Mª Piedad puede contar sus recuerdos de aquella helada noche porque su casa estaba protegida por un peñasco enorme. Hace hoy cincuenta años, a la una de la madrugada de aquel 9 de enero, 144 personas de Ribadelago (Zamora) perdían la vida ahogadas por la rotura de la presa Vega de Tera. Las intensas lluvias de aquel frío invierno llenaron el embalse hasta los topes. Pasada la medianoche 8.000 metros cúbicos de agua hacían explotar la pared y devoraron un pueblo entero. Entre los fallecidos de la mayor tragedia por rotura de presa de la historia de España había primos y tíos de Mª Piedad. No pudieron recuperar sus cuerpos.
Un foco ilumina el cañón del Tera por donde en 1959 bajó el agua después de que la presa reventase
Mª Piedad, protagonista de la tragedia, confiesa por teléfono (como todos los que aparecerán en el resto del reportaje) que la gente que como ella sobrevivió "aún están empezando a vivir ahora". Ella suma ya 90 años y, tras enviudar, vive sola. Entonces, con 40 años, ya había parido a cinco hijos "a los que se llevaron a Zamora tras el desastre" y a los que tardó en volver a ver algunas semanas.
Sus hijos estaban junto a Litu, sanabresa de 61 años, que (como muchos niños del pueblo) pasó por varios colegios de monjas en Zamora y Barcelona antes de regresar a su tierra. Cuando volvió, su pueblo se estaba construyendo "un poco más allá". El nuevo Ribadelago, el Ribadelago de Franco (el caudillo lo "adoptó"), estaba siendo urbanizado para dar casa a los supervivientes. El Boletín Oficial del Estado (BOE) publicaba en 1963 que el Ministerio de Vivienda iba a proceder a la urbanización del nuevo pueblo. Un año más tarde el registro oficial da cuenta de "la terminación de la red de distribución de energía y del abastecimiento de aguas".
José Enrique, hijo de Litu, dice que él, en cierta medida, es un superviviente. "Mi madre conoció a mi padre porque él era uno de los chicos encargados de construir Ribadelago Nuevo [que es como se llama ahora]". Litu, como gran parte de la población, emigró tras el desastre. Ella se fue a Asturias con su marido pero la mayoría tiraron para Durango (Vizcaya). Ahora que lleva dos días en el pueblo rodeada de sus amigas de la infancia añora su tierra. Dice que los que sobrevivieron a la tragedia están viviendo momentos muy intensos. No se quita de la cabeza el sonido de las campanas de aquélla fatídica noche.
"Fue una noche fría como esta pero hace 50 años", recuerda Luti. Dormida junto a su tía en la casa de sus abuelos, la sanabresa se despertó de golpe pasadas las 12 de la noche. Escuchó un ruido, "como un estruendo", algo que no supo identificar. Acto seguido comenzaron a sonar las campanas, "pero no sonaban como si hubiera fuego". Luti tenía muy aprendido cómo era el sonido para el fuego porque durante esos años lo había escuchado muchas veces. Era de otra forma. Era el sonido para alertar del agua, pero ella, con 10 años, aún no lo conocía. Hoy esas campanas han vuelto a sonar en homenaje a todas las víctimas.
Al parecer —según lo escrito hasta el momento sobre la tragedia— el termómetro marcaba 18 grados bajo cero. "Hacía frío, no había luz y sólo se veía niebla", recuerda Luti. Varios supervivientes coinciden en que una de las cosas que más les impactó fueron los gritos de los vecinos. El abuelo de Luti estaba subiendo a sus nietos al desván cuando el nivel del agua empezó a bajar. "Toda mi familia sobrevivió, pero sólo por minutos, gracias a que un puente que hacía balsa se rompió", relata.
César González, de 83 años, no estuvo allí aquella noche. "Mi padre y mis tíos murieron", relata. "Mi mujer estaba atendiendo el bar que teníamos y unos hombres le alertaron de que la presa estaba a punto de romperse. La sacaron de allí y se refugiaron en una de las partes altas del pueblo [...] Lo de la presa se sabía. La gente era consciente de que ocurriría una desgracia", continúa César.
De la verdadera causa de la tragedia no se dio noticia hasta pasado un tiempo. De hecho, una semana después el gobierno franquista aún no reconocía nada. En el Real Decreto 121/1959 del 15 de enero se decía literalmente "la catástrofe padecida en Ribadelago, en su población y edificaciones, a causa del desbordamiento de la presa de la Vega sea acogido a la tutela para devastados fijada en el Decreto del 23 de septiembre de 1939 a efecto de reparar los daños". Ni una palabra sobre la rotura de la presa.
El NO-DO, varias semanas después, relató así la tragedia:
Los días posteriores a la desgracia fueron una riada de solidaridad, tal y como recuerdan los vecinos y se encargaba de recordar al resto de la España de Franco el NO-DO. Más de 12 millones de pesetas de las de entonces llegaron a Ribadelago desde todos los lugares del mundo. El papa Juan XXIII, por ejemplo, donó 100.000 pesetas y el cáliz con el que han oficiado la misa de recuerdo de hoy. Pero ¿qué ocurrió tras esos primeros días?
"Nosotros vivimos en barracones durante dos años hasta que se construyó el pueblo nuevo", trae a su memoria César. Aún se nota la indignación en su voz. "La presa la construyó la misma compañía eléctrica que iba a explotarla [Moncabril, adquirida después por Unión Fenosa] y el jefe de obra era un perito agrícola; que yo no digo que no estuviera el hombre cualificado pero...". Según algunos vecinos el Gobierno intentó acallar el origen de la tragedia por todos los medios.
Un militar presta atención a una niña durante los actos de solidaridad y de ayuda humanitaria
La presa, construida en 1948, estaba hecha (siempre según el relato de los vecinos del pueblo) con contrafuertes y mamposterías y debido a la cantidad de agua que soportaba no pudo ofrecer resistencia. 8.000 metros cúbicos de agua salieron disparados como una gran ola que acabó arrasando el pueblo. Después del desastre "el Gobierno de Franco quiso que se olvidase totalmente el caso", afirma César. Este hombre de 83 años, que perdió a su padre esa trágica noche de enero, fue víctima de presiones políticas. "Me llevaron al despacho del gobernador civil acusado de organizar reuniones clandestinas en las que incitaba a la gente a pedir abogados defensores".
El juicio contra la empresa constructora tuvo lugar en 1963. No se presentó ninguna acusación y los imputados fueron condenados por delitos menores. El miedo que, según César, había metido el poder público enmudeció a la gente que reivindicaba justicia. "Semanas antes del juicio los de Gobernación Civil aconsejaban a los vecinos que se arreglaran con la empresa antes del juicio". Se empezó ofreciendo el 80% de la indemnización y se acabó dando el 140%. La tasación de indemnización de las víctimas también le pareció irrisoria. Por cada hombre se pagó 90.000 pesetas, por las mujeres 80.000 y por los niños (menores de 15 años) 25.000 pesetas.
El 4 de febrero de 1964, según consta en los registros del BOE, se creó, a través del Ministerio de Gobernación, la Fundación benéfico-particular Ribadelago de Franco. Se creó al mismo tiempo que se inauguraba el nuevo pueblo, inauguración que Franco intentó presidir pero que, según César González, "le aconsejaron que no lo hiciera". Estaban todos de dientes.
El fin fundacional del organismo era el de "ayudar con los fondos recogidos y por recoger a la mejor marcha de la vida de los vecinos del pueblo reconstruido" según aparece en el BOE. Pero no se cumplió a rajatabla. "Es algo que aquí se ha dicho siempre, todas las ayudas [que César llega a cifrar en 100 millones] no llegaron. Aquí no llegó todo el dinero que nos enviaron", confirma Luti.
Ahora, 50 años después, la misma fundación ha prometido crear un museo en las casas del pueblo antiguo, donde aún habita gente. Será un recordatorio de lo vivido, de lo que ocurrió aquellos días. El escritor Alberto Vázquez Figueroa, que participó como submarinista en la búsqueda de las víctimas, escribió sobre la tragedia que "los parientes [seguían] aguardando que el agua devolviera a sus víctimas, pero éstas no volvían, retenidas en el fondo por cables, autos, carretas, vigas, postes de teléfono..."
El silencio sepulcral que, dicen, habita ahora en el pueblo es el silencio de muchos de sus vecinos. Mª Piedad, la primera de los protagonistas de este reportaje, zanja la conversación:"Mira, aquello mejor no acordarlo. Mejor que no."
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