Sólo es bueno para los pájaros. Gran parte de la crítica especializada consideraba el cine de Alfred Hitchcock migajas para pájaros. Supongo que tras cada crítica el maestro corría llorando al banco a ver su cuenta corriente. Allí, tras la ventanilla, un puñado de hombres con visera le daban la buena noticia: gozas del favor del público. Rechoncho y paticorto, respiraría aliviado. Así lo imagino yo: enchaquetado y frotándose el sudor de la frente con un pañuelo a rayas, como atusándose la cabellera. Ese gordo calvo poseía la mente cinematográfica por antonomasia. Paradójicamente, el Hitchcock que estruja e indaga en su personalidad fílmica nace con la película '39 escalones'.
A partir de ésta el británico va conformando su personalidad como artista. Hitchcock siempre fue dueño de sí mismo: realizó las películas que creyó convenientes y de la forma que consideró más adecuada. Es por eso un director profundamente personal. Neurótico y obsesionado con el cine, con su ciencia, no se debe permanecer en la superficie; dentro de cada encuadre, cada movimiento de cámara, cada fuera de campo residen una profunda emoción y humanidad. Aunque sobre ellas haya un planteamiento casi maquiavélico la maquinaria que rige el funcionamiento cinematográfico de Hitchcock son las emociones. La acción es la emoción. Y el suspense, como tal, una invención de publicistas.
Por otro lado, la idea de Hitchcock, que en sí es cinematográfica, puede sobrevolar de un lado a otro, del amor al odio, con relativa velocidad. Aunque tras una apariencia intermitente y áspera su cine siempre encuentre el equilibrio. Su éxito comercial no es sino un efecto derivado de su sinceridad. Y de ahí, la constante identificación con los personajes que tenemos frente a nosotros.
Aquella carretera que atraviesa el desierto y en la que Cary Grant huye de la avioneta, como si el destino sobreviniera sobre nuestras cabezas, inexorable. Las cuchilladas que Anthony Perkins propinó a Janet Leigh en el viejo motel. James Stewart atrapado en su sillón observando el mundo a través de sus prismáticos. Paul Newman y Julie Andrews, escondidos en grandes cestas de mimbre, escapando de la policía alemana. He aquí el legado de Hitchcock, su verdadera contribución al mundo del cine: que parte del imaginario colectivo sea también obra suya.
Hitchcock es ese hombre al que el miedo ha impulsado a contar las historias más terroríficas, ese hombre que se casó virgen a los 25 años y que no conoció nunca a otra mujer más que la suya, sí, sólo ese hombre ha podido representar el homicidio y el adulterio como escándalos, sólo él sabía hacerlo y sólo él tenía derecho a hacerlo.
Hitchcock formaba parte de otra familia, la de los Chaplin, Stroheim, Lubitsch. Como ellos, no se conformó con practicar un arte, sino que se empeñó en profundizarlo, escapar de sus leyes. Hitchcock no sólo intensificó la vida, sino también el cine.*
Sir Alfred, los 80 fueron una terrible edad para morir. Feliz 29 muertecumpleaños.
*Francois Truffaut – 1983 (Extraído del final del libro "Hitchcock – Truffaut". Edición Definitiva)
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