Primer objetivo: hacerme pasar por dominicana

SANTO DOMINGO (REP. DOMINICANA).-  Casualmente mi trabajo me ha traído a la República Dominicana, la tierra que vio nacer a mi madre y que mucha gente llama genéricamente Santo Domingo, la capital, aunque la mayoría de los turistas que aquí llegan ni siquiera la han pisado. Y no me extraña, en esta isla de algo más de nueve millones de habitantes, ¡hay siete aeropuertos internacionales! Así que la mayoría de las personas que dicen conocer 'Santo Domingo', en realidad han aterrizado directamente en las afamadas playas de Punta Cana, Bávaro, Puerto Plata o cualquier otro complejo de esos en los que está todo incluido, menos la verdadera cultura dominicana.

A. M.

Una mujer en la Zona Colonial.

Tengo unos cuantos días antes de partir rumbo a mi destino en la frontera con Haití, así que he decidido mezclarme con estos habitantes descendientes de los taínos, españoles, y africanos para redescubrir esta desconocida 'Española' que se enorgullece de conservar los restos de Colón, y de la que tengo vagos recuerdos de vacaciones infantiles. Ya que los dominicanos son la viva imagen del refrán 'para gustos los colores', mi objetivo es intentar pasar por una dominicana 'blanca' cualquiera, confiando en que mi físico es 'igualito al de mi mami' y en que mi acento no me delatará demasiado.

¿Transporte público? Una odisea

Decido empezar por el famoso malecón, paseo marítimo para nosotros, así respiro un poco de aire fresco y mar que tanto echo de menos en mi querido Madrid. Para llegar tengo que hacer verdaderas piruetas porque lo del transporte público en esta ciudad es mera nomenclatura. En esta ocasión cojo un 'colectivo', unos taxis que se caen a trozos, en los que se montan todos los que caben y que hacen rutas con paradas más o menos fijas. Se dedican a hacer carreras y virguerías entre el tráfico para llegar antes que otro a montar a la siguiente comisión. Me toca entre el conductor, Rafael, y el copiloto, y un miniventilador a pilas como única vista al frente. Mientras intento aguantar la sequedad que me produce este aire mecánico en los ojos, Rafael me pregunta que si soy francesa, yo que he soltado ya un par de 'zetas' bien pronunciadas…

Llego al malecón, que es lugar de paseo como en todas las ciudades del mundo, y mientras hago honor a su nombre unas chicas jóvenes me piden que les haga una foto. En seguida me identifican el acento, no hay forma. Una de ellas tiene a su padre en España, es transportista y ya se le ha vencido la visa de un año que le concedieron. Harleni tiene 15 años y le pregunto si ya ha tenido su fiesta de 15, algo así como una puesta de largo, y con lo que sueñan aquí todas las chicas. Me dice que no ha podido por problemas económicos, y acto seguido y sin pestañear me dice, "¿quieres casarte con mi padre por negocio?" Estoy boquiabierta, y con la sorpresa aún en el rostro me voy al malecón del 'otro lado', o sea, el que está cruzando el puente. En éste se junta la gente de aquel lado, menos pudiente que la de este lado. Lo más notorio, los bares con pantallas gigantes al aire libre donde las mujeres sirven Presidentes frías vestidas de algo parecido a las 'cheer leaders' americanas. También hay algunos bares más alternativos y oscuros donde no entré abrumada por la cantidad de propuestas matrimoniales 'á la Harleni' que recibí.

A. M.

Una guagua cualquiera en Santo Domingo.

Cambio de transporte. Decido probar una 'guagua' para ir de visita a casa de una de mis tías. ¡Menuda odisea hasta que conseguí enterarme de dónde paran y adónde van! Y al final me equivoqué de todas formas y después de hacerme un sitio entre las carnes vestidas de colores, el de al lado me dice, "pero mi amol, esta guagua no va pa onde tú quieres no… tú ta mal"… Así que he decidido agenciarme un taxi privado de confianza para que me lleve a todas partes, porque aquí lo de caminar como que no se lleva y mis tías no hacen más que recordarme lo peligrosa que está la situación en la capital, a pesar de que ahora está prohibido llevar las armas encima, ya sabéis, 'si bebes, no dispares'. Vamos, que no salgo a caminar sola ni para comprar al colmado de la esquina, que para eso tienen servicio a domicilio hasta para un chicle, ¡y sin cargo extra!

'Una turista más' en la Zona Colonial

Mi visita a la Zona Colonial no mejora en nada mi misión de hacerme pasar por paisana. Esto es lo único que queda en pie de la época de Colón, edificios típicos de colores, balcones enrejados, faroles, pavimento empedrado, museos y monumentos, bueno, lo de siempre. Las tiendas de turistas o gift-shops son un timo como en todas partes y los restaurantes y bares de la zona han sufrido el efecto globalización y tienen un toque italiano que estoy descubriendo que es bastante común en la capital. Después de disparar mi cámara para captar las instantáneas forzadas de una boda cursi y típica delante de la catedral, el fotógrafo le pregunta a la pareja a ver si se quieren hacer una foto con la 'gringa'.

A. M.

La novia de la que os hablo...

He descubierto que me encanta comer en los comedores típicos donde se sirve comida criolla que me recuerda a la que hacía mi abuela, o sea, arroz blanco, habichuelas y carne, lo que los dominicanos llaman la bandera por los tres colores, blanco, azul y rojo. Se acompaña con aguacate y tostones (plátanos fritos). He venido con Luis, el conductor de mi taxi, que se ha convertido en mi guardaespaldas personal. Como voy con un moreno, que es la forma de llamar aquí a los de mezcla predominantemente negra, el señor que me atiende se acerca y me dice: "Rubia, ¿ese es tu esposo?". Yo, que soy morena, morena de nacimiento, le digo que no y él insiste a ver si no quiero casarme con él para llevármelo a 'Nueva Yol'. Nada, no hay manera.

En la Duarte, una de las avenidas más importantes de la ciudad, y donde no se ven turistas, me voy con Luis en busca de proveedores de telas y otras materias primas necesarias para las artesanías que hacen las mujeres con las que trabajo. Estoy en una tienda haciendo cola para pagar y llega un chico y me empieza a hablar en inglés: "Excuse me, can I help you?", me dice. Le miro y le digo que dónde ha visto él una gringa con acento español. Se ríe, mira a su compadre y le dice, "mira, la gringa se puso guapa", o sea, enfadada. Creo que esto es una misión imposible.

Nos vamos de fiesta

A. M.

Atardecer desde el otro lado.

Hoy vamos de fiesta. Mientras recogemos a las amigas de mi prima Sally vamos parando en los 'drive-in' donde venden todo tipo de combinados alcohólicos que vamos consumiendo mientras conducimos, para no perder el tiempo. Llegamos a la discoteca Jet-Set, un clásico. Nos acompañan mis primos Arturo y Christian, porque las mujeres solas no están bien vistas en los sitios tradicionales, 'ya tú sabes'.

Resulta que ahora se oye más la bachata que el clásico merengue, así que cuando ya me he aprendido los tres pasos y el saltito de la bachata me saca a bailar un indio, o sea, mezcla de blanco y negro o indio y blanco. Ni siquiera me habla. Me mira, me coge la mano y a bailar… esto sí que es una prueba de fuego. De repente me dice, "mire, usted no baila nada mal para ser gringa"… Os juro que no había dicho ni palabra, y ¡no se me daba nada mal el baile!

¿Te apetece un chimi?

Después de unas cuantas bachatas, merengues, salsas y muchos 'cuba libres', y a pesar de la sudada, puedo decir que llevaba un 'jumo' (borrachera) importante, así que ha llegado la hora de probar el famoso 'chimi', los carritos que venden comida rápida en la calle tipo hamburguesa y que todos los dominicanos frecuentan de madrugada. Vamos a uno auténtico donde aún hacen la carne al carbón. Le pregunto al señor qué es eso del 'chimi', mientras fotografío la carne de color rojo intenso irreconocible que se está tostando en la parrilla. El maestro me explica que es carne de res con cerdo y con colorante, para darle uniformidad al color, dice. Con el jumo que llevo la verdad es que no me lo pienso, huele bien y sabe mejor, así que me tomo no uno sino dos. A ver si esto me hace más dominicana.

Sally me promete que me va a llevar a una de las playas de Santo Domingo donde no haya DJ’s que te dejan sordos al ritmo de reggaeton, como en Boca Chica, la playa a la que mis padres nos llevaban de pequeños y que yo recordaba salvaje, con mucha arena, muchos cocos y negritos que nos vendían el pescado y las langostas recién sacados del mar. Ahora Boca Chica podría ser cualquier playa del malparado Levante español, sólo que aquí lo del restaurante a pie de playa es literal, tanto que se puede saltar directamente desde la mesa al agua. Así que vamos a Juan Dolio, una playa algo más alejada y tranquila. Por fin un espacio de arena blanca donde tumbarme y con el sonido de las olas como único ruido de fondo. Decido no hacer top-less para no revelar mi identidad, a las dominicanas ni se les ocurre. Unos chicos no hacen más que mirarnos y por fin uno de ellos se acerca para preguntarle a mi prima a ver si pueden conocer a dos dominicanas tan guapas como nosotras… ¡son italianos! Lo seguiré intentando.