Hoy Se cumplen 30 años del estreno de 'Amanecer Zulú' y, si nos da por revisar, 130 años, 3 meses y 23 días de la batalla de Isandlwana. Además la semana pasada el zúlú Jacob Zuma fue elegido como nuevo presidente de Sudáfrica. Demos un paseo por el sur...
Los soldados británicos de 'Zulú' se encontraron más resistencia de la esperada en África
El ser humano es vanidoso. Soberbio. Prepotente. Aquí no hay razas: si el hombre puede ponerle el pie en el cuello a un semejante, desdeña el suelo en el que podría sustentarse y alza el pie. Ocurre entonces en alguna ocasión que el individuo sobre cuyo cuello va a reposar la bota se levanta inopinadamente y el fanfarrón pierde pie y cae al suelo que acaba de dejar, con todo el cuerpo.
El 11 de enero de 1879, confiado en una superioridad incontestable, el ejército británico al mando de Lord Chelmsford emprendió su camino hacia el sangriento tropezón de Zululandia. 'Amanecer zulú' cuenta la historia de la batalla de Isandlwana: la sonada derrota del Imperio, que les costó mil cuatrocientas bajas y proporcionó a los zulúes cañones, rifles y munición como para una guerra.
'Zulú', la de salvar la cara, se centra en Rorke's Drift: escaramuza unas horas después de Isandlwana, en la que ciento cuatro soldados ingleses, varios de ellos enfermos, lograron resistir el ataque de entre seis mil y cuatro mil zulúes, o eso les pareció a los defensores. Con Rorke's Drift el orgullo se salva, pero darles, les dieron. Los pueblos primitivos es lo malo que tienen: les das pie y ellos te dan una patada. Al final, perdieron los zulúes. Estaban condenados. A los Martini-Henry de tiro rápido de las tropas británicas oponían los rifles ganados en combate y la azagaya, a la que los zulúes llamaban iKlwa por el ruido que hacía al salir de la carne. La carne fue la de ellos y el zulú pasó a ser el cosaco del colonizador, el policía de los blancos en Sudáfrica.
Con alguna licencia y unos cuantos prejuicios heredados, 'Amanecer zulú', más sobria, y 'Zulú', espectacular, son dos apasionantes películas que el DVD recupera para casa.
(sobre notas tomadas del libro 'Zulu', de David Saul. Penguin Books. 2004)
De los antecedentes
El colofón que Sir Bartle Frere pensaba ponerle a su brillante carrera y el empujón que el Teniente General Lord Chelmsford quiso darle a la suya provocaron uno de los mayores desastres que sufrió nunca el extinto Imperio Británico. Desastre vergonzante, frente a un pueblo primitivo y mal armado.
No hacía mucho de la insensata carga de la Caballería Ligera en Balaclava, todavía coleaba por tanto la Guerra de Crimea y, un poco más atrás en el tiempo, el recuerdo de la revuelta india galvanizaba los ánimos de los soldados ingleses y, sobre todo, de sus oficiales, que buscaban la gloria incluso al precio de la vida.
Sin tener la menor intención de entrar en una guerra, los zulúes se vieron empujados a ella pese a que su rey, Cetshwayo, hizo cuanto estuvo en su mano para evitarla.
"¡Que vienen los zulúes!" (Fotograma de 'Amanecer zulú')
El zulú como reino contaba entonces sesenta años de historia y sólo algunos más como entidad tribal. En ese tiempo, los zulúes, una escisión de la etnia bantú, se habían 'comido' a todos sus enemigos y eran respetados y temidos por sus vecinos, parte de los cuales les rendían tributo. Sesenta años de luchas desde que Shaka, que se había hecho con el empleo de jefe en 1816, comenzara a aplicar de manera metódica las tácticas perfeccionadas en múltiples combates: la formación del búfalo —frente para iniciar el choque, cuernos para envolver al enemigo, más los lomos, que constituían la reserva— y, en sustitución de la lanza, que mataba de lejos y no mataba demasiado, la azagaya, que mataba de cerca y con peligro, generando en el guerrero zulú muy mal talante. La guerra se volvió guerra de aniquilación, en la que los supervivientes pasaban a engrosar las filas propias.
Ahora, en 1879, el zulú, cuyo territorio había disminuido un tanto, se sentía inclinado a disfrutar sus logros y a no medirse con el aparato militar de Su Graciosa Majestad, cuyo poder intuía. Para sus escarceos con los blancos le bastaban los colonizadores holandeses. El gobierno británico tampoco estaba entusiasmado con un conflicto en África del Sur. Tenía problemas en el Este con Rusia, andaba enredado en Egipto, y la situación internacional no aconsejaba nuevas aventuras. Pero sir Bartle Fere y Chelmsfordse empeñaron en crear un motivo.
Cethswayo: el rey de los zulúes. Cedió lo más que pudo.
Sir Bartle Frere: deseaba un título nobiliario y una sustanciosa pensión vitalicia, que el gobierno conservador de Disraeli le había insinuado como premio a su labor en Sudáfrica. Estaba dispuesto a que Cethswayo no pudiera ceder.
Teniente General Lord Chelmsford: el martillo de Frere, le buscaba a Cethswayo los dedos. Al mando de la invasión de Zululandia.
ISANDLWANA ('Amanecer zulú'): el desastre del ejército británico. Mil setecientos sesenta y dos hombres deseando que los zulúes atacasen. Y atacaron.
Ntshinwayo: dirigía el ataque.
Coronel Durnford: el chivo expiatorio. Nunca en su vida tuvo suerte y estuvieron a punto de quitarle su muerte. Las órdenes que Lord Chelmsford le envió fueron sustraídas de su cadáver por uno de los oficiales, deseoso de darle al teniente general una coartada y, de paso, proporcionársela a sí mismo. No se recuperaron esas órdenes hasta siete años después. Durnford fue rehabilitado.
Coronel Pulleine: con Chelmsford, el verdadero responsable de Isandlwana. No fortificó el campamento, no abrió trincheras, no retiró las tiendas para dejar expedito el espacio que los tiradores precisaban: al parecer pretendía que los zulúes se confiasen y ganar los laureles de ese día. Seguramente se contó entre los primeros muertos.
Tenientes Coghill y Melvill: es dudoso que recibieran la orden de salvar la bandera. Lo más probable es que intentaran salvarse ellos. No hubo suerte.
Bloomfield, furriel: el pomposo cretino que no proporcionaba balas más que a su regimiento. Sucedió tal como nos lo cuentan en el cine.
RORKE’S DRIFT ('Zulú'): en el emplazamiento de una misión, enfermería y puesto militar para cubrir los puentes sobre el río. Estaba al mando el mayor Spalding quien, al recibir noticias de la carnicería en Isandlwana y del ejército zulú que se acercaba, decidió ir personalmente a por refuerzos, lo que le pareció bastante más seguro que quedarse.
El teniente Chard: un no muy dotado ingeniero, y el aristocrático y perezoso teniente Bromhead: poco apreciados por sus superiores, permanecieron en su sitio y pelearon.
Comisario Dalton: a él se debe la juiciosa decisión de no abandonar el puesto y quedar al descubierto, y la organización de la defensa. Fue descrito por el soldado Hook, héroe en Rorker’s Drift, como «uno de los hombres más valerosos que hayan podido existir». Se le reconoció su papel casi un año después de la batalla, cuando ya nadie se acordaba de ella.
Otto Witt y Margaretta Witt: el misionero sueco y su hija. Cy Enfield los invitó a «Zulú» para que hubiera «chica». Ella no estuvo siquiera en Rorker’s Drift. La mujer y los hijos de Witt, uno de los tres primeros en ver a los zulúes acercándose, se hallaban en Umsinga. Y a Umsinga salió Witt escapado, antes de que el combate se iniciase.
El desconocido soldado nativo con una pierna rota al que tuvo que abandonar Hook —que ni era el pendenciero bebedor que muestran las imágenes ni estaba enfermo, sino a cargo de la cocina en el hospital— y que fue el primero en morir acuchillado por los zulúes.
Los soldados Robert y William Jones, el soldado Hook, el soldado Hitch, el caboWilliams, el valiente cabo suizo Schiess: como sus oficiales Chard y Bromhead, recibieron la Cruz Victoria por la defensa de Rorke’s Drift.
General Wollesley: decidido reformador de un ejército en el que pocos años antes de la Guerra Zulú los empleos de oficial todavía se compraban. Wollesley, a quien los aristócratas —el Duque de Cambridge— detestaban y la reina Victoria no podía tragar, era el favorito de la ciudadanía. Sustituyó a Lord Chelmsford en Sudáfrica. Sobre los defensores de Rorker’s Drift decía no entender en qué consiste el heroísmo de unos hombres cuya única opción era dejarse matar o defenderse.
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