MADRID.- Un sitio donde pintar sin que sus vidas corran peligro, eso es lo que reivindican los colectivos de grafiteros desde hace tiempo. Esta demanda vuelve a ponerse de actualidad tras la muerte, este fin de semana, de un joven que fue arrollado por un tren cuando intentaba dejar su 'seña de identidad' en la localidad madrileña de Alcalá de Henares.
Grafiti contra la violencia de género, en Madrid.
Las vías del tren siempre han sido "una alternativa muy buena" para quienes les gusta la pintura urbana, dice Assier, un miembro de Desviados.com, la pareja de grafiteros premiada por al Ayuntamiento de Madrid en el XX Certamen de Jóvenes Creadores. Pero, ¿por qué jugarse la vida para poder pintar? ¿Nuestras ciudades no tienen suficientes lugares que ofrecer a estos colectivos?
He aquí la pregunta del millón. Por un lado, el grafiti nace como una expresión libre en la calle "al margen del mercado de poder", comenta Nuria Mora, una artista urbana madrileña. Y, por tanto, no entiende de normas ni de leyes. Muchos grafiteros pintan en muros y edificios abandonados, pero otros atentan contra la propiedad privada.
Por otra parte, los ayuntamientos consideran ilegales las 'pintadas' en fachadas y muros de la ciudad, y castigan a los que se atreven a infringir la ley con elevadas multas. Hasta tal punto es así, que Barcelona, la ciudad más cool hace ocho años, aquella ciudad que atraía a los turistas con su arte urbano y que hasta lo vendía en forma de libros, es hoy una ciudad gris, sin expresión artística alguna en sus calles.
Se ha iniciado un círculo vicioso sin fin que 'limpia' las arcas municipales a la vez que blanquea paredes 'grafiteadas' y obliga a estos artistas 'callejeros' a 'tirar por el camino de en medio' y, a fin de evitar una cuantiosa multa, limitarse a dejar su impronta en forma de tag (firma), precisamente la fórmula que a la sociedad le parece más fea.
Por ello, algunos colectivos, como Desviados.com, luchan porque las administraciones "faciliten a la gente sitios donde pintar sin que sus vidas corran peligro" y sin molestar al resto de ciudadanos. También Silk, un grafitero miembro de positivos.com, opina que las autoridades "deberían ahorrar el dinero que se gastan en limpiar paredes e invertirlo en facilitar espacios para los artistas". En esta misma línea, la madrileña Remedios Vincent ha elaborado una propuesta para la capital que ya ha comentado con alguna asociación de vecinos, como la del Barrio de Maravillas, "con muy buena acogida", afirma.
Una de las propuestas del artista JR en la Tate Modern.
Partiendo de la idea de que Madrid "tiene estupendos muros donde trabajar", y "el arte de la calle es un patrimonio cultural de primer orden, que está vivo y cambia constantemente, porque la obra se desgasta", Vincent propone un "plan de recuperación de los muros y medianeras de la ciudad para convertirlos en un museo vivo". Así, apuesta por crear un entorno con talleres, donde los artistas puedan alojarse temporalmente, intercambiar ideas y conocer trabajos de colegas internacionales, aprovechando alguno de los múltiples edificios en desuso existentes en la ciudad.
En su opinión, con esta idea se 'matarían' varios pájaros de un tiro. Por un lado, se recuperaría un inmueble en desuso —a través de un concurso de ideas para jóvenes arquitectos convocado por el Ayuntamiento—; se evitaría que muchos de los grafiteros que ahora se dedican a poner su nombre en las paredes por miedo a las multas, realizaran trabajos de mayor calidad; se fomentaría el diálogo entre artistas y vecinos, lo que ayudaría a mejorar la valoración ciudadana del arte urbano; y se embellecerían las calles, transformando a Madrid en "un museo al aire libre con un bajo coste". Además, según Vincent, esto podría convertir a la capital española en un "referente mundial en arte urbano", atrayendo a gran cantidad de turistas interesados en esta disciplina, como ya ocurre en Londres con Banksy.
La solución, entonces, ¿pasa por habilitar espacios para estos artistas? Pues tampoco está tan claro. Y aquí el debate surge en el mismo seno de los colectivos de grafiteros, donde ellos mismos reconocen la incongruencia de la situación, y donde los más radicales rechazan de plano esta posibilidad.
"Nunca nos vamos a poner de acuerdo —dice Nuria—. Es cierto que reclamamos lugares donde pintar, pero tampoco queremos estar sometidos a normas que nos vengan impuestas desde fuera, ya sea por instituciones o por entidades privadas", comenta esta artista. También el cubano Jorge Rodríguez-Gerada —que nos sorprendió con un enorme rostro de Obama visto desde el cielo en Barcelona— opina que es bueno que se faciliten zonas donde expresarse y reunirse, así como materiales, pero no cree que sea bueno que se acoten espacios únicos para trabajar. "En Broadway dejaron zonas libres acotadas para que trabajasen los grafiteros, pero nos sentíamos como animales en una reserva", comenta.
Nuria intenta volver la mirada hacia lugares abandonados.
Sin embargo, tanto una como otro formaron parte de la muestra de arte urbano que llegó a cubrir la fachada de la Tate Modern de Londres este verano. Y es que cada vez son más los artistas que optan por mostrar su obra de esta manera al no poder hacerlo como les gustaría: en la calle. "El grafiti no pierde su esencia si entra en un museo, ni el hecho de que te paguen por un trabajo significa que traiciones tus ideales, tu arte. Porque no te aproximas de la misma manera a un muro de la calle que a la pared de una galería —dice Nuria—, y puedes proponer una reflexión entre el interior y la calle", explica esta artista, que sigue pintando en las calles de todo el mundo, a la vez que expone en museos y participa en festivales.
Pero no opinan así otros grafiteros, que reniegan de este tipo de iniciativas, y tildan de "traidores" a los que optan por ellas. "Hay que entender que el arte urbano tiene distintas vertientes o tendencias, y existe una pequeña corriente de puristas radicales que se consideran los únicos, los auténticos, y desprecian a otros artistas cuyas obras han llegado a cubrir las paredes de museos y galerías", comenta Silk.
Para Rodríguez-Gerada se trata de una "intolerancia como cualquier otra". Él estuvo "años luchando desde las calles de Nueva York", donde comenzó a pintar. Hoy en día reside en Barcelona. Allí tiene varios proyectos en marcha y colabora con la universidad. A sus 42 años, y con una familia que mantener, asegura seguir con esa lucha, pero de otra manera: "Sigo siendo un guerrero, pero con ideas", explica. Así, tan pronto realiza una pequeña pintada en la calle, arriesgándose a que le pongan una multa, como le ofrecen plasmar una obra de gran formato en un muro de la ciudad y con todos los permisos concedidos.
Y es que para la mayoría de los artistas urbanos plasmar su arte en las calles es una "necesidad existencial". En el caso de Nuria, con su obra pretende "llegar al mayor número posible de personas", convirtiendo su arte "en un lenguaje universal", que la gente interprete como "un silencio para descansar la mente del ruido visual que puebla las calles de nuestras ciudades". Jorge Rodríguez-Gerada, sin embargo, invita a la reflexión sobre los problemas que aquejan a la sociedad actual: la crisis económica, la intolerancia, la violencia, los problemas medioambientales... Y hay quien simplemente cree que el arte "debería ser accesible para todo el mundo, y la calle ofrece esa posibilidad de forma gratuita", como afirma Silk.
¿Serán estos los "rebeldes" a los que el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, se refería en su discurso de entrega de los premios Jóvenes Creadores? Entonces, el político entregó 3.400 euros a la pareja de grafiteros que le habían parodiado un año antes en un mural de Fuencarral, y en su discurso final decía: "...la rebelión no significa el derribo de lo establecido, sino la voluntad de mejora. El arte creador no puede ser un acto pacífico, muchas veces es un acto intelectualmente violento. Cualquier expresión artística no se agota con la creación de la obra, sino con la interpretación".
¿Estamos ante el principio de un cambio? ¿Habrán descubierto los políticos las 'bondades' del arte urbano?
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