Israel, a la derecha y más allá

JERUSALÉN.-  Al menos hay una buena noticia: pese al diluvio, el granizo y el viento huracanado, la gente ha votado un punto y medio más (65%) que en las últimas elecciones de hace tres años (63,5%). Así que sólo estamos ante las segundas elecciones con menor participación de la historia de Israel. Casi dos de los 5,2 millones de potenciales votantes se han quedado en casa, quizá por la lluvia o porque ayer era fiesta en el país. El resto de votantes ha decidido que Tzipi Livni (del centrista —por decir algo— Kadima) y Benjamin Netanyahu (Likud, derecha) sigan peleándose otras semanas más para ver quién sustituye a Olmert como Primer Ministro.

Gil Cohen Magen (REUTERS)

La candidata del Kadima, Tizipi Livni, tendrá difícil formar Gobierno por la mayoría de la derecha y ultraderecha

Con un escaño de ventaja, Livni debería, en principio, formar Gobierno. Es la mujer que convenció a Occidente de que para derrocar a Hamás había que matar a más de mil civiles en Gaza. Ahora, en vez de derrotarlos, soltará, a cambio del soldado Shalit, a mil presos palestinos. Pero los partidos de derecha suman más escaños (64 frente a 56), pues el batacazo de la izquierda sionista, que desde hace 15 años no deja de tocar fondo, ha sido bestial. Los laboristas (centro-izquierda), desde que comenzaron los procesos de paz de Oslo, han perdido 28 escaños, y Meretz (izquierda), siete. Los únicos que bajan menos son los partidos árabes, pero, como siempre, nadie contará con ellos.

Difícil, por no decir imposible, lo tendrá Livni, que ha pedido a Netanyahu un Gobierno de unidad nacional, al estilo del que Fatah y Hamás intentaron en 2006. Pero la llave la tiene el ganador simbólico (aunque sea tercera fuerza política) de estas elecciones: Lieberman, el hombre, investigado por corrupción, que ha pedido ejecutar a los diputados árabe-israelíes que hablen con Hamás; el hombre que ha prometido una nueva Nakba (desastre) entre los árabe-israelíes que no juren fidelidad al Estado (es decir, que hagan la mili y ocupen Cisjordania, como el resto de los soldados); el hombre que prefiere "un Gobierno de derechas" que derrote, "sin tregua posible", al régimen que controla Gaza. Mal asunto. Y más con la crisis económica que llama ahora a la puerta de un país confuso y atenazado por dos malos compañeros: odio y miedo.

Campaña gris en dos fases

En lo que coinciden todos los medios es que ha sido una de las campañas más sosas y rápidas de las 18 que lleva este país desde que nació, en 1948. Algunas declaraciones en Youtube y pocos mítines desangelados, en 23 días desde el fin de la guerra (¿guerra?) en Gaza: tres semanas en las que los contrincantes apenas han explicado sus propuestas económicas o sociales.

Eso sí, muchas acusaciones mutuas, golpes en el pecho e Irán como reencarnación satánica con protones. Pero no son pocos los que piensan que el plomo fundido caído sobre Gaza fue también un acto de campaña. Digamos, la primera fase. Con ella, el Gobierno de centro-izquierda, cuyas agendas olían al ilusorio perfume del eterno proceso de paz (en el que casi nadie cree), cambió el foco electoral de la Palestina dócil a la diabólica. El puñetazo bestial contra los gazenses puso al país en lenguaje bélico: patriotismo, seguridad, amenaza, terrorismo. Fuerza ha sido, quizá, la palabra más pronunciada. Por todos.

Tres días antes de que Obama entrara en la Casa Blanca, los soldados salieron de Gaza y se rompió el coro de voz única que fue Israel durante la contienda: la segunda fase de la campaña electoral había comenzado. Y el centro-izquierda, que había arañado algunos escaños en los sondeos, se estancó de pronto. "¿Para esto han muerto más de 400 niños?", comentaba, en voz muy baja, una mujer en Sderot, donde han seguido cayendo cohetes hasta ayer (sin herir a nadie). La derecha (Netanyahu) y más allá (Lieberman) desplegaron su estrategia: la guerra no ha terminado. Y el Gobierno, mientras con una mano complacía a Obama hablando de paz ("desmantelaremos los asentamientos", dijo Livni); con la otra aprobaba más construcciones en Cisjordania y advertía a Hamás con "respuestas desproporcionadas". Pero en el juego de a ver quién es más macho gana Lieberman y Netanyahu. ¿Quién quiere fotocopias cuando tiene el original al alcance de la mano?

33 partidos y "no hay nadie a quien votar"

Ronen Zvulun (REUTERS)

El ultraderechista Avigdor Lieberman tiene la llave del futuro Gobierno.

Y como en Israel (con su sistema electoral de distrito único que deja el Parlamento atomizado) nadie gobierna con mayoría absoluta (se han presentado 33 partidos, y una queja frecuente ha sido: "no hay nadie a quien votar"), los rifirrafes tuvieron menos de ideológico que de cálculo estratégico. Así, Netanyahu atacó a Livni pero le ofreció "un ministerio grande" a Lieberman. Livni, que antes de pasarse a Kadima creció en el Likud, también mordió a Bibi ("Obama no le quiere"), pero trató bien al ultraderechista moldavo, con quien comparte, dice, propuestas como el matrimonio civil.

Barak, cuya gran idea pacifista ha sido proponer un túnel (bajo soberanía israelí) que una Cisjordania con Gaza ("así tendrán libertad de movimiento"), es el único de la terna que se ha burlado de Lieberman, mostrando su izquierdismo al afirmar que "por mucha fuerza que exhiba, nunca ha matado a nadie". También se han quejado de la estrella electoral el líder espiritual de Shas ("votarle a él es ayudar al diablo") y los árabes, que le tildaron de "fascista e inmigrante" (llegó en 1978), cuando éste (y el resto del espectro político) decidieron vetar (sin resultado) a dos de los tres partidos árabes (Ta’al y Barad) acusándolos de colaborar con el enemigo.

"Da igual quien gane, todos son iguales, ya no quedan moderados", escribió en Haaretz hace unos días Gideon Levy, uno de los (pocos) justos que aún alza la voz en Israel contra la peligrosa deriva de sus políticos. Por cierto, este periódico mítico, en números rojos porque cada vez vende menos, recibió cientos de cartas de sus lectores para que despidan al justo.