SEATTLE (EEUU).- Recuerdo con cierta nostalgia, y no puedo evitar una sonrisa al hacerlo, aquellas crónicas veraniegas de los telediarios españoles donde se informaba de los actos del 4 de julio en Estados Unidos. Recuerdo aquellas imágenes donde las banderas norteamericanas ondeaban en cada esquina, cubrían fachadas y servían de vestidos, paraguas o sombreros en un desfile aparentemente ridículo. De aquello me quedó, por muchos años, la imagen de una fiesta frívola, sin interés, donde la superficialidad reinaba sin que se hiciera apenas referencia alguna a la independencia, la cual se suponía era la protagonista de la jornada.
Debajo de los fuegos del 4 de julio hay algo más.
Pasados unos años, la vida dio muchas vueltas y quiso que me viniera a vivir a los Estados Unidos. Y así tuve la oportunidad de comprobar cuán equivocado estaba al interpretar aquellas imágenes. Y también tuve la oportunidad de contrastar la realidad con la que me interpretaban en España.
El 4 de julio es la segunda fiesta más importante de todo el calendario, después del día de Acción de Gracias o Thanksgiving. Esta última pasa por ser la fiesta familiar, la del reencuentro, a la cual no hay excusas para no asistir (de hecho, son los días de máximo tráfico aéreo del año en EEUU). Es el equivalente a nuestra Nochebuena: la fiesta que une a la familia. Sin embargo, la fiesta del 4 de julio va más allá: es la fiesta de los ciudadanos, de los que comparten, si no una familia, sí un país.
Desde el punto de vista de un español, no deja de sorprenderme el elevado nivel de patriotismo de esta sociedad. A los estadounidenses como país se les puede criticar muchas cosas, especialmente desde el punto de vista de la supremacía o el abuso de poder, pero si algo no se debe dudar es que permanecen unidos ante cualquier adversidad, sin prejuzgar por su estado de origen, su religión o su pensamiento político. No sólo proclamaron en su momento su independencia política de la corona británica, sino que lo hicieron también de la intolerancia y de la persecución religiosa. El nuevo país se fundó en base a unos principios de libertad y convivencia nacidos al amparo del racionalismo y que inspiran, aún hoy, cada movimiento legal y social.
Estas palabras tan grandilocuentes como libertad, convivencia o unidad adquieren una especial relevancia en este 4 de julio. Los norteamericanos son muy conscientes de la juventud de su país, por lo que se esfuerzan en conservar día a día el espíritu inicial de su fundación y no envejecer como Europa. Se recuerdan continuamente que este país se ha formado gracias a inmigrantes, perseguidos, esclavos y sobre todo, con mucho esfuerzo y trabajo. Y esos son los valores que intentan transmitirse entre generaciones y los que esperan que sean absorbidos por los nuevos inmigrantes.
El 4 de julio es una fiesta celebrada por todos los ciudadanos. En este día aquí en Seattle no hay casa que no cuelgue su bandera en el jardín o en el balcón. No faltan las felicitaciones entre unos y otros, especialmente a los militares, altamente reconocidos socialmente. No hay diferencia entre clases sociales ni entre estamentos para celebrarlo en cualquier lugar. Se producen desfiles por la calle y exhibiciones aéreas. Los barcos hacen sonar sus bocinas simulando las primeras notas del himno nacional y los más frikis juegan con los colores de la bandera para decorar cualquier objeto imaginable, lo cual incluye desde tartas conmemorativas a lentillas para los ojos o uñas postizas.
Las fotos del día suelen enmarcar escenas donde se hace sentir la diversidad de este país: grupos de gente de diferentes razas, carteles de felicitación en diferentes lenguas, (sobre todo en español)... Y las que nunca faltan son esas imágenes de las celebraciones realizadas por soldados norteamericanos en cualquier lugar del mundo donde anden destacados.
A mí, como español, me gustaría tener un sentimiento así, pero quizás el patriotismo es ya un valor que en Europa cotiza a la baja en la misma medida que mi edad cotiza al alza. Feliz 4 de Julio a todos aquellos que lo sientan.
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