LONDRES.- Chiswick es un típico barrio londinense localizado al suroeste abarrotado de parejas jóvenes con bebés. Todos utilizan, por cierto, el mismo carrito para sus niños. Anécdota quizá sin importancia, pero que llama la atención a todos los foráneos. Como es mi caso. Aunque esto no es lo único que me maravilla de la ciudad. Aparte de la Tate, el London Eye, Camden Town, Piccadilly y otros 1.347 escondrijos, lo que realmente me 'capta' de esta gran capital europea es su capacidad de colapso.
Un trayecto de 10 minutos en coche, tres horas.
La primera vez que tuve la oportunidad de vivirlo en primera persona fue hace tan sólo unos meses, cuando en febrero cayó la ya bautizada como la "gran nevada". Algo nunca visto en los últimos 18 años. Un auténtico caos. Y en esta ocasión, la situación se ha repetido, aunque he de reconocer que esta vez venía con aviso.
Una amable voz electrónica advirtió el lunes 8 por la tarde: "Señores pasajeros les informamos que el martes a partir de las 19.00 horas las líneas de metro quedarán cerradas hasta el viernes. Acudan a los puntos de referencia para saber las alternativas que se les ofrecen". ¡Horror!. Después de un tiempo viviendo en la capital británica, uno se acostumbra a que las líneas cierren durante el fin de semana para reparaciones, a que District te deje parado en medio de la nada o que la Northern te lleve hasta Kentish Town cuando tú realmente querías ir a Chalk Farm.
Pero lo de la huelga general de dos días era algo impensable. ¿Qué iban a hacer las 3,5 millones de personas que utilizan a diario este tipo de transporte? Nada más salir a la calle la duda quedó resuelta. Muchas de ellas directamente no fueron a trabajar. "Te lo mando desde casa", fue una frase que se escuchó bastante en las oficinas.
Otras, se tomaron con calma lo de abrir el escaparate. Los jefes londinense para este tipo de cosas son muy permisivos y, a primera hora de la mañana, muy pocos comercios estaban abiertos. Los empleados habían sido avisados que no tendrían falta si iban más tarde así que muchos se lo tomaron al pie de la letra y decidieron tomarse, por primera vez en mucho tiempo, un tranquilo desayuno casero. Es el caso de Kevin. "Como todo el mundo sabe que vamos a llegar tarde, pues vamos a llegar tarde. Esto es como lo de la nieve. ¿Qué me pueden decir?", le dijo a su compañero de piso.
Colas para coger el bus interminables.
La imagen era singular. Las calles llenas de gente y las paradas de autobuses a rebosar. El barrio de Chiswick está relativamente cerca del aeropuerto de Heathrow y muchos cityboys viven allí precisamente por las veces que tienen que coger el avión a la semana. Lo de ir a trabajar a las 12 de la mañana no suponía problema, pero lo de llegar tarde al aeropuerto sí era motivo de alarma.
Coger sitio en el autobús, era casi imposible así que el Minicab se convertía en la alternativa perfecta. El obstáculo venía cuando todos pensaron que ésta era la mejor opción. Para los que nunca han estado en Londres, los 'minicabs' son coches particulares que trabajan para una oficina a la que acude el cliente cuando quiere desplazarse hasta un sitio. La gran diferencia con los taxis es que pactas el precio y tardes lo que tardes en hacer el recorrido, el precio es el mismo. John es el responsable de una de estas oficinas y su cara de desesperación lo decía todo. "Tenemos un 100% más de trabajo, el problema es que no tenemos un 100% más de ingresos extra. Esto es un caos. Todo el mundo ha salido con coche y los trayectos de 45 minutos se están convirtiendo en carreras de tres horas". En definitiva que cuando uno de sus conductores salía por la puerta a primera hora de la mañana en torno sorna le decía "buenos días y buena suerte. Que la luz te acompañe". El conductor no tenía más remedio que reírse.
La huelga ha afectado a 3,5 millones de usuarios.
Y es que, a pesar de que el verano se asomó a la capital británica hace dos semanas, al sol le ha vuelto a dar por esconderse y en medio de la gran huelga no ha dejado de llover. El tráfico era una locura.
Desde Turnham Green hasta Barons Court normalmente se tarda diez minutos, pero la carretera estaba totalmente colapsada. Muchos se dirigían hasta el College de Hammersmith para realizar sus exámenes de final de curso. El centro estatal da cursos de FP y de idiomas para los extranjeros. Previendo la catástrofe los profesores habían pedido a Cambridge cambiar las fechas, pero ante la negativa no tuvieron más remedio que improvisar. «Muchos tutores que tenían que vigilar las aulas no han podido venir y suponemos que habrá muchos alumnos que no llegarán a tiempo. Llevamos días avisando que se informaran de los caminos alternativos, pero para muchos es difícil. Nos han dicho que no podemos repetir el examen, pero creo que cambiarán de opinión», decía Ruth.
Algunas de las propuestas que sugerían desde las estaciones eran las 'Riverboat routes', en definitiva, surcar el Támesis en barco. La estampa que dejaba el embarcadero de Embankment era para grabarla en el recuerdo. Decenas de barcos salían cada dos por tres para Canary Wharf, la que se ha convertido en la 'nueva city'. Y la verdad es que ver a todos los hombres de negocios a bordo leyendo el Financial Times tenía su gracia. Supongo que para quien los veía no para ellos.
En la zona del puente de Waterloo aquello parecía la maratón y el día de la bicicleta todo junto. Las filas de ciclistas se aglutinaban en los semáforos dejando pasar a la gran masa de peatones que corría a gran velocidad cuando el muñeco se ponía en verde. Los pasos de cebra nunca habían estado tan concurridos. Muchos de los ciclistas eran de los habituales, pero había también algún que otro «gentleman» con la cartera de negocios colgando del manillar y señoritas muy trajeadas con tacones que se dieron algún que otro susto.
En definitiva, que la ciudad tenía su encanto. Aunque los turistas que se escaparon "unos días de relax" y se toparon con las 72 horas críticas (traducidas en 112 millones de euros de pérdidas) no veían la situación desde la misma perspectiva. Esperar en Oxford durante hora y media en la cola del autobús, para ir luego completamente inmóvil no era precisamente lo que tenían en mente cuando prepararon su viaje. Eso sí, la foto con el Big Ben había que hacerla como fuera.
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