Una mina antipersona le reventó el pie el pasado viernes a Brahim Husain Abait, un saharaui de diecinueve años. Otros cuatro jóvenes resultaron heridos como consecuencia de la explosión. Todos ellos formaban parte de una cadena humana de alrededor de 2.500 personas (de los cuales muchos eran participantes españoles y de otros países europeos) que mostraban su rechazo al muro defensivo con el que Marruecos dividió en dos el Sáhara. Varias decenas de personas sobrepasaron entonces la barrera hasta la que pretendía llegar la marcha y se adentraron en el campo de minas. Lo que empezó como una reivindicación festiva exigiendo la independencia del Sáhara Occidental, la última colonia de África, acabó con la amputación del miembro de Brahim.
Brahim, el saharaui que salió peor parado.
Este trágico suceso ha vuelto a poner sobre la mesa la existencia de esta infranqueable muralla, sobre la que pesa el calificativo de 'muro de la vergüenza'. Así se ha llamado también al Muro de Berlín, al que serpentea en la frontera entre México y Estados Unidos, a la barrera que Israel instaló en Cisjordania o incluso a la valla que el propio Gobierno español estableció como perímetro de seguridad en las ciudades de Ceuta y Melilla para evitar la entrada de inmigrantes. Sin embargo, la más invisible de esta lista —casi tanto el eternamente encallado problema saharaui— es esa cerca de más de 2.500 kilómetros de longitud, la más larga de todas estas 'vergüenzas'. Las organizaciones de derechos humanos que trabajan en la zona han denunciado en reiteradas ocasiones, además de los efectos nefastos del muro, el cerco mediático al que está sometida su existencia.
El incidente ha tenido también repercusiones diplomáticas. Marruecos ha acusado al Frente Polisario de cometer "actos provocadores irresponsables". Mientras, el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), Mohamed Abdelaziz envió ayer una carta al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, pidiéndole que emplee su influencia internacional para conseguir demoler esta barrera, que Marruecos construyó en los años 80 para evitar los envites del Frente Polisario. Este enorme dique está construido con arena, piedras y alambre de espino —ver aquí una imagen de Google Maps— y separa las vidas de los alrededor de 160.000 saharauis que viven en los campos de refugiados de Tinduf, en Argelia, de los que se quedaron en las ciudades ocupadas por las autoridades y el Ejército marroquí. Además de a los saharauis, esta costosa barrera también da dolores de cabeza a las autoridades marroquíes. El despliegue no es gratis: en 2009, Marruecos ha duplicado su presupuesto militar, con una inversión que equivale al 16 por ciento de los presupuestos del Estado y el 4,6 por ciento del PIB nacional.
No tienen forma de saber exactamente el número de minas que esconde el suelo, aunque sí han encontrado 36 tipos distintos de estos explosivos y otros 136 de bombas racimo
Algunos cálculos cifran en cinco millones el número de minas que están sembradas a lo largo de esta fortificación. "Marruecos todavía continúa siendo uno de los pocos Estados que no ha firmado la Convención sobre la prohibición de minas antipersonales —también conocido como Tratado de Ottawa—", explica Ahmed Sidi Ali, jefe de campo del proyecto para paliar los efectos de las minas que Landmine Action, una organización con sede en Reino Unido, dirige en la zona. Marruecos no permite operar de su lado del muro, el oeste, por lo que su campo de acción se limita a las zonas controladas por el Frente Polisario, al este. Por esa razón, no tienen forma de saber exactamente el número de minas que esconde el suelo, aunque sí han encontrado 36 tipos distintos de estos explosivos y otros 136 de bombas racimo. Su equipo médico fue el que atendió el pasado viernes a Brahim después de que sufriera el accidente.
En esa zona mortífera carente de toda señalización han realizado una intensiva labor de limpieza que alcanza un total de 3.000.000 metros cuadrados, que ya han podido ser 'devueltos' a los saharauis para que los usen sin temor a ser heridos o mutilados. Han retirado alrededor de 2.000 explosivos, desde minas hasta bombas aéreas. Además de realizar el trabajo de retirada de proyectiles, los responsables de esta ONG vigilan y realizan mapas con la localización de artefactos explosivos. "Las minas tienen un enorme impacto en la vida de la población", explica Ahmed. No sólo se trata de la amenaza que suponen para su propia supervivencia, sino los efectos sociales y sobre la economía. Esta observación entronca con algunos de los problemas que, de forma reiterada durante décadas, han venido denunciando los saharauis. Por una parte, la imposibilidad de acceder a sus recursos naturales, que Marruecos explota; por otra, el profundo aislamiento e incomunicación al que están sometidos, especialmente las poblaciones rodeadas de minas, prisioneras de lo que algunos llaman el 'Guantánamo marroquí'.
A pesar del fuerte rechazo que genera el muro, no existen datos claros de las víctimas que las minas esparcidas en el territorio han causado. Pepe Taboada, portavoz de la Coordinadora de asociaciones de ayuda al pueblo sarahui en España cuenta que los incidentes son continuos. Y que no sólo afectan a la población, sino también a su ganado, uno de sus principales medios de subsistencia. "Nuestras fuentes cuentan que al otro lado del muro de vez en cuando se registran accidentes", afirma Ahmed, "pero no podemos llegar a saber cuánta gente ha resultado herida o ha muerto".
Para los saharauis, además de violar el principio de integridad territorial, el muro es el símbolo por excelencia de la ocupación de Marruecos sobre el Sáhara, situación que se prolonga desde hace 33 años, cuando España abandonó la que entonces era su colonia ante el avance de la Marcha Verde marroquí. Es la materialización física de su situación y, sobre él, los saharauis vuelcan su rabia e impotencia. Según explica Taboada, los organizadores de la marcha del pasado viernes trataron de evitar a toda costa que el grupo de jóvenes entre los que se encontraba Brahim traspasaran la zona de seguridad a partir de la cual es temerario avanzar. "Pero la juventud saharaui está hastiada", dice. La paciencia está llegando a un límite, ya lo ha advertido Abdelaziz. Las nuevas generaciones de saharauis se muestran partidarias de enfrentarse a Marruecos con las armas. Ni el muro ni sus minas parecen asustarles.
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