El Barcelona ya es oficialmente campeón de Liga. El título era virtualmente suyo desde que hace un par de semanas diera una demostración de juego en el Bernabéu, pero después de que Joseba Llorente demorara con su gol la consecución del mismo la semana pasada, era necesario certificar matemáticamente la victoria —alcanzada tras la derrota hoy del Real Madrid ante el Villarreal— para centrar esfuerzos en la final de Champions, el apasionante reto que le queda al Barcelona para redondear una magnífica temporada.
Una piña de equipo donde la tranquilidad del vestuario se ha trasladado al campo
En una carrera de fondo como es el campeonato de Liga, a diferencia de los torneos con formato de copa, el ganador siempre es el equipo que ha demostrado ser el mejor a lo largo de los nueve meses de competición. Pocas veces, sin embargo, se puede hablar de un vencedor más merecido que este Barça, cuyo ejercicio roza la perfección. Lo certifican los números y, sobre todo, las sensaciones que los jugadores han dejado sobre el césped. Estas son algunas de las claves para entender su éxito.
Desde que Johan Cruyff arribara al banquillo blaugrana en 1988, el proyecto deportivo ha seguido una línea constante. El legado que Cruyff dejó en forma de fútbol atrevido, alegre y ofensivo ha sido respetado, exceptuando un par de paréntesis fallidos (Robson, Serra Ferrer), por sus sucesores en el banquillo. Las diferentes directivas han contratado a entrenadores de corte similar, aunque cada uno con sus particularidades tácticas (más rígido Van Gaal, más flexible Rijkaard), con el estilo de juego de la escuela holandesa instaurado por Cruyff como referente no sólo para el primer equipo, sino también para todas las divisiones inferiores.
Al final de la temporada anterior, cuando Laporta decidió destituir a Rijkaard después de dos temporadas en blanco, muchas eran las voces que, desde afición y prensa, reclamaban un cambio de timón. José Mourinho era el hombre que aparecía en todas las quinielas. Un entrenador que se puede considerar en las antípodas del cruyffismo y cuya concepción del fútbol concuerda poco con el fino paladar del Camp Nou. Lo sencillo hubiera sido satisfacer a los que pedían mano dura, pero Laporta decidió apostar por un técnico heredero directo de la filosofía de Cruyff pero cuya juventud e inexperiencia convertían en una incógnita su labor al frente de un equipo como el Barcelona. Una apuesta valiente y audaz por parte del presidente cuyo feliz resultado, por suerte para el club y para el fútbol, está a la vista.
La primera decisión que tuvo que tomar Guardiola al aterrizar en el vestuario del primer equipo no fue fácil. El técnico anunció, el mismo día que tomó posesión de su cargo, que no contaba para su proyecto con Ronaldinho, Deco y Eto’o, tres de los mejores jugadores en la última etapa del club y absolutamente decisivos en la consecución del doblete en 2006. El alarmante descenso de rendimiento y los rumores sobre su mala influencia en el vestuario hacían comprensible la valiente, aunque arriesgada, decisión del técnico, que demostró así desde el principio que, a pesar de su bisoñez, su autoridad y firmeza no estaban en duda.
El brasileño y el portugués encontraron acomodo en Milán y Londres. Eto’o se quedó y fue entrando paulatinamente en los planes de Guardiola, resultando absolutamente decisivo con sus goles. Fueran los citados jugadores responsables del mal ambiente en el vestuario o no, lo cierto es que este año la caseta del Barça se ha mostrado como una balsa de aceite, sin problemas entre jugadores y cuerpo técnico, algo también favorecido, justo es reconocerlo, por el viento de cola de los resultados positivos.
Una cantera ha sido clave en el éxito del equipo
Valdés, Puyol, Piqué, Busquets, Xavi, Iniesta, Messi. Hasta siete habituales en el equipo inicial durante la temporada proceden de la Masía, a los que habría que sumar las aportaciones de Bojan, Víctor Sánchez o Pedro. Una bendita anomalía en el cada vez más mercantilista panorama del fútbol europeo de élite que refleja la importancia que el club otorga a su cantera y el cuidado con que se trata. Guardiola demostró su confianza en la cantera desde bien temprano, como lo demuestra que en la segunda jornada, después de la inicial derrota en Soria, incluyera en el once a Busquets y Pedro.
El mimo a la cantera tiene ventajas indiscutibles. La primera, obviamente, es la económica: ¿cuánto valen hoy en el mercado Messi, Iniesta y Xavi? Otra ventaja es que los jugadores quedan imbuidos del espíritu del club desde bien jóvenes. Esto provoca una filiación con el club que es imposible que posea un jugador fichado a golpe de talonario. Además, puesto que los equipos de todas las categorías del club tienen la misma forma de jugar, el salto al primer equipo resulta menos brusco. Otra importante ventaja es la identificación que siente el público con unos jugadores a los que inevitablemente siente más próximos que a cualquier recién llegado.
Guardiola llegó al banquillo el pasado verano sin mediáticas declaraciones demagógicas ni inciertas promesas de títulos, aunque sí de trabajo. El éxito no parece haber alimentado su vanidad. Con la misma humildad que llegó se ha desempeñado durante la temporada y ha resultado contagiosa al resto del club. Pese a la abrumadora superioridad exhibida por el Barcelona, es imposible encontrar en la hemeroteca declaraciones soberbias por parte de los jugadores o el cuerpo técnico. Ni siquiera la directiva ha roto esta tónica respetuosa. La humildad y el respeto por rivales y árbitros han sido la constante en las palabras de unos y otros, lo cual engrandece más si cabe los logros deportivos.
La humildad con que llegó Guardiola se contagió al resto del club.
Si bien es cierto que los buenos resultados desde principio de temporada han evitado los nervios en la tantas veces convulsa entidad blaugrana, tanto el club como el equipo han vivido una temporada plácida. Ni en los traspiés de principio de temporada contra Numancia y Racing; ni en la agobiante persecución madridista de cinco meses, con tropiezos contra Betis, Español y Atlético de Madrid que se podían haber interpretado como un peligroso punto de inflexión; ni mucho menos en el definitivo duelo del Bernabéu, han surgido síntomas de inquietud o falta de confianza desde el equipo o las altas esferas.
Todas las claves anteriores pueden tener su importancia, pero lo único realmente decisivo en el fútbol es lo que ocurre en el césped y ahí es donde el Barcelona ha marcado las diferencias. El maravilloso fútbol que ha desplegado el equipo culé durante esta campaña se ha visto refrendado con los dos títulos conseguidos esta semana, pero aun no habiendo levantado ningún trofeo este equipo habría entrado en la historia junto a aquellos (el Madrid de los 50, el Brasil del 70 y del 82, el Ajax de los 70, el Madrid de la Quinta, el Dream Team de Cruyff...) que han contribuido a acercar un simple deporte a la categoría de arte.
Guardiola ha recogido la valiosa herencia de Rijkaard (el grueso de la plantilla, el 4-3-3, el toque, las bandas...) y, puliendo algunos defectos y vicios adquiridos, ha armado una auténtica máquina de precisión futbolística, aprovechando la mezcla de unos cuantos jugadores en la madurez de su carrera (Xavi, Márquez, Etoo, Alves) con otros en plena eclosión (Messi, Iniesta), un par de promesas emergentes (Busquets, Piqué) e incluso algún veterano que parecía perdido para el deporte de alta competición (Henry).
El equipo ha funcionado a la perfección durante prácticamente todo el campeonato, con un Valdés, pese a las críticas persistentes, cada vez más asentado en la portería; una defensa adelantada y segura en la que han brillado la jerarquía y lucidez sacando el balón jugado de Márquez, las galopadas del incombustible Alves y la estupenda irrupción de un sorprendentemente maduro Piqué; un centro del campo plagado de talento donde Touré Yaya ha complementado con músculo y sentido táctico la ilimitada fantasía de Xavi e Iniesta; y una delantera letal que a día de hoy alcanza la friolera de 70 goles entre sus tres integrantes: Etoo, Henry y Messi, la joya de la corona.
La valentía de Guardiola y su insobornable propuesta ofensiva han terminado dando la razón al entrenador, para regocijo de los que entienden el fútbol como un espectáculo festivo. El juego rápido, ágil, dinámico (mucho pase y poca traslación de pelota) e incisivo del equipo ha resultado un vendaval imparable para la mayoría de sus rivales, desesperados por perseguir sombras durante 90 minutos. Tampoco han sufrido demasiado sin balón. La presión conjunta, el sacrificio y la solidaridad le han permitido a menudo robar el balón muy cerca del área contraria. De esta forma ha conseguido muchos de los goles que le han permitido ganar hoy el título de Liga. El segundo de un equipo llamado a hacer historia.
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