Mezquitas, rascacielos y comida basura

CIUDAD DE KUWAIT (KUWAIT).-  Kuwait es conocido por sus reservas inagotables de petróleo y por una invasión que le costaría aún más cara a su vecino del norte, Irak. En un intento de mirar hacia el futuro, más allá de los nombrados referentes, la sociedad kuwaití lucha por defender sus tradiciones, entre rascacielos y restaurantes de comida basura.

R.G.

Destino de todas las miradas, se puede deducir que el turismo no está muy de moda en estas latitudes. La mañana discurre por el centro histórico de Ciudad de Kuwait. El aire seco del desierto, proveniente del cálido interior, obliga a buscar refugio en los pasillos interminables de los zocos antiguos, donde frutas venidas de los oasis rivalizan con las delicias del mar, que colman un sinfín de estantes. El laberinto nos hace olvidarnos de todo para conocer la gastronomía local y aprender a distinguir entre especias varias y dulces típicos.

Cientos de hermosas mezquitas se reparten por toda la ciudad. La Gran Mezquita, en el centro de la capital, llama al rezo a la población creyente. No muy lejos, el museo nacional muestra las riquezas nacionales y las formas de vida tradicional, hoy amenazadas por el lujo y las ganas de contentar a arquitectos y países aliados. Testimonios de los destrozos de la invasión iraquí llenan vitrinas, en un desmesurado ejercicio de propaganda y recelo histórico.

Las Torres de Kuwait brindan las mejores vistas de esta mezcla de mezquitas y rascacielos, muchos blindados por enormes grúas, que componen el puzzle de la capital kuwaití. Una vez más, fotos de los destrozos causados por las tropas iraquíes vuelven a ser el elemento destacado en el habitáculo giratorio que hace a la vez de restaurante y mirador. Estas torres, junto con la Torre de la Liberación, se han convertido en el emblema turístico del país, que parece haber encontrado ese símbolo con el que venderse a turistas extranjeros.

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La Torres de Kuwait, símbolo de la ciudad.

La moderna y animada zona de Salmiya muestra una nueva cara de la ciudad y del país. Restaurantes de moda se combinan con cafeterías junto a la playa y hasta un rocódromo para los aficionados a la escalada, algo insólito en un país donde un vasto desierto plano ocupa casi toda la superficie. Una bebida energética patrocina una muestra de coches de altas cilindradas ante la admiración de los adolescentes del lugar, que saben que algún día tendrán uno parecido.

Fuera de la capital, buscamos algún atractivo adicional. Los amantes del buceo pueden disfrutar de las joyas sumergidas en el Golfo Pérsico, que, aunque dañadas por los vertidos provocados durante la primera Guerra del Golfo, parecen recuperarse con el paso de los años. Las perlas que abundan en las profundidades marinas fueron hace años lo que hoy es el petróleo, la gallina de los huevos de oro.

Hacia el sur, en Falaheel, zonas residenciales ocupan la primera línea de playa. En el interior, el vacío, la soledad máxima del desierto inmenso y su silencio fantasmagórico. Varias refinerías de petróleo, protegidas hasta los dientes por miedo a ataques terroristas, rompen la monotonía del paisaje. Su fuego eterno, hipnotizador, marca el ritmo de la economía del país. No lejos de ellas, en Ahmadi, rodeado de casas ajardinadas propias de otros lugares y climas, encontramos un campo de golf de arena, donde los greens están afianzados con petróleo procesado.

El turismo en la región del golfo no vive sus mejores horas. El silencio de los tambores de guerra, que parecen ofrecer una tregua, puede traer grandes beneficios para la zona. Kuwait, junto con otros países del golfo, intenta mostrar sus secretos, no sin polémicas ni contradicciones. La sabia gestión de los recursos naturales y el respeto del frágil equilibrio del desierto serán claves en su apuesta de futuro.