Estamos en Los Ángeles, en los años 20. Una pequeña niña inmigrante se recupera en un hospital de una caída, y entabla amistad con un enfermo postrado en cama. A estilo 'Las Mil y una Noches', éste le va contando historias cada día. Es el argumento de 'El sueño de Alexandria', de Tarsem Singh. Veamos qué les ha parecido a Volpini y Etxea:
Dos seres se encuentran en un momento complicado de sus vidas. La dificultad les lleva a intercambiar verbalmente sus experiencias para desahogar sus penas. A lo largo del relato se produce la catarsis. Puro cuento. Ese es el valor de la creación artística, llámese cine o literatura. De algún modo esto es lo que les ocurre a los personajes principales de 'The fall'.
Seguro que Volpini, más reacio que yo a reconocer las excelencias discutibles de esta película, está plenamente de acuerdo conmigo: lo mejor de 'El sueño de Alexandria' es Alexandria, Catinca Untaru, la niña rumana que Tarsem Singh ha descubierto para el cine. Sencillamente genial en su naturaleza infantil, obstinada, curiosa y traviesa. Tengo que reconocer que cuando este largometraje con aromas del cine de Bollywood —al fin y al cabo su director es indio— viaja a la mente narradora de Lee Pace se convierte en una mezcla difusa de Las Mil y una Noches y la utopía de Robinson Crusoe con Isla desierta en un Océano de amor soñado y maldad estereotipada. Afortunadamente la acción vuelve a la realidad con suficiente frecuencia y escapa de esa narración fantástica para regresar al hospital en el que se desenvuelve la historia principal. El cuentacuentos vuelve a ser un especialista herido mientras la niña, con su brazo en cabestrillo, merodea por el centro sanitario allá por los principios del siglo XX en Los Ángeles. Sólo con verla se sostiene la historia y su personaje sostiene el desánimo y hasta la vida del enfermo que le cuenta sus penas a través de esa fantasía. Es 'metacine' o arte que se piensa a sí mismo. Metáfora no del todo satisfecha de la creación artística. Por eso, y aunque a veces sea difícil de soportar la estética descaradamente 'kitch' de 'The Fall, el sueño de Alexandria', rescato su valor simbólico, aunque no sea gran cine, ni como película comercial ni como oferta alternativa.
¿Explosión de color? Sí. ¿Decorados y localizaciones suntuosas? Claro. ¿Imaginación? Poca. Es como esos pasteles que alguien cubre de nata, de festones, dibujos, porque el pastel en sí no merece la pena. Que en 2007 ‘The Fall (El sueño de Alexandria)’, que esta historia en barroca purpurina y torsos atléticos bajo el breve chaleco: San Sebastián herido por tus flechas (¿de verdad eran así los cuentos reputados 'para niñas'?), que esta morbosa nonada obtuviese el premio a la mejor película en el Festival de Sitges hace un año, apunta a que la imaginación es un pájaro flauta con las alas de plomo. Dios ha muerto.
Eso, por lo que a la fantasía se refiere, porque el mundo real está tratado de muy distinta forma. Ahí había una película. Y previa a una y a otra, ‘Yo Ho Ho’. Búlgara. Zako Heskija. 1981. Donde ‘Alexandria’ es un chico, Leónidas, y de la noche en blanco hacia la solución final salen piratas. Hospital. Estupenda actriz niña, ‘Alexandria’ —Catinca Untaru, ojos elocuentes, graciosa, poco blanca, así que igual ya no nos la encontramos con frecuencia— zumba en torno a otro muy buen actor, Lee Pace. Siempre que no se mueva de la cama. Lo malo es que se mueve. El nexo entre la contención y el desparrame, la intervención de los protagonistas en sus sueños, es, asimismo, sugestiva. Lástima que en vez de entrar en ‘Las Mil y Una Noches’ o en ‘El Manuscrito Encontrado en Zaragoza’, nos veamos acompañando al Zorro ‘fashion’.
*Federico Volpini y Dr. Etxea son nuestros colaboradores de cine.
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