La bipolar relación de los barceloneses con su turismo

Los turistas puntúan a Barcelona con un sobresaliente (8,2), pero sus habitantes están más que hartos de que la Rambla sea por la noche una gigantesca letrina tomada por las riadas de viajeros low cost. El célebre paseo es ya una especie de parque temático salpicado de estatuas humanas, lateros pakistaníes y carteristas que «limpian» a los viajeros despistados. La presión del turismo sobre la capital catalana arrecia e incluso la parte alta del tranquilo y burgués Eixample se sobresalta al paso de grupos de excitadas muchachas británicas tocadas con absurdas cornamentas que celebran una despedida de soltera.

Vicky Cristina Barcelona ha disparado el turismo americano.

"El turismo ha sido considerado un factor acultural por ciertos sectores intelectuales, cuando es un fenómeno claro y debería ser nuestra primera empresa", señala el arquitecto Manuel Gausa, uno de los directores del simposio internacional Turismo XXL sobre nuevas estrategias urbanas en las metrópolis turísticas, más basadas en una economía del ocio y el conocimiento. La renovación es indispensable, dictamina el simposio, porque el actual modelo de industria turística masificada y no sostenible parece agotado. En la anterior edición de este simposio que organiza Intelligent Coast (Universidad Politécnica de Catalunya), en suculento diálogo con el escritor Michel Houellebecq y el arquitecto Rem Koolhas vaticinó que si España quiere mantener el negocio turístico está destinada a ser feudo del turismo geriátrico: «Hospitales fantásticos, buenos doctores, el paraíso de los jubilados….».Y ambos coincidieron en que a los jóvenes siempre les quedará Ibiza…

Tras Paris, la ciudad más turística del mundo, visitada cada año por 14 millones de visitantes, Barcelona ocupa el segundo lugar en el ranking europeo con casi ocho millones. National Geographic afirma que Barcelona es una de las 10 ciudades en el mundo que hay que visitar. Barcelona es el primer puerto de cruceros de Europa y la tercera ciudad gay. La Boqueria es el mejor mercado del mundo y en un pequeño perímetro se alzan nueve edificios catalogados por la UNESCO como patrimonio mundial. El sector turístico se ha convertido en uno de los principales motores económicos de la ciudad: representa el 14 % del PIB, con una aportación de 7,2 millones de euros diarios y un aumento del número de turistas de casi el 480% en 17 años.

Pero a pesar de los evidentes beneficios económicos, el barcelonés de pura cepa arruga la nariz ante la estampa que se repite todos los veranos. Multitudes color langostino asaltan la Rambla, el barrio gótico, El Corte Inglés, todos los edificios que diseñó el visionario Gaudí y las terrazas de la Barceloneta y la Villa Olímpica. Y vistiendo el uniforme reglamentario: chancletas de goma y camiseta de tirantes, aboliendo toda transición entre la playa y la ciudad. En la Fundación Miró tienen que llamar la atención a turistas que pretenden entrar descalzos, con la toalla playera al hombro. Y Pepe Serra, el director del Museo Picasso, inventa nuevas estrategias para atraer al público nativo barcelonés a las salas de las que ha ido desertando a causa del turismo. La elegante ciudad del diseño se enfrenta a una metástasis del mal gusto. En la Rambla y aledaños proliferan los comercios donde se venden souvenirs baratos, horriblemente feos y hasta deformes, fabricados en Taiwan, con el sombrero mejicano en el «top ten» del atuendo típico en las ruidosas juergas nocturnas que irritan a los madrugadores vecinos. Por el contrario, en el Born, una especie de Soho a la catalana, la crisis torpedea el frágil tejido artesanal, de la moda al diseño de interiores, que ha dado fama a la creatividad de la ciudad.

Y en cuanto a los símbolos o iconos de Barcelona, desaparecido ya Copito de Nieve, aquel rarísimo gorila blanco capturado en Guinea, la Sagrada Famìlia es sin duda el equivalente local de la torre Eiffel de París o el Coliseo de Roma, según la apreciación de los turistas. Y eso que también en este caso su puesta en valor ha llegado desde el exterior puesto que la «intelligentzia» oficial le volvió la espalda apostando por recintos modernos como el desangelado Fòrum, que permanece desierto mientras la Sagrada Familia se muere de éxito con más de dos millones de entradas al año.