GAZA.- Hace dos días, mientras el estadounidense John Kerry visitaba Sderot sin decir nada a la israelí Tzipi Livni y luego el norte de Gaza (en plan 'Bienvenido Mr. Marshall', sin hablar con Hamás pero advirtiéndoles que cesen ya de tirar cohetes) amanecía plomizo en toda la Franja. En la garita reventada del puerto de la capital, que fue mercante hace cuatro décadas y hoy es sólo un espejismo de barcos medio averiados, un poli con barba vestido de negro vigila la entrada. Y en una caseta comida por el salitre, Mohammed Subhi, jefe de un puerto que alberga a casi la mitad de los 3.400 pescadores de la Franja, desgrana con monótona apatía los nuevos reveses que, tras la guerra, asolan a un colectivo en franco declive. La guerra, claro, vació la costa de barquitos y la llenó de fuego: un pescador murió en el puerto, perdieron 320.000 dólares, seis barcos atracados saltaron en astillas y 14 necesitan una reparación imposible porque el bloqueo no permite traer redes, madera o cristal. ¿Y el diésel? "Sigue carísimo, como el gas para los faroles, y muchos continúan fastidiando los motores con aceite de cocina".
El nieto de Mohammed, en una barca bombardeada.
Para Mohammed, la guerra no ha terminado, y es más económica que política. Cuenta que, desde que el ejército abandonó la Franja, tres pescadores acabaron en el hospital por la metralla de lanchas israelíes que vigilan la costa noche y día. El último, Rafiq, cayó al mar mientras recogía sus redes a dos millas del puerto, abatido por la espalda. Su primo le rescató. Fue el 14 de febrero, día de los enamorados. Rafiq tiene 23 años, seis meses de convalecencia en cama, una mujer embarazada y una casa a medio construir, con las ventanas reventadas desde hace mes y medio. Y esta semana no deja de llover en Gaza.
"Esa es la victoria sionista. Hace una década pedíamos un Estado, hoy pedimos unos kilómetros más de mar para dar de comer a nuestras familias. ¿Shalit está preso? También hay 12.000 palestinos en las cárceles israelíes"
¿Por qué una guerra económica? Mohammed, que cambió el mar por la garita de puerto hace cinco años, responde: "En Oslo, 1994, se pactó que podríamos pescar hasta 20 millas (37 km). Cuando en 2006 capturaron al soldado Shalit se bajó a 6 millas (5,6 km) y, tras la guerra, tres millas menos. A esa distancia apenas hay bancales de peces. Las sardinas que cogemos no pasan de los 5 centímetros. Y mientras, más allá, barcos egipcios en el sur e israelíes desde el norte pescan frente a nosotros. En nuestros mercados lo que más abunda es el pescado israelí". Su grito es el de todos: somos pescadores, no traficantes de armas. Queremos el dinero para comer, arreglar el hogar, casar a un hijo. Y su demanda también se repite como un eco: no perder la siguiente temporada, que comienza en abril, y volver a las 20 millas de Oslo.
"Qué pena que sea éste nuestro deseo", musita Ahmed en la playa, mientras cose unas redes. "Esa es la victoria sionista. Hace una década pedíamos un Estado, hoy pedimos unos kilómetros más de mar para dar de comer a nuestras familias. ¿Shalit está preso? También hay 12.000 palestinos en las cárceles israelíes". Este viejito comenta que todo se vino abajo tras la segunda intifada, hace nueve años. Desde entonces, 14 pescadores han muerto y el sector ha perdido 16 millones de dólares. "Sí, antes se vivía mejor. También en los 90. Incluso con soldados y colonos". Entonces, podían recoger "sin demasiado miedo" de los inmensos cardúmenes que cada temporada emigran del delta del Nilo hacia Turquía. Y podían exportar pescado. Entonces, también, más de 100.000 gazenses cruzaban a Israel cada mañana con ropa de faena. Hoy, ninguno. Entonces, el paro no llegaba al 30%. Hoy supera el 50%. Hoy, en fin, una jornada aceptable en este mar peligroso son 12 dólares por cabeza.
Hassam y su barca nueva.
Su nieto, Hassam, me enseña la nueva hasaka (barquita a motor) en la que a cada rato sale con su familia, que hace un siglo ya pescaba en Hamama, al sur de Israel, de donde huyeron en 1948, año de la nakba (desastre) para unos y del triunfo sionista para otros. 56 años después, en 2004, los triunfadores hundieron la otra barca que tenían. De noche, con todas las redes. Con el radar y la radio. Por la mañana vieron el hueco. Y ya. Sin porqués que valgan. Tiene 19 años (nueve en el mar): trepa de un salto, prende el motor y rodeamos el espigón. Me cuenta que durante la guerra su familia, unos 20, se dividió en dos habitaciones separadas. "Así, si nos bombardeaban, alguno sobreviviría". Tres semanas sin salir de casa. "Dicen que el mar marea, pero yo me mareaba en casa: se movía como en un terremoto". Antes de volver a la playa, jura que él es capaz de perdonar. "Ojalá empecemos de nuevo, como cualquier nación libre. Y lo hecho, qué más da, hecho está". Al saltar a la arena, su abuelo le riñe en árabe. No sé si por el peligro del garbeo en bote o por malgastar el combustible.
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