Los turistas que recorren a bordo del vaporetto el Gran Canal de Venecia dejan por un instante de contemplar embobados la decadente escenografía del settecento. ¿¡Un submarino ruso amarrado ante un palacio!? El artefacto anuncia la exposición del ruso Alexander Ponomarev, titulada 'Sub-Tiziano', en uno de los eventos colaterales que convierten Venecia en un campo de exploración del arte 'off Biennale'. Prohibidos los tacones –las farmacias hacen acopio de tiritas estos días—, una buena dosis de paciencia y grandes provisiones de agua.
Proteo 1009, fotograma del vídeo de Bestué y Vives.
La Bienal de Venecia abre sus puertas al público (18 euros la entrada) en un espacio de 88.000 metros cuadrados (distribuidos entre los Jardines y el Arsenal) y la casi imposible misión de digerirla en su totalidad. Titulada 'Fare Mondi', esta bienal ofrece pocas sorpresas. Mientras buena parte de los pabellones nacionales parecen entregados a las leyes del mercado y a las imposiciones de los potentes galeristas y art dealers, la selección del comisario de esta 53 edición, el alemán Daniel Birnbaum, no despierta excesivo entusiasmo. Un tanto confusa, sin un hilo conductor claro y escasas piezas sobresalientes, en la selección destacan la instalación de la brasileña Lygia Pape y el divertido vídeo de los catalanes David Bestué y Marc Vives. La Bienal ha concedido sus Leones de oro honoríficos a John Baldessari y Yoko Ono, que a sus 76 años protagonizó una de sus performances, bailando incansable en el escenario del teatro de la Tana. El León de Oro al mejor pabellón ha recaído en el de Estados Unidos, donde muestra videoinstalaciones ya conocidas Bruce Nauman (Fort Wayne, Indiana, 1941). El veterano artista ya obtuvo León de Oro en 1999. El español Miquel Barceló va a contracorriente con su pintura matérica y expresionista, mientras que Steve Mcqueen confirma en el pabellón de Gran Bretaña (donde dan turno para entrar, como en el súper) su potencia como cineasta en un vídeo de media hora creado especialmente para la bienal y rodado en sus jardines.
Pero en general la savia nueva hay que buscarla callejeando por Venecia. No hay que perderse la exposición de la libanesa Mona Hatoum en la Fundación Querini-Stampa, ni la de la mexicana Teresa Margolles sobre los asesinatos impunes de mujeres en el palacio Rota-Ivancich. Parada obligada también en el Palacio Fortuny, para empaparse de 'In-Finitum', una propuesta de Axel Vervoordt, que establece un estimulante y bellísimo diálogo entre una escultura egipcia creada hace 5.000 años con un móvil de Calder, entre un retrato de Picasso y un vídeo de Bill Viola.
Coincidiendo con la apertura de la bienal, se produjo el sábado una brusca e inesperada 'aqua alta' a causa de la extraña conjunción entre el viento del siroco y la luna llena. La tradicional fiesta española en Ca Zenobio tuvo que suspenderse al desbordarse el canal y las ricas coleccionistas americanas reían al caminar descalzas por las calles inundadas de agua con los estilettos en la mano. ¡Otra anécdota para explicar en Connecticut…!
La reina Sonia de Noruega y el ministro noruego de Cultura, Trond Giske ante la 'Muerte de un Coleccionista', obra de los artistas daneses Elmgreen y Dragset.
La presencia de tantos extranjeros que aprovechan el calendario de la Bienal para asistir después a la Feria de Basilea ha provocado más de un conflicto. Los gondoleros se han plantado, hartos del desfile incesante de taxis-motora que en el Gran Canal provoca peligrosas oleadas y amenaza su seguridad. El punto de fricción está en la Dogana, donde el coleccionista François Pinault inauguró su nuevo museo de arte contemporáneo con la asistencia de personajes de papel couché como Farah Diba, Naomí Campbell -con su nuevo novio, un millonario ruso presto a desenfundar el talonario-, el poderoso galerista Gagosian, el filósofo François Henry Lévy, la hija de Carolina de Monaco o Stella Mcarthney. Los venecianos, que aman la controversia, se entretienen estos días discutiendo sobre la escultura situada en la Punta de la Dogana, que aspira a convertirse en un símbolo contemporáneo de la Serenísima. Se trata de una simpática relectura del David de Donatello a cargo de Charles Ray, en la que el chico agarra una rana de la pata. Hasta la sociedad protectora de animales ha protestado, invocando los derechos de los pobres batracios.
Tras la Dogana, en un antiguo almacén de sal, se encuentra la Fundación Vedova, mucho menos publicitada que la criatura de Pinault, y que acaba de inaugurarse también. El arquitecto Renzo Piano ha rehabilitado el estudio del pintor veneciano informalista con un extraordinario respeto por el espacio y una mínima pero redonda intervención en la puerta de entrada. A destacar el artilugio mecánico que permitía a Vedova mover las telas de gran formato y pintar sin esfuerzo.
Y en estrecha vecindad se encuentra la sede 'off bienal de Catalunya', con un interesante vistazo a la iconoclastia anticlerical a cargo de Pedro G. Romero y un laboratorio en red sobre el análisis del poscapitalismo elaborado por Daniel G.Andújar. El pabellón es altamente recomendable, una vez olvidada la torpeza de las autoridades catalanas, con un mesiánico Carod Rovira al frente empeñado en navegar contracorriente.
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