La ciudad albanesa de Kukes se convierte en la patria de los deportados en marzo, abril y mayo de 1999. Centenares de miles de albanokosovares llegan con sus pequeñas pertenencias a esta localidad situada en un valle bañado por un lago.
Una madre y una abuela bañan a un niño. Kukes (Albania), abril de 1999.
De lejos parece un paradisíaco camping ideal para unas tranquilas vacaciones. De cerca un barrizal donde se hunden las tiendas y los tractores.
Los más privilegiados son atendidos en algunos de los campamentos. En el interior de una tienda pueden defenderse del viento helado. Hay agua y luz. Comen tres veces al día y pasan consultas médicas. Son deportados de primera categoría.
Pero muchos viven en la antigua fábrica de pan o en un gran taller abandonado. Los esqueletos de los coches sirven de parapeto contra el frío y la lluvia. En los campos, los más exaltados gritan a quien escuche que hubiesen preferido la muerte en Kosovo que este trato inhumano y degradante.
Algunos de estos lugares recuerdan los antiguos campos de concentración nazis. El frío es insoportable. Los días nunca son cortos. El paso de las semanas sin grandes variaciones provoca la abulia general. Con el paso de los días, la costumbre se instala en la vida de los refugiados. No hay hombres ni jóvenes. Se encuentran escondidos, encarcelados, muertos o militarizados por la guerrilla en el interior de Kosovo.
En los campos, los más exaltados gritan que hubiesen preferido la muerte en Kosovo que este trato inhumano y degradante.
Pasan los días lluviosos encerrados bajo plásticos agujerados, tiritando de frío, angustiados por el futuro. Nadie piensa en un regreso rápido y muchos creen que nunca volverán a su tierra.
En los días soleados los niños se divierten jugando al fútbol, se pelean en las colas, casi siempre desorganizadas, de la distribución de la ayuda humanitaria. Los ancianos se ocultan por no molestar. Los niños sueñan con la guerra, llaman a los padres ausentes en medio de la noche, idealizan a los combatientes y los imitan en sus juegos.
Los familiares europeos hacen de intermediarios entre los habitantes atrapados en Kosovo y lo que han sido obligados a huir. Este puente telefónico y humanitario permite contar miembros de una misma familia que viven desperdigados por múltiples países. Es la diáspora kosovar.
Los rumores recorren los campamentos. Los bombardeos de la OTAN provocan más deportados. Los que van llegando cuentan a los que ya están los hechos más recientes. Ya se habla de fosas comunes, de miles de muertos, de huidos escondidos en las montañas alimentándose de frutos desconocidos.
Kukes, un lugar feo en un paraje maravilloso, multiplica los precios por diez. Apartamentos desvencijados son alquilados a precios astronómicos a los periodistas o a los refugiados que han conseguido esconder sus ahorros en la frontera. Taxistas improvisados dueños de coches tan viejos como el comunismo albanés hacen el agosto. Los restaurantes no dan abasto.
Un grupo adolescentes juega al fútbol. Kukes (Albania), junio de 1999.
Decenas de ONG llegan al lugar más iluminado del mundo por la prensa internacional. Algunas realizan su trabajo con la profesionalidad de siempre. Otras han acudido sin un plan de emergencia. La improvisación es total. Se anuncian campañas de vacunación semanas antes de que llegue el material necesario. Lo importante es salir en los medios a cualquier precio.
Impera la ley del negocio y el sufrimiento queda en un segundo plano. Varias organizaciones han sacrificado sus proyectos en algunos países africanos para acercarse al calor y el color de la televisión.
La guerra siempre ha sido un negocio del que vive mucha gente. Unos actúan decentemente, soportan una gran presión de los refugiados, intentan tratarles con la dignidad que se merecen. Otros sólo buscan el prestigio y el beneficio rápidos.
Años después se sabrá que los responsables de la Cooperación italiana utilizaron el flujo del dinero rápido y solidario para enriquecerse.
Los soldados españoles destacados en Albania intentan preparar un gran campamento permanente para decenas de miles de personas en un lugar inhóspito. Apenas algunos harán uso de él. Porque todo va demasiado rápido en Kosovo.
El 11 de junio, 80 días después del inicio de los bombardeos de la OTAN contra lo que quedaba de Yugoslavia, se produce la rendición de Slobodan Milosevic y comienza el regreso de la población albanokosovar.
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