Es media tarde en la lujosa Avenida Montaigne de París, junto a los Campos Elíseos. Ni siquiera ha anochecido. Los clientes de la lujosa joyería de la firma Harry Winston no se imaginan la escena que van a vivir a continuación. Varios hombres, algunos disfrazados de mujer, entran arma en mano en el establecimiento: es un atraco. Sin embargo, la sangre no llega al río. No hay violencia. Los atracadores se dirigen a algunos de los empleados por su nombre y, además de quedarse con las joyas que hay a la vista, van directos a los lugares donde se guardan piezas que no están a la vista. En pocos minutos termina el asalto. ¿El botín? Nada más y nada menos que joyas por valor de 80 millones de euros —50 según otras fuentes—. ¿Un robo cualquiera? Desde luego, no lo parece.
Muy normal no es si se tiene en cuenta que, para empezar, es el segundo atraco más grande —en millones de euros, se entiende— de la historia a una joyería y el mayor golpe en Francia. Sólo una vez se ha superado la cantidad de hoy. Fue en 2003, en Amberes, cuando una banda de ladrones se hizo con 100 millones de euros en diamantes. El bronce se lo lleva un atraco perpetrado por el IRA un año más tarde, en el que, tras secuestrar al director de la sucursal del Northern Bank en Belfast y a su familia, los delincuentes se hicieron con 30 millones.
Ni normal ni fácil. No es habitual que se cometan este tipo de asaltos, y menos en tiendas tan elitistas y extremadamente vigiladas como esta de Harry Winston. Sin embargo, es sorprendente el modus operandi, disfrazados y a plena luz del día. ¿No será mejor buscar la nocturnidad para llamar la atención? La respuesta es no, por una sencilla razón: "Sin 'santo' no hay robo", revela una fuente de la Policía Judicial.
Según esta fuente, nadie comete un atraco de este tipo sin contar con un cómplice al otro lado. "Sólo un loco atracaría una joyería de la calle Serrano —una vía madrileña famosa por sus tiendas de alto nivel— sin estar compinchado con un dependiente o un vigilante de la tienda". Así, cita el caso del robo de uno cuadros de la finca de Esther Koplowitz, cuyo vigilante fue condenado por participar en la operación. Como es de suponer, "se llevan un porcentaje", asegura el policía.
En el caso de la joyería parisina, no hay duda. Los atracadores, no sólo conocían la tienda a la perfección, sino que llegaron a referirse al personal de la tienda por su nombre. Se lo ponen fácil a la Policía. Las joyas robadas son tan especiales que serían detectadas en el momento en que trataran de venderse tal y como están. Sin embargo, en estos casos, las autoridades, antes de ponerse a pensar en el material que no tienen —las joyas—, se centran en lo que tienen más cerca: los testigos. Son cruciales también los sistemas de alarma y las grabaciones internas y externas de las cámaras de vigilancia. El material de la tienda de París está en Suiza, donde se encuentra la central a la que estaba conectado el sistema de alarma de la sucursal francesa.
Según la fuente policial consultada, estos robos requieren de un seguimiento y vigilancia previa antes de cometerse. "Gracias a los vídeos, la Policía puede comprobar las personas que han pasado cerca de la joyería, las que entran y salen, e incuso las matrículas de los coches aparcados en la calle", explica.
Por su puesto, casi simultáneamente, se hace un recuento de las joyas. ¿Tienen grabados, particularidades, imperfecciones? Y lo más importante, ¿están "matriculadas"? Según el policía, las joyas suelen estar marcadas con tres códigos: el del contratante, la marca fabricante, y un código provincial. "Una pieza si no la fundes o la desengarzas, es fácilmente reconocible", señala.
Parece que el material robado en Harry Winston es único o, al menos, bastante reconocible, por lo que los expertos creen que no será fácil de colocar. Las autoridades francesas están mirando hacia miembros de alto nivel del ambiente criminal francés o de los países de Europa del este. Los que conocen más en profundidad el caso creen que no es fácil transformar estas piezas en dinero, a no ser que se haga en los países del este europeo que, de acuerdo con la Policía, se han convertido en un "nuevo paraíso para los traficantes".
Sin embargo, el atraco de hoy en París es especial. Normalmente son botines menos llamativos y, "el oro, una vez fundido, no tienen nombre", comenta el policía, muy habituado a casos de atracos a joyerías. Lo mismo ocurre con los diamantes y las piedras que, cuando no son de alta gama, no están marcadas y "tan sólo se pueden detectar cuando al joyero ha percibido previamente alguna impureza o particularidad de la piedra".
Estamos hablando de robos con menos 'glamour'. Una unidad de la Policía Judicial se dedica al control de los 'libros de entrada' (los libros de cuenta de los joyeros). Este grupo ha 'controlado' últimamente los atracos de bandas argentinas de la provincia de Córdoba, cuyo material robado acaba posteriormente en Argentina y que, normalmente, se ha intercambiado por droga que llega después a España.
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