OSLO (NORUEGA).- Adaptarse o morir. Desde finales de octubre y hasta bien entrada la primavera, casi toda Noruega está cubierta por una gruesa capa de nieve. Las carreteras están heladas y la luz brilla por su ausencia. Pero la vida sigue. No hay elección. En España, en cuanto caen cuatro copos, Protección Civil activa la alerta roja, los niños dejan de ir a las escuelas, los coches circulan por las cunetas y el programa España Directo tiene arreglados reportajes para los próximos días con visitas a los pueblos incomunicados. En Noruega no se ven muchos niños haciendo guerras de bolas de nieve. La rutina aburre. Con nieve se hace vida normal. Y cosas no tan normales. Actividades que a un españolito de a pie jamás se le ocurrirían en estas circunstancias. En los tres años que llevo aquí, he visto algunas que me han llamado la atención, pero seguro que hay más.
Estoy llegando a mi casa y oigo una musiquilla. Es una campanilla a la que estaba acostumbrado en verano, pero me llamó poderosamente la atención tras las grandes nevadas y con el termómetro ya tiritando. Era el camión de los helados. El 'isbilen', como se llama en Noruega, se pasea por las calles vendiendo helados, aunque lo que más apetezca en estas circunstancias sea una docena de castañas asadas. Y el negocio funciona, a pesar de que baste sacar un bote de nocilla al balcón para tener helado de chocolate. Aquí se come helado durante todo el año, lo que el gremio de heladeros españoles lleva intentando lograr desde hace años. La pasada Semana Santa, ya con calorcito en España, intenté comprar un helado en Valladolid y fue imposible porque la máquina aún no estaba enchufada. Poca visión comercial.
A los noruegos les gusta mucho el campo. El perfecto plan de fin de semana es dejar Oslo, irse a la cabaña, 'hytte', y darse paseos con o sin esquís. En una ocasión, yo me fui al bosque con dos amigos, y me llamó poderosamente la atención que en el super compraron varios paquetes de salchichas. '¿Pero cómo vamos a comer eso?', pensé yo. Pero estos noruegos están mejor equipados que McGuiver. Ya en pleno bosque, uno sacó el machete, cortó unas ramas de las partes bajas de los árboles, completamente secas, las colocaron sobre la nieve y, sobre esto, varios palos que también habían escapado de la humedad. E hicieron un fuego. Asamos las salchichas, que acompañadas de café del termo, hizo olvidar la rasca que nos envolvía. Una experiencia para recordar.
Esto nunca lo llegaré a entender. Paseas por las calles de Oslo, y ves cochecitos de niños aparcados a las puertas de los bares, con una mantita que los cubre. Te arrimas un poco y, sí, ves que hay alguien dentro. Cuando estás a punto de llamar a la policía por abandono de niño con peligro de muerte, sale una rubia madre sonriente, recoge al bebé y aquí no ha pasado nada. En Noruega, es normal sacar a los bebés a dormir la siesta a la calle. Haga el frío que haga. Se utilizan una especie de sacos de dormir que aguantan temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Pero nunca lo llegaré a entender. Si es tan sano dormir en la calle, ¿por qué los padres están dentro tomando un café calentito? ¿Y si el bebé se mueve más de la cuenta y deja parte del cuerpo a la intemperie? No hay dolor. La foto que acompaña este texto está tomada desde la ventana de mi casa. Y sí, hay un bebé dentro. No tuve el valor de salir a la calle a echar la foto, porque había 9 grados bajo cero.
un 'smoke break' en un bar noruego.
Supongo que en breve, con las nuevas leyes antitabaco, esto pasará también en España, pero de momento, la imagen que se logra en Noruega es sorprendente. Caminado por las zonas de bares, se observan que están todas las terrazas puestas, con una capa de muchos centímetros sobre las mesas y mantas sobre las sillas. Aquí no se permite fumar en ningún lugar público, y el precio del paquete es de diez euros. Pero la adicción no entiende de limitaciones. Tanto en los bares o restaurantes, como en casa, cuando entra el gusanillo, uno se calza el chaquetón, sale a la terraza, se pone lo más cerca que se pueda de la lámpara calefactora y libera sus ansias de nicotina. Siguiendo con la visión comercial, en Noruega se venden muchos guantes a los que se les pueden quitar los dedos. En España yo esto se lo había visto a fotógrafos profesionales, pero nunca a fumadores habituales.
En Noruega todos han de tener dos tipos de neumáticos. De invierno y de verano. A partir del 1 de noviembre, si las nieves no se han adelantado, es obligatorio cambiar a las ruedas de invierno. Las hay con el dibujo muy pronunciado, pero las que dan más seguridad son las que tienen clavos. Pero no todo el mundo usa de este tipo, porque para entrar en Oslo con ellas tienes que pagar una tasa de 30 coronas como impuesto ecológico, que añadido a las 20 coronas que todos han de abonar como peaje, supone un incremento de 6 euros la visita a la capital. También hay una opción de impuesto anual, pero realmente cara. Por ello en la capital casi todo el mundo utiliza ruedas sin clavos, y se sacan el 4x4 del garaje cuando se van de fin de semana a la cabaña. En general, este tipo de neumáticos da gran seguridad y el agarre es muy bueno, por lo que se puede hacer una conducción casi normal.
Cierto es que Noruega es el país del frío. Pero el gore-tex y las ventanas con buen aislante lo disimulan. Porque ocurre algo curioso. Si vivo aquí a 15 bajo cero, ¿por qué me resfrío cada vez que visito a mis padres en España en Navidad?
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