La globalización, la pobreza, la mayor y creciente desigualdad y las crisis financieras forman el escenario mundial donde sigue siendo necesario hablar de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Y especialmente en el África Sur-Sahariana, la región más empobrecida del planeta, con la mitad de su riqueza económica hipotecada por la deuda externa.
En Magu (Tanzania), los niños celebran la ayuda recibida por los estadounidenses en el proyecto 'Agua'
En este escenario de cooperación internacional, surgen nuevos actores (no pertenecientes a la OCDE) que, aunque aún no cuentan con un nombre oficial, se les conoce como donantes emergentes. Se trata de una serie de países de renta media como China, India, Brasil y Sudáfrica y son los que últimamente más fondos destinan a cooperar con el sur.
Las normas del juego vigentes hasta ahora en el sector de la AOD venían impuestas por los países ricos a través del Comité de Ayuda al Desarrollo. Pero los nuevos donantes del sur no están dispuestos a reproducir sin más los esquemas impuestos por el norte, sino que hacen hincapié en otros aspectos de la cooperación, como el beneficio mutuo entre los países que cooperan. De esta forma, dejan a un lado el tradicional debate de los donantes ricos "intereses versus necesidades" del país receptor de la ayuda (por ejemplo, los proyectos relacionados con intereses comerciales o geoestratégicos, como la AOD que EEUU mantiene en Israel: o enfocados al control de las migraciones, como hace España con países del Norte de África). Los nuevos donantes no ponen condiciones a la ayuda que prestan por lo que ésta es más atractiva para los receptores.
De todos ellos, China está jugando un papel muy importante en las ayudas que se destinan al continente africano. Algunos analistas describen al Gigante Asiático como el "donante rebelde" por su aparente voluntad de "salvar" y fortalecer administraciones como las de Zimbabwe o Sudán por medio de fondos de ayuda e inversiones. Cuando estos países africanos han sido amenazados con sanciones financieras o de otro tipo por parte de Occidente, han buscado el favor de China, país que ansía ayudarlos. Este hecho enciende las alarmas, ya que la postura de China de "no injerencia" en el desarrollo social de países africanos puede ir en detrimento de la buena gobernanza. Actualmente este país asiático apoya a regímenes no democráticos como Sudán a cambio de contratos petroleros, donde no vela por el cumplimiento de mínimos sociales ni ambientales.
Algunos analistas describen a China como el "donante rebelde" por su aparente voluntad de "salvar" y fortalecer administraciones como las de Zimbabwe o Sudán por medio de fondos de ayuda e inversiones.
Fernando Casado, director del Centro de Alianzas para el Desarrollo y asesor regional de la OCDE-Paris21, aporta datos impactantes: entre 2000 y 2007 los flujos comerciales chino-africanos han pasado de 11.000 a 57.000 millones de dólares, China invierte en 48 países africanos, y es el tercer destino de exportaciones africanas. El 50% de la inversión se realiza en países de inestabilidad política como Argelia, Chad, Guinea Ecuatorial, Nigeria y Sudán; y se concentra en industrias muy concretas, principalmente, petróleo, gas y minería.
África registró un crecimiento del 5,8% en 2007 en parte debido a las inversiones chinas. Los expertos dicen que las carreteras, los puentes y las presas construidas por empresas chinas son de bajo coste y buena calidad. El Gigante Asiático también contribuye en misiones de paz de la ONU, ha cancelado 10.000 millones de dólares de deuda bilateral de países africanos, envía médicos al continente y acoge a miles de trabajadores y estudiantes africanos en sus universidades y centros de formación.
Cuando en el Norte recela ante la ayuda prestada por nuevos actores de la cooperación, como China, argumentando que éstos no exigen velar por criterios como los derechos humanos o el respeto al medio ambiente, quizás habría que recordar la insostenible explotación petrolífera que desde hace 50 años opera Shell en el delta del Níger, en arroyos y manglares densamente poblados donde se han vertido un millón y medio de toneladas de petróleo crudo; el gas natural no sólo no se recoge sino que se quema en antorchas, produciendo una cantidad de gases de efecto invernadero equivalente a las emisiones de 70 millones de toneladas de CO2/año (equivalente a lo que emiten 18 millones de automóviles), la corrupción rampa a sus anchas y el petróleo sigue fluyendo.
Cabe aquí una reflexión: ¿No se implicaron los países ricos en regímenes como el de Mobutu o el de Obiang Nguema pese a las conocidas violaciones de derechos humanos? ¿No han sufragado desastres ambientales como la obra del oleoducto Chad-Camerún? Lo que tal vez subyace tras el debate sobre "donantes emergentes" es el reto que para los países ricos supone no ser los únicos que dictan las reglas del juego de la cooperación.
* Amanda del Río es ambientóloga y trabaja en la Fundación Global Nature(Las conclusiones y puntos de vista reflejados en este artículo son responsabilidad únicamente de su autor y no representan, comprometen, ni obligan a las instituciones a las que pertenece).
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