El Barça ya tiene la primera pieza de su corona

Ha sido sólo un detalle, pero muy significativo. Corría el minuto 38 y Pinto, el guardameta azulgrana, guardaba la pelota en sus pies. Mientras, tres jugadores del Athletic se arremolinaban a su alrededor, como envasando al vacío la zona de creación del Barcelona, presionando arriba con mucha valentía. Entonces, el portero con aspecto de Geyperman, en vez de rifar el balón a causa de la presión, se ha empeñado en sacarlo jugado, buscando a sus compañeros para que pudiesen hacer rodar el balón, que es como saben jugar los de Guardiola.

(EFE)

La Copa es suya.

Este fotograma contiene buena parte de la esencia del partido: ambos equipos llevando sus respectivas armas al límite, como tersas extremidades de los dos tipos concienzudos que se sentaban en los banquillos. Por un lado, el Athletic de Caparrós, jugando con voluntarismo su única carta de la temporada. Mucho atrevimiento traducido en un tempranero gol de Toquero (cara desencajada tras anotar el gol), recordando aquella final de 1984, y una sensación de asfixia en los creadores barcelonistas.

Sin embargo, a la media hora de juego, Touré Yayá se sacudió con potencia toda la presión de los bilbaínos con una jugada digna de Beckenbauer, avanzando metros como quien se dirige sin complejos contra un muro de hormigón. El resultado: un golazo desde la distancia que abrió de par en par las puertas del partido al equipo de Guardiola. A partir de entonces, el Barcelona empezó a asomar tímidamente su concepción del fútbol hasta llegar al descanso.

Eso sí, al empezar la segunda mitad los jugadores de medio campo del Barcelona se desataron como una presa que se agrieta, la pelota volvió como un hijo pródigo a su dueño más legítimo y, cuestión de tiempo, los goles empezaron a caer. Primero, con un Messi que ya empezaba a nadar entre los huecos que dejaban los vascos. Después, con un tiro de Bojan, una persona a la que, grandezas de la Copa, le corresponde uno de los pedacitos más grandes del trofeo merced a su protagonismo durante toda la competición. Y, por último, Xavi de una falta directa de etiqueta. El Athletic, fundido o abrumado, no tuvo voz siquiera para replicar.

Ambos equipos quisieron un duelo de poder a poder, un pulso con la mirada fija en los ojos del contrario. Pero el equipo de Guardiola era el que guardaba las armas pesadas, el que dio un golpe sobre la mesa e hizo temblar todo Mestalla, el que tras un inicio dubitativo supo agarrar las riendas del encuentro y sacar su cincel, como ha hecho durante toda la temporada. La única diferencia es que, tras su victoria por cuatro goles a uno, el equipo más espectacular de la temporada ya tiene su primer trofeo, el certificado de una superioridad insondable, el triunfo de la ecuanimidad, y a pesar de las bajas de Henry e Iniesta.

Los aficionados bilbaínos que querían regurgitar la sensación de los campeones pueden sentir orgullo porque su equipo fue valiente y luchó por volver a subirse a la gabarra. Sin embargo, tuvieron la mala suerte de encontrarse en el lugar inoportuno en el momento inadecuado. Con un Barcelona que esta semana puede proclamarse campeón de Liga y que cuenta rabioso los días que quedan para la final de la Liga de Campeones. Y que ya suma, ni más ni menos, 25 títulos de Copa del Rey a lo largo y ancho de su historia.

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