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Si China no despierta, siempre nos quedará el masaje con final feliz a 18€

  • Los diarios chinos anuncian la caída histórica del consumo y de las exportaciones
  • Inmunes a ello, dos jóvenes españolas viven su aventura en Shanghai
  • Un retrato de historias reales en tiempos de crisis, con vidas anónimas aquí y en China
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china, economía, crisis, ana r. cañil
Por ANA R. CAÑIL (SOITU.ES)
Actualizado 18-03-2009 14:12 CET

SHANGHAI.-  Shanghai Daily. Sábado 7 de marzo. Titular de portada: "Stimulus plan details spotlighted". Se celebra en Pekín (Beijing) la Asamblea Popular Nacional y el diario en inglés de Shanghai —capital de la vanguardia mundial, heredera de Nueva York— detalla el plan de estímulo económico para afrontar "las dificultades y los desafíos sin precedentes" a las que se enfrenta la economía china. Son palabras del primer ministro, Wen Jiabao. Por eso invertirán tres billones de yuanes en infraestructuras y mejora de vida de los ciudadanos, además de otro billón de yuanes para las regiones afectadas por el terremoto. En total, cuatro millones de 'juanitos' (así llaman los hispanos a los yuanes) para lanzar el mayor plan económico del país más poblado del mundo.

El primer paseo de Amaya con su tía y su madre por la caótica Shanghai.

Los 1.300 millones de chinos eran la gran esperanza para sacarnos de las "terroríficas" perspectivas que se avecinan, como dijo el lunes Krugman ante Zapatero. Pero el domingo, en la entrevista con El País, el Nobel de Economía más famoso del mundo ya anunció que, si bien China salvó a Japón gracias a lo que exportaron los nipones a los chinos, "esta vez la crisis afecta a todo el mundo". China ya no es la solución y "la Gran Depresión terminó con la II Guerra Mundial", recuerda Krugman.

Ese mismo sábado en Shanghai, Amaya Santiago, 27 años, arquitecta y española, viaja hacia el Aeropuerto Internacional de Pudong a esperar a su madre, Sagra, y a su tía Ajo. Todos los términos terroríficos que la plasta de su tía aplica a la situación económica cuando chatean le resbalan. Y más esta mañana. No ve a su madre desde octubre, el tiempo que lleva trabajando en la ciudad más guay del mundo, por los menos hasta la Expo Universal de 2010. Está en un estudio de arquitectura, el ONE Design Inc, pilotado por uno de los arquitectos más prestigiosos de Shanghai, Puping.

Es lógico que la chavala esté ahora eufórica. Cuando llegó en octubre, con una beca de 200 euros mensuales, a un trabajo y una casa espantosos, tuvo el petate listo para volverse a España. Lo de la pasta era lo de menos (come por ocho yuanes, un euro al día), pero los chinos estuvieron a punto de arruinar su autoestima. Ni los entendía, ni los entiende. Ahora los acepta.

La española, que cruza el Huangpu hacia Pudong y ve el espectáculo del Lujiazui skyline, se enorgullece de que ahora gana 1.000 euros al mes. Sonríe al pensar en la cara de su madre ante los rascacielos y los millones de chinos

Desde el taxi al aeropuerto, Amaya aprovecha para ver el monumental espacio preparado para la Expo 2010 y las obras del primer pabellón que se ha comenzado a edificar, el de China. Todo un espectáculo. La Expo es a la imagen de Shanghai lo que los JJOO de 2008 a Pekín. Por eso, la ciudad del skyline Lujiazui, el más chulo del mundo, Pudong (y al que en junio se añadió el Park Hyatt, más conocido entre los españoles de Shanghai como 'abrebotellas' y cuyo aspecto final tiene sus raíces en la antipatía de los chinos a Japón), luce sus tripas abiertas al sol, al agua, a los monzones que amenazan la temporada. Sus intestinos al aire atraviesan cada calle, cada autopista colgada, cada puente de la ciudad y lanzan los efluvios de cloaca y del río Huangpu mezclados con el tofu frito por los 14 millones de chinos —datos oficiales— que viven en la ciudad y la atraviesan en millones de coches, bicicletas, motocicletas o dentro del moderno metro, felizmente espachurrados por los guardias que cierran las puertas de los vagones como si les mandaran a un campo de concentración, pero en trenes de diseño AVE.

La española, que cruza el Huangpu hacia Pudong y ve el espectáculo del Lujiazui skyline, se enorgullece de que ahora gana 1.000 euros al mes. Sonríe al pensar en la cara de su madre ante los rascacielos y los millones de chinos que invaden las calles. Sagra ha salido de España sólo para verla en Alemania de Erasmus y hoy sólo tiene ganas de abrazarla, pese a que sabe que su tía Ajo le dará la brasa rápidamente con la apestosa crisis. De pronto, se da cuenta de que ni un solo día de los siete meses que lleva en Shanghai ha abierto el periódico. Se siente segura de que la crisis no llegará al monstruo lleno de vida que es Shanghai.

El chino

Xiâo Yú también es arquitecto, pero chino y sin acabar el proyecto de fin de carrera. Trabaja en el mismo estudio que la española —que sí está titulada— tiene 23 años y gana 800 euros al mes. Como su compañera Amaya —decir amiga sería mucho, pocos chinos se hacen amigo de un occidental en siete meses, a veces ni en una vida— a Xiâo la crisis económica se la sopla por ahora. La del mundo no le preocupa y la de China le aburre, porque, cada vez que ve al primer ministro en la tele, bosteza y se va a la cocina. Más si es durante la Asamblea Nacional.

El arte chino se vuelve contestatario.

Pero Xiâo no aparenta resentimiento contra Amaya, ni por ganar más, ni por ser extranjera, ni por ser chica. Ella tiene contrato de 'senior' y sabe, gracias a lo que navegan todos por internet y conocen el sector en su país, que precisamente por eso de ser europea y 'senior' debería estar cobrando 2.000 euros. Si supiera que el argumento de Amaya y sus colegas españoles en Beijing es que "a nosotros nos pagan más porque pensamos mejor", se agarraría un rebote de cuidado.

A Xiâo la crisis económica se la sopla por ahora. La del mundo no le preocupa y la de China le aburre, porque, cada vez que ve al primer ministro en la tele, bosteza y se va a la cocina. Más si es durante la Asamblea Nacional

El vuelo de British Airways ha aterrizado en hora. Madre y tía de Amaya pierden los papeles al ver el buen aspecto de la chavala. Las dos mujeres siguen a la chica como corderas por ese embrollo de aeropuerto, hasta un tren supermoderno, que las planta en Shanghai en pocos minutos. Allí un taxi (por 26 yuanes, poco más de dos euros) las deja en el hotel de Nanjing Rd West, la calle con las mejores tiendas de la ciudad, junto al maravilloso barrio francés, donde aún quedan edificios que la demoledora Revolución Cultural dejó en pie. Hoy, aquellos años oscuros (1966-1976) son ridiculizados y denunciados por los artistas chinos en las galerías del 'nuevo Soho de Shanghai'.

Durante los primeros días de la visita, el par de marujas españolas —Sagra y María José o Ajo— se pierden por la ciudad, desesperadas ante los rostros herméticos de los chinos, que no hablan inglés fuera de los hoteles, y epatadas por los millones que ocupan cada calle, cada esquina, cada lugar. Y todo ello, aderezado con el lujo —exquisito a veces, brutal y ostentoso otras— de los hoteles de Pudong, como el Gran Hyatt de Shanghai hasta hace seis meses, el hotel más alto del mundo, que ni siquiera ahora desmerece con el 'abrebotellas' al lado. Su bar, en la planta 87 de la torre Jin Mao, diseñado por el estudio de Owings & Merrill, el Chicago office of Skidmore, es el mejor para ver la ciudad iluminada. Pasará mucho tiempo hasta que se alcance una catedral del lujo con las características de este edificio, donde las marujas españolas pagaron nueve euros al cambio por un par de gin tonics, mientras el sol se ponía, y las luces del otro lado del río, en el Bund, se encendían.

Vistas del skyline de Pudong, visita obligada.

Esos tres primeros días han resultado agotadores por esa maldita obsesión de comprar y comprar: "Me saca de quicio esto. Yo creí que llegar a Shanghai era bajar del avión y encontrar las calles llenas de mercadillos", rezonga Sagra a cada paso que da por unas calles llenas de barros, de coches que giran aunque esté verde, de bicis que también pitan, de chinos que son tan vocingleros como los españoles, y cada tarde Amaya y su amiga Ana Colorado, también española, pasan a recogerlas por el hotel. Ambas mujeres están ya destrozadas, cansadas de mear en letrinas y de pagar en los Starbucks un café por cuatro o cinco euros. En los lugares para chinos no hay quien las entienda. "Bueno, dada la situación que tenemos en casa, mejor que todo sea tan barato. No me voy a atrever a decirle nada", comenta Sagra a su cuñada Ajo, que siempre tan realista y plasta, sigue hablando de la crisis. Cada día se mira el periódico de Shanghai o el China Daily. "¿Qué no se lo vas a decir? Tiene que asumir su responsabilidad y saber que pasa en casa, para cuando vuelva. Que aterrice", abronca la cuñada a la madre de la arquitecta.

Hasta los chinos dejan de comprar

El miércoles 11, el título del 'Shanghai Daily' hace dar un gritito a la plasta de la tía Ajo mientras desayunan. "Consumer prices post first decline in 6 years". Hasta los chinos están dejando de consumir. Por primera vez en seis años, cae el consumo de un país que sigue sometido —sobre el papel, aunque Shanghai tiene un régimen económico especial— al comunismo, pero que ha abierto las puertas a las ansias devoradoras del consumismo.

Penélope se da un paseo por la calle con las mejores tiendas de la ciudad, Nanjing Rd.

Pero ni al chino Xiâo, ni a la española Amaya, ni a su amiga Ana Colorado la noticia les espanta. Ana llegó con Amaya en octubre. "Trabajo en Fudan Design Institute" —cuenta—. "Depende de la Universidad de Fudan, una de las más famosas del país. Hacemos de todo y en nuestro en equipo hay desde arquitectos, paisajistas, urbanistas, ingenieros, técnicos... Llevamos todo el proceso, no sólo el diseño. Sobre todo he hecho paisajismo, pero también un concurso para un expocentre y stadium. Y otro para una escuela de oficios —todo ello a escala china, es decir, monumental—. Incluso una plaza para una estación de tren. La empresa me paga 2000RMB o yuanes, que dirías tú", le explica a María José, la tía brasa de Amaya, mientras cenan en el restaurante tailandés Bali Laguna de la ciudad, en el barrio francés. "Al principio me daban alojamiento y manutención (200 yuanes más de 8-10 a yuanes para la comida), que nos da de sobra. Lo guardamos para hacer escapadas por China. Mi beca es de Becas Faro Global. Me pagan 1.000 euros, seguro de viaje y vuelos a España de ida y vuelta. Ahora me voy a terminar el proyecto y tengo ganas, pero también nostalgia", explica Ana, mientras se deleitan con uno de los platos del Bali. El lugar tiene epatada a la vez que aterrada a Sagra. Le toca pagar a ella y teme la factura. Al final, no salen ni a 20 euros por cubierto, pese a todo lo que han pedido. Y es que ese día hay descuento de un cubierto para las mesas que son más de cuatro personas.

Asistenta por 1 euro

Ana y Amaya comparten ahora un piso, donde gracias a A Yin, la asistenta que va tres horas a la semana —a 1,50 euros la hora y se forra, opinan ellas, porque tiene otras casas— mantienen la casa limpia y más o menos ordenada. Aunque todos los meses tienen alguna visita. El piso está en Xietu Lu (lu es calle en chino). "Ni pijo ni occidental. 450 euros por 100m2 —puntualizan las chicas—. Normalmente los occidentales que comparten pisos pagan 300 ó 350 yuanes, ¡pero también ganan más que nosotras!".

Bicis, bicis y más bicis. Esta escultura se halla en el Bund18, en el edificio del Café Rouge.

Ese mismo día, las dos mujeres han ido al 'tailor', un edificio de cinco plantas, con cientos de puestos todos dedicados a la sastrería, para hacerse un abrigo de cachemir. María José ha estado peleando hora y media por rebajar el precio del abrigo —lo tendrán al día siguiente— y al final, lo han dejado sin encargar en el puesto que más les gustaba. Al marcharse, Sagra no ha podido dejar de comentarle a su cuñada "me he quedado sin el abrigo de mi vida porque tú te has empeñado en no pagar diez euros más" y Ajo se ha venido abajo. Esos chinos la sacan de quicio con sus regateos, su forma de negociar y enredar. En el último momento, lo han arreglado en otro puesto, pero el abrigo no es igual de bonito. Costará 60 euros.

El jueves 12 de marzo, el China Daily abre la edición de papel con otro título: "Las exportaciones sufren la caída más grande de la última década" y la brasa de María José vuelve a su pesimismo económico, a la era de la catástrofe que amenaza hasta a los chinos. Y todos los días en el desayuno le pega el mitin a su pobre cuñada, que no sabe si comer 'dumplings' rellenos de espinacas —ya sabe los nombres de alguna comida del país— porque se sujetan mejor con los palillos, o atreverse a pedirle al chino que fríe los huevos un solo huevo, aunque sea con señas. El día anterior le pidió con gestos un huevo para cada plato, mientras bajaba su cuñada, y terminaron comiendo un par de huevos cada una.

La incomunicación es desesperante, pero Ajo sigue con el mitin del China Daily y la caída de las exportaciones en China. "Por cierto ¿te has atrevido ya a decirle a la niña lo que la espera cuando vuelva a Madrid?", pregunta a bocajarro la cuñada a la sufrida madre. "No. No se lo voy a decir. Deja que disfrute lo que le queda y tú vete a dar el masaje con final feliz, para ver si te relajas."

Masturbación anticrisis

Masaje con final feliz.Sí, las chicas y sus amigos se lo contaron el día de antes, después de la cena, mientras se bebían unas margaritas en el Shintori, un restaurante y lugar de copas de lo más moderno, estilo japonés. Parecía sacado del Soho neoyorquino, con acabados en cemento pulido, dobles alturas, rincones a la luz de las velas y un montón de cocineros que gritaban un saludo cada vez que entraba un cliente. Pero a lo que íbamos. Lo importante era el masaje. "Hay tres tipos básicos de masaje —explicaron las chicas—. El de cuerpo, el de pies y el de cuerpo con oil y final feliz".

"Hay tres tipos básicos de masaje. El de cuerpo, el de pies y el de cuerpo con oil y final feliz". "¿Qué es eso del final feliz?" La amiga de su hija explicó que era el masaje del cuerpo que acaba con masturbación, da igual que seas chico o chica

"¿Qué es eso del final feliz?". A preguntas de la ingenua Sagra, la amiga de su hija explicó que el final era terminar el masaje del cuerpo con la masturbación, daba igual que fueras chico o chica. Sus amigos decían que era muy placentero, si estabas desinhibido. Para desdicha de la tía María José, la madre no dejó que las chicas continuaran con los detalles escabrosos y de lo más divertidos. Eso sí, sabían precios. Por 180 o 200 yuanes se conseguía el masaje de final feliz; por 150 ó 160, el de cuerpo y por 80 yuanes o algo menos —depende del barrio— el de pies. Este es el más usado por los chinos. "Abundan los lugares de masaje por todo Shanghai, hasta en los barrios más humildes, así que puedes probar. Aquí es de lo más normal y son muy buenos", terminaron las chicas.

A MarÍa José no le ha gustado nada la respuesta de su cuñada y el final feliz. "No te cabrees, Ajo. Tengamos un día en paz y en serio. Piensa que si China no nos saca de la crisis, siempre nos quedará Shanghai y un masaje con una buena masturbación por 18 euros. Lo que no sé es a qué esperan los chinos que hay en España para abrir locales de masaje antiestrés para la crisis".

Las marujas regresan

Sábado 14. Cuando las marujas españolas regresan para Madrid —mejor no hablar de la pérdida de maletas por Iberia ni del overbooking de la compañía española en Londres, que las dejó tiradas—, el China Daily volvía a abrir a cinco columnas con las palabras del primer ministro Wen Jiabao, donde se prometían más estímulos, más dinero, más de todo, para empujar la lucha contra la crisis. Fue la última mañana en Shanghai que María José tuvo para machacar a su cuñada con la crisis de la potencia que debería haber sido el motor del mundo para sacarnos adelante.

A su llegada a Madrid, los periódicos llevaban días con las declaraciones de Paul Krugman sobre los desastres de España y de la UE a la hora de gestionar la situación. Y añadía lo de la Gran Depresión "que acabó en la II Guerra Mundial". Lo que María José y Sagra no sabían era el título del Shanghai Daily el 5 de marzo, dos días antes de ellas llegaran. "China aumentará su gasto militar en un 14,9%".

Extenuadas, cuando tomaban el taxi para sus casas, después de 19 horas sin dormir y cabreadas gracias a Iberia, María José le pregunta a su cuñada Sagrario "¿Le has dicho a tu hija que tu marido ya está en el paro? ¿Y que no sabes cómo vas a pagar el piso de alquiler mientras ella termina el proyecto?". "No. No he podido. No me he atrevido. Ya lo afrontará".



Nota: como en el caso de Fuenlabrada y 'La abuela está pa chopped', todos los personajes de esta historia son reales. Sólo los nombres de las protagonistas están cambiados.

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