Teherán.- Atrapado por su pasado y acuciado por su incierto futuro, Irán inicia hoy los fastos del 30 aniversario de la Revolución Islámica, que derrocó la monarquía pro occidental del último Sha de Persia y sacudió el orden en el tablero mundial.
El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, durante una rueda de prensa. EFE/Archivo
El desajuste entre el calendario solar de occidente y el lunar que marca el almanaque persa, hacen que este año las celebraciones arranquen este sábado, día en el que se conmemora el retorno del ayatolá Jomeini del exilio, y concluyan el próximo 10 de febrero, fecha en la que oficialmente triunfó el alzamiento.
El gran ayatolá regresó a Teherán el 12 de Bahman de 1979 -que aquel año coincidía con el primero de febrero- en olor de multitudes tras quince años de oposición a la monarquía desde el exilio, primero en Bagdad y después en París.
Su vuelta, precedida de varios meses de anarquía, disturbios, sangre y llanto, revitalizó a los alzados, que diez días más tarde clamarían victoria.
Como todos los años, escuelas, medios de transporte y organismos oficiales hicieron hoy sonar sus timbres y bocinas a las 09.33 hora local, momento en el que el avión de Airfrance en el que regresaba el ayatolá tomo tierra treinta años atrás.
Además, miles de personas, encabezadas por el líder supremo de la Revolución iraní, ayatolá Ali Jamenei, y el presidente de la República, Mahmud Ahmadineyad, se concentraron esta mañana en el mausoleo Rujolá Jomeini, en el sur de Teherán, para rendirle tributo.
Tres décadas después, la República Islámica impuesta por el ayatolá afronta una etapa crucial, escindida entre aquellos que la vivieron, apoyaron y sufrieron el golpe, y aquellos que han crecido en su seno pero solo conocen su significado por los relatos de sus padres y abuelos.
Jóvenes estos últimos, menores de 35 años, que suponen casi un 50 por ciento de la población actual en Irán y para quienes el vilipendiado Sha de Persia, Mohamad Reza Pahlevi, es, sobre todo, un personaje lejano del ayer que poco tiene que ver con sus problemas actuales.
"Conocemos que significó el alzamiento y que clase de persona era el Sha, pero ahora existen otros problemas. Debemos mirar hacia el futuro, necesitamos un cambio", asegura a Efe una joven blogger que trabaja en un cibercafé de la plaza de Tajrish, en el norte de Teherán, y se identifica solo como Masoumeh.
Para muchos iraníes, ese futuro pasa por un cambio en la relación con Occidente, que tras la huida de su aliado el Sha y el ascenso al poder de los clérigos ultraconservadores, decidió aislar y combatir al nuevo régimen.
"Quizá ahora pueda ser más plausible que hace diez años con los aperturistas del (ex presidente, Mohamad) Jatami", explica a Efe una fuente diplomática europea que prefiere no ser identificada.
"Antes había una pugna no declarada entre los reformistas y los conservadores por dirigir el cambio. Ahora son estos últimos los que deciden", agrega.
En un país con un sistema tan opaco, en el que la toma de decisiones es compleja, hacer quinielas sobre el futuro es un ejercicio de riesgo.
A priori, el estamento político está dividido entre aperturistas y conservadores, todos ellos bajo el ala del líder supremo, cuyo poder de decisión es omnímodo.
Los conservadores oscilan entre aquellos que apuestan por la línea más dura, por el inmovilismo y la continuidad de la política que ha regido el país en los últimos treinta años, y aquellos otros que apoyan un cambio pero sin socavar los principios fundamentales de la República Islámica.
Ambas facciones conservadoras afrontan desde distintas posiciones el reto lanzado por el nuevo presidente norteamericano, Barack Obama, quien ha declarado su intención de entablar una nueva relación con Irán, país con el que EEUU rompió lazos diplomáticas en 1980, tras el triunfo de la revolución.
Algunos clérigos, considerados conservadores pero moderados, como el ex presidente Hashemi Rafsanyani, respaldan el acercamiento siempre y cuando "se respeten los derechos de la nación iraní", pero otros, como el conservador Ahmad Yanati, advierten que se trata de un error.
Junto a ellos, coexisten los sectores que rodean al presidente laico y ultraconservador, Mahmud Ahmadineyad, cuyo gabinete ha exigido a EEUU que el cambio sea real y no una mera variación del discurso.
Quién marcará el futuro se aventura, sin embargo, difícil de predecir en un año electoral que muchos apuntan decisivo para un Irán acuciado también por la crisis económica mundial.
A escasos cuatro meses de las presidenciales, aún no existe una lista de candidatos y solo se sabe, por boca de un colaborador cercano, que el presidente Ahmadineyad, criticado internamente por su gestión económica, buscará la reelección.
Javier Martín
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