoblación tomó nuevos bríos con la construcción durante la década de los 90 del ferrocarril Urumqi-Kashgar, enlazado con la red ferroviaria china. Hoy, en sus vagones se cruzan cotidianamente los militares de permiso, uigures viajeros y nuevos inmigrantes procedentes del este, con sus hatillos a la espalda y camino de la tierra conquistada del Oeste.
El lado Han de Kashgar...
Ésa es la principal fuente de frustración entre la población local, que se ve progresivamente marginada en todos los aspectos: económico, demográfico y político. Oficialmente, la etnia Uigur y las otras «nacionalidades» de Xinjiang (kazajos, kirgizes, etc.) son todavía mayoritarios, pero los Han ya copan el 40% de los 20 millones de habitantes que pueblan la provincia.
El proceso de repoblación fuerza la coexistencia de dos sociedades con valores contradictorios. En Kashgar, por ejemplo, la nueva ciudad china se ha construido de espaldas al zoco uigur, que se desploma en ruinas. Entre las dos zonas se levanta una estatua gigante de Mao, una de las poquísimas construidas después de su muerte en toda China. En el barrio Han el estilo de vida es idéntico al de la China del este, muy lejos de la tradición islámica, interpretada con rigor creciente, en la que se refugian cada vez más uigures marginados. Por eso la cuestión de la nacionalidad y la identidad uigur se tiñe de rivalidad religiosa, tal y como sucede en estas conflictivas tierras de Asia Central.
... y el zoco uigur de la ciudad.
Apenas unos centenares de metros separan los lugares de estas dos fotos. La primera, en el lado Han, retrata un desfile de moda para vestidos de novia. La segunda se ha tomado en el zoco uigur de la ciudad, mucho más conservador. Los dos mundos se cruzan, se ignoran y, en ocasiones, se enfrentan.
La capital, Urumqi, donde estallaron los sangrientos motines del pasado domingo, vive la paradoja de ser la única ciudad de Xinjiang donde los Han son mayoría. Allí también resalta el contraste entre el barrio Han y la zona Uigur. A un lado, los negocios chinos; al otro, el zoco musulmán y los vendedores en la calle. Entre ambos, la desconfianza, la incomprensión, la hostilidad y los prejuicios.
Los recientes enfrentamientos vuelven a revelar la realidad de la coexistencia étnica en el seno de la sociedad china. Detrás de la pretendida fachada de unidad y de «armonía» oficial entre las 56 nacionalidades censadas en su territorio, la realidad es más prosaica, más «colonial», por usar el término que tanto detestan los gobernantes de Pekín. El año pasado en Tíbet, este año en Xinjiang, pero siempre la misma causa (la frustración de un pueblo marginado) en el origen de los mismos efectos: la explosión de ciega violencia.
Artículo publicado originalmente en el medio francés rue89.com y traducido por Juan Pablo Zurdo.
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