No sufre una guerra étnica porque sólo hay una etnia. No se trata de una guerra religiosa porque sólo existe una religión aunque, como siempre, interpretada de forma variopinta. Puede que sea una guerra entre clanes, subclanes o señores de la guerra. O todo a la vez.
Mujeres partidarias del señor de la guerra Mohamed Farah Aidid en Mogadiciso, marzo de 1995.
Vemos combatientes con armas modernas que luchan por los esqueletos de las casas. Y sentimos miedo porque los piratas secuestran nuestros pesqueros, nuestros petroleros y se atreven con nuestros transatlánticos de recreo.
Decidimos intervenir con 14 años de retraso después de promocionar el olvido en todos los foros internacionales. La receta no es ocurrente. Mandar dinero para afianzar el poder de una milicia islámica enfrentada al resto y que apenas controla la capital y sus suburbios no es una gran idea. Se parece a lo que se hizo en Afganistán en los 80 y después de septiembre de 2001.
Ya hemos encontrado nuestro Karzai somalí: se llama Sharif Ahmed, es jefe de un Estado inexistente, hasta hace poco el jefe radical de una milicia islámica y llegó tarde a la reunión de donantes porque levantó sospechas en el control de pasaportes a su entrada en Bélgica.
Vamos a subvencionar a los que aplican la sharia. No nos importa pisar nuestros principios morales si conseguimos calmar las aguas turbulentas pobladas de piratas modernos. La paz de los océanos es más importante que la ética.
Hace 30 años Somalia y su dictador Siad Barre era 'nuestro hijo de puta' en el cuerno de África. Había que evitar el expansionismo soviético en África y todas las armas del mundo llegaban a Somalia. Para armar durante décadas a generaciones de combatientes desesperados. Más armas que personas. Una copia de lo que estaba pasando entonces en Afganistán. Los fracasos se parecen mucho en política.
¿A quién le puede interesar la pacificación cuando la industria del secuestro y la piratería permiten suculentos negocios a los hombres más poderosos del país?
Somalia es una perla informativa que da grandes titulares de cuando en cuando. Sus hambrunas fueron primera plana gracias a la valiente labor de algunos periodistas y trabajadores humanitarios.
El desembarco estadounidense de diciembre de 1992, la llamada operación 'Devolver la Esperanza', se convirtió en un vergonzoso circo mediático al principio y en un sonado fiasco al final, en marzo de 1995, cuando los últimos soldados del imperio abandonaron el país con el rabo entre las piernas después de sufrir alguna paliza bélica en las calles de la capital Mogadiscio.
El silencio se instaló sobre su territorio y su población fue abandonada a su suerte. Las cifras causaban pavor: 6,2 millones de habitantes de los 8,8 que vivían en el Estado interruptus sufrían desnutrición. La inseguridad obligaba a los trabajadores humanitarios a llevar escolta permanente en sus vehículos y a sufrir ataques regulares. Costaba más la escolta armada que protegía los convoys humanitarios que la carga que llevaban.
Un soldado estadounidense vigila en una calle de Mogadiscio, marzo de 1995.
Cuando volvió a convertirse en la perla informativa gracias a la película 'Black Hawk derribado' en 2002, ya había tres Somalias, o lo que es lo mismo, un país tan fraccionado que jamás será el mismo.
Disculpen, se me olvidaba: en los 90 se desvelaron las atrocidades cometidas por los cascos azules italianos y canadienses contra la población civil. Hubo un rebrote periodístico en busca de testimonios exclusivos que muchas veces eran simples montajes orquestados por los somalíes más listos. Los fracasos periodísticos también se parecen.
Como en Afganistán ahora, se quiere solucionar los problemas pendientes con un puñado de dólares. Desde que Siad Barre fue expulsado del poder tras ocuparlo durante 22 años, ha habido una quincena de gobiernos en Somalia o lo que queda de ella. Y todo ha ido de mal en peor.
Se necesitarían años para desmilitarizar el país y crear unas fuerzas de seguridad lo suficientemente preparadas para combatir a los señores de la guerra. ¿A quién le puede interesar la pacificación cuando la industria del secuestro y la piratería permiten suculentos negocios a los hombres más poderosos del país? Demasiadas personas viviendo de las plusvalías de un negocio. Sin escrúpulos, pero redondo.
En septiembre de 2008 la revista 'Mundo Negro' publicaba un reportaje titulado 'Ambiciones globales con olor a petróleo' donde se decía que Somalia es rica en petróleo, gas natural y uranio y se recordaba que el diario 'Los Angeles Times', en enero de 1993, ya aseguraba que dos tercios del territorio somalí habían sido asignados durante el Gobierno de Barre a cuatro gigantes petroleras estadounidenses entre las que destacaba Amoco y Chevron. Las conexiones petroleras también alcanzan a empresas británicas, canadienses y sudafricanas.
Somalia, otra víctima de la maldición de los recursos, como dice la revista especializada en el mundo africano.
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Coincidiendo con el bicentenario de "Los Desastres de la Guerra" (1810-1815) de Francisco de Goya, el autor reflexiona sobre las guerras y los desastres actuales y sobre las consecuencias que sufren las víctimas, la única verdad incuestionable de una guerra. Gervasio Sánchez, fotógrafo y reportero, ha desarrollado su trabajo en los lugares más conflictivos del mundo. Premio Ortega y Gasset de periodismo en 2008, colabora habitualmente en Heraldo de Aragón.
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