‘United Red Army’. El título parece una película rusa antigua de Eisenstein, pero es en Japón donde transcurren los hechos. Estamos a principios de los años 70, y una facción de extrema izquierda japonesa se radicaliza y tantea la lucha armada. Los años de plomo en versión nipona, desmenuzados en una increíble odisea de 3 horas y 10 minutos de Koji Wakamatsu, al ritmo de la música psicodélica de Jim O'Rourke.
En Italia, Alemania y Japón, sectores enteros de extrema izquierda se han movido de esta manera, entre el revuelo de las ilusiones perdidas tras el 68, en una violenta acción sin salida, autodestructiva y con un desenlace casi siempre en un cruento callejón sin salida. La pérdida de rumbo japonesa es menos conocida en Francia [y en España] que la de las Brigadas Rojas italianas o la de la Facción del Ejército Rojo alemán de la que Jean-Pierre Thibaudat nos contaba que recientemente había sido objeto de un espectáculo en el Teatro de la Colina de París: esta película viene a llenar una auténtica laguna.
Trailer de la película, con subtítulos en inglés.
‘United Red Army’ muestra con diabólica minuciosidad el engranaje donde se halla sumida una parte de la juventud japonesa, radicalizada por la alianza nipo-norteamericana de la Guerra Fría, el impacto de la Guerra de Vietnam y de la Gran Revolución Cultural Proletaria de Mao Zedong, así como por el conservadurismo de la sociedad japonesa. Las imágenes en blanco y negro de estos años de manifestaciones colosales, hiperdisciplinadas, que rematan en formidables enfrentamientos con las fuerzas de orden público, sitúan la epopeya en su contexto histórico.
El paso a la lucha armada empuja a los militantes japoneses a tomar una vía que deriva con toda rapidez en la autodestrucción. La necesaria disciplina de los clandestinos viene acompañada de un puritanismo y un abandono de todo individualismo, donde todo incumplimiento merece una autoritaria autocrítica, y, progresivamente, la muerte.
De este modo, se nos muestra a 14 víctimas de estas monstruosas sesiones de autocrítica colectiva, donde Koji Wakamatsu, el apasionado cronista de estos años de locura, no nos ahorra detalle alguno, por muy insoportables que sean. Una manera de hacernos penetrar en la psicología del grupo, en su creciente desfase con la realidad, en su idealismo viciado de cálculos mezquinos de aparatos o egos. Situaciones donde la vida humana cuenta cada vez menos, en profundo desajuste con un discurso humanista.
Todo ello nos trae a la memoria el título de ‘Libération’ durante la lucha implacable entre la República Federal Alemana y el grupo terrorista Baader-Meinhof —Facción del Ejército Rojo—: 'La guerra de los monstruos', que marca la ruptura de la extrema izquierda francesa con la alternativa de la violencia.
La tercera parte de la película evoca un episodio tremendamente mediatizado en su momento: la resistencia de un grupo de jóvenes armados, acorralados en una casa de Asama Sanso, un pueblo perdido en plena montaña, donde toman a una mujer como rehén. Un sitio prolongado, entrecortado de tiroteos, de momentos extraños, divertidos, tirantes o tiernos, que marcan, de hecho, el fin de esta época. Un final simbolizado, en cierta forma, por la frase que dirige por megafonía una madre a su hijo, uno de los jóvenes furiosos de Asama Sanso, para incitarle a rendirse:
"Se acabó; Nixon ha ido a visitar a Mao…"
Una suerte de película oportuna y lograda por su fuerza cinematográfica y por el peso de la historia. Un pedazo de vida del siglo XX que se torció.
* Este artículo se ha publicado originalmente en el medio digital francés Rue89
(Traducción: Carola Paredes)
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