Lo mejor que le puede pasar a un buen lector es sentirse perplejo e indefenso al inicio de un libro. Empezar a leer y darse cuenta enseguida de que esa novela se sale del 'érase una vez…' con final feliz, personajes estereotipados y una escritura que no pasa de ser sencillamente correcta, sin más. Lo que todos esperamos es que nuestro horizonte de expectativas cambie de pensar que estamos empezando 'una novela más' a sentir que nos enfrentamos a algo distinto e importante.
Y así, completamente absorbido, sin poderme permitir respiros ni pausas, leí ‘Las primas’ de Aurora Venturini (Caballo de Troya , 2009). Y desde entonces trato de encontrar las palabras que logren expresar el desconcierto y la emoción de quien abre un libro casi por casualidad y acaba convencido de su excepcionalidad. Este artículo es mi intento por lograrlo.
‘Las primas’ es una auténtica locura que nos hace sonreír y a la vez excusarnos diciendo que no nos pasa nada, que se nos ha debido de meter algo en el ojo. Pero si digo que cuenta la historia de una peculiar familia, disfuncional a su modo, me diréis que al fin y al cabo ese no deja de ser un tema literario bastante recurrente, tratado en infinidad de ocasiones, interesante, pero con grandes ejemplos en la historia de la literatura. Alguno, además, volverá a caer en el tópico de repetir aquello de que "todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz…" que escribió el ruso.
Pero deberíais creerme si os digo que en la peculiaridad y la desgracia de esta familia puede encontrarse el origen de aquello que hace a esta novela deslumbrante: se trata de una 'gens derrengada y degenerada', de 'semivivos', por utilizar los términos que aparecen en la novela, en que cada tía y cada prima arrastran su particular grado de deficiencia mental y hasta de deformidad física. Entre esta estirpe marcada por la fatalidad asoma la voz de Yuna, una niña con cierto retraso mental que se empeña —a pesar de las dificultades que le son propias— en sentarse a escribir por su cuenta y contarnos lo que sucede en su familia. Y aquí sí podemos hablar de cierta 'normalidad': odios, recelos, embarazos no deseados, el descubrimiento de la sexualidad propia…
Yuna parece una niña con corbata pintada por Modigliani perdida en medio del rodaje de la mítica película de Tod Browning 'Freaks. La parada de los monstruos'; pero ella no se siente 'uno de ellos' y se empeña por todos los medios en salir de allí. El descubrimiento de la pintura como medio de expresión de sus sentimientos le permitirá llevar a su propio mundo acontecimientos e imágenes fijas instaladas en su cabeza.
Pero deberíais creerme si os digo que en la peculiaridad y la desgracia de esta familia puede encontrarse el origen de aquello que hace a esta novela deslumbrante: se trata de una 'gens derrengada y degenerada', de 'semivivos'
Lo ideal —y no es comodidad por mi parte— sería que no contara nada más, ni de lo que sucede en la novela, ni de la peculiar voz de Yuna como narradora del mundo que le rodea y le cuesta comprender, porque artículos como éste pretenden incitar a su lectura, a descubrir una novela que si fuera sólo cuestión de calidad estaría a día de hoy en boca de todos. Pero aún así, algo más se me escapará al respecto… estoy convencido de que ‘Las primas’ será una de las novelas del año, y me costaría callarme ahora mismo.
Para Yuna es tan inmediata la realidad y tan incompresible (aprenderá a leer la hora en los relojes de aguja a los veinte años), como urgente su necesidad por escribirla. Su empeño autodidacta por articular lo que su cabeza piensa de una forma completamente acelerada y sin orden alguno con su escritura lenta y esforzada por lograr cierta 'normalidad', le obligan a saltarse muchas convenciones literarias: puntuación, asociación de ideas… Y cuando Yuna, incapaz todavía de manejar algunos términos abstractos, necesita alguna palabra no tiene rubor en acudir al diccionario y confesarlo abiertamente al lector.
Ya en la primera página encontramos, después de creer que por despiste editorial se han saltado un par de comas necesarias según nuestra costumbre de lectores, una curiosa asociación de ideas, impensable en un texto 'académico'. Iremos descubriendo que la forma que tiene Yuna de contar las cosas no es normal. Al referirse a su madre dice:
En tercer grado la llamaban la señorita de tercero pero estaba casada con mi papá que la abandonó y nunca volvió a casa a cumplir obligaciones de pater familiae. Ella asumía tareas docentes turno mañana y regresaba a las dos de la tarde
Aurora Venturini ha logrado escribir tan mal para poder plasmar los movimientos de un cerebro ajeno a la normalidad, presentando una novela increíble y maravillosa que obliga al lector desde la primera página a adentrarse en un mundo absolutamente desconocido. En mi modesta opinión: una obra maestra.
Por eso mismo, cuando esta osada novela ganó el Premio Nueva Novela convocado por el diario argentino Página 12, el jurado pensó que sería obra de algún joven vanguardista y atrevido, en una broma de Vila-Matas o algo por el estilo, pero nunca que viniera de la mano de una mujer de 85 años llamada Aurora Venturini.
De hecho, yo no logro imaginarme a Vila-Matas escribiendo ‘Las primas’. Es imposible. Admiro su escritura y conozco sus virtudes, pero no parece capaz de escribir algo así; aunque tuvo el enorme acierto de decir que quizá tras el manuscrito pudiera ocultarse el prolífico autor César Aira disfrazado de loca faulkneriana, porque eso mismo es ‘Las primas’. Nadie puede perderse esta novela.
A pesar del tamaño descomunal de esta obra (hablo de calidad, no se asusten porque no alcanza las 200 páginas), no quiero que ensombrezca del todo otra muy buena novela que la editorial Caballo de Troya ha incluido dentro de lo que han llamado 'Primavera Argentina': una muestra de la actual narrativa argentina 'resumida' en seis libros de cinco autores. ‘Las primas’ y ‘Opendoor’ de Iosi Havilio son las dos primeras novelas, que continuarán llegando a las librerías españolas durante este mes de mayo y junio.
‘Opendoor’ —les prometo ser breve— es una estupenda novela que ha logrado recordarme al delirio de las mejores narraciones de Haruki Murakami (para mi gusto: ‘Crónica del pájaro que da cuerda al mundo’). La desaparición de una persona cercana conducirá a la protagonista a vivir situaciones del todo impensables un día antes: su propio comportamiento parece alterado, quizá por algo tan incomprensible y misterioso como lo que hace actuar al resto de personas que conocerá. Eso sí, cambiando los gatos —tan del gusto del japonés— por el caballo del inicio de esta novela.
"Se me hacía todo tan raro, tan nuevo, tan pasajero", se confiesa a sí misma la narradora. Y es extraño el erotismo soterrado que aprovecha cualquier ocasión en la novela para aflorar a la superficie. Y es misterioso el lugar: Opendoor es una especie de pueblo dentro de otro pueblo, donde se desarrollan por igual todas las actividades normales y necesarias para el funcionamiento de una colectividad, pero con la peculiaridad de que se trata en realidad de un hospital de insanos, de alienados, que practica una experimental política de 'puertas abiertas' y de aparente 'normalidad'. Déjense llevar por el delirio de lo insospechado y disfrútenla.
* Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca forman el colectivo literario 'Tipos Infames'.
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