Los detectives literarios del Raval

BARCELONA.-  Cada tanto aterrizan en Barcelona los detectives literarios. Esos hombres y mujeres de paso indeciso, libro en la mano y ojos inquietos que buscan plazas, bares, esquinas específicas, porque saben que, desde El Quijote hasta la última novela de Carlos Ruiz Zafón, Barcelona aparece retratada en infinidad de libros, y son capaces de caminar durante horas sólo para comprobar que esos escenarios existen.

Leonardo Faccio

En el ambientillo prostibulario de la calle San Ramón, he visto de cerca al típico detective literario. Pepe Carvalho, el detective protagonista de las novelas de Vázquez Montalbán, caminaba con frecuencia entre 'las chicas' que desde siempre ofrecen sexo en esta calle oscura del barrio del Raval. Por eso es fácil pensar que este chico delgado, que fuma tabaco de liar y lleva camisa arrugada por fuera de los pantalones, iba tras los pasos de este detective de ficción, que en los 70 tenía como aliada sentimental a una puta fina a la que llamaba la Charo.

El detective literario suele ser un fetichista solitario y por eso es mejor observarlo de lejos. Aunque hay algunos inexpertos que necesitan ayuda para mirar mejor. De hecho, en Barcelona existen guías turísticos que organizan caminatas literarias grupales. Por 15 euros y con la ayuda de un megáfono, van señalando fachadas, parques, esquinas que fueron escenarios en argumentos de ficción: las calles medievales del barrio Gótico, donde Carlos Ruiz Zafón ambientó la saga 'La sombra del viento'- 'El juego del Ángel', o la Iglesia Santa María del Mar, en la que se inspiró Ildefonso Falcones para escribir 'La Catedral del Mar', son sitios habituales del 'lector trendy'. Pero al detective literario con experiencia le gusta armar sin ayuda su propio trekking intelectual.

Los azulejos de colores partidos y las curvas de la arquitectura modernista de Gaudí, por ejemplo, son los monumentos consagrados que el detective literario siempre posterga. La sombría coctelería Boadas (c/ Tallers, 1), en cambio, es un punto clave que el lector de novela negra jamás se perdería, porque fue parada de Vázquez Montalbán y de sus personajes de ficción. Igual que el restaurante Casa Leopoldo (c/ San Rafael, 24), que ofrece el menú mediterráneo Pepe Carvalho a 40 euros más IVA. Son 'clásicos' que tarde o temprano el detective literario visita. Así como los seguidores de Hemingway nunca abandonan el Raval sin detenerse en el bar Marsella (c/ Sant Pau, 67) para emborracharse con absenta y esperar a que les llegue la inspiración.

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L. F.

Porque muchos detectives literarios, además de fetichistas son escritores, y esperan que la musa los sorprenda en ambientes míticos, como la cafetería Central (c/ Ramelleres, 27) donde entran con la idea de respirar la atmósfera que inspiró a Roberto Bolaño antes de escribir 'Los detectives salvajes'. Pero ningún bar reconocido con una placa representa un reto para un detective literario con experiencia.

El desafío consiste en rastrear pistas entre las ausencias que dejan las palas mecánicas, el paso del tiempo y los gobiernos. Al Raval lo llamaban Barrio Chino en épocas del detective Carvalho. Pero siempre fue un laberinto de paredes húmedas, baratas y oscuras. Desde el siglo XIII, cuando Barcelona era una ciudad amurallada, el barrio permaneció hasta estos días en la periferia urbanística y social. Vázquez Montalbán transformó lo sórdido en poesía, como lo había hecho antes el escritor francés Jean Genet en su novela 'Diario de un ladrón', donde rememora sus días de prostituto y carterista en el los años ‘30. El paisaje canalla, que sólo la literatura y el cariño logran hacer encantador, seduce al detective literario joven, que de puro romántico va a su encuentro sin más protección que un libro bajo el brazo.

L. F.

Ahora los pasillos angostos de El Raval están llenos de locutorios, mezquitas y puestos de shawarma, propios de la comunidad pakistaní más grande de Barcelona, que se instaló en el barrio. Y hay pasajes, como la calle Ferlandina, que concentran talleres de artistas con bajo presupuesto, por lo cual las guías turísticas insisten en llamarlo 'barrio bohemio'. No es el Raval proletario y yonki que vio Genet en los años 30, ni Vázquez Montalbán en los 70. Hubo una metamorfosis en la última década. Pero el escenario del 'lumpenaje' histórico que la literatura convirtió en belleza permanece, y para el detective literario encierra un valor sentimental que no siente hacia la Sagrada Familia o el Parc Güell.

Lo que desorienta al rastreador de pistas son los barrios con manzanas que fueron arrancadas de raíz. El laberinto de sombras de El Raval en gran parte sigue siendo el escenario perfecto para una novela de detectives. Pero hay zonas en las que la oscuridad murió golpeada por la luminosa arquitectura moderna, como el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, obra de Richard Meier, o la coronada por palmeras Rambla del Raval. Ahora, en lugar de señoras tendiendo ropa en un balcón oxidado, se eleva un flamante y luminoso condominio de viviendas, una filmoteca en construcción y un hotel de 10 plantas y cuatro estrellas cuya estructura cilíndrica le da aspecto de nave espacial. Este tipo de paisaje es el que hace arquear las cejas al detective literario y llevarse la mano al mentón, como quien descubre que le robaron el coche.

El Hotel Barceló Raval parece el Challenguer aparcado de cola en medio de un corro de edificios descascarados. La imagen es fuerte: un viejito con bastón pide a gritos que no lo desalojen de su piso, por el que paga 200 euros por mes, frente a la ventana de una habitación de hotel que cuesta 180 euros por noche. Todo está ahí: la pobreza y la opulencia a un tiro de piedra. Pero la realidad social no conmociona al detective literario.

El detective literario no imagina que, para semejante reforma urbana, fueron realojadas 3.000 familias y otras 600, compensadas económicamente, porque el ritmo de la expropiación fue mucho mayor al de construcción de vivienda pública. La tragedia del detective literario llega cuando descubre que en reemplazo de las baldosas viejas hay una placa que anuncia: Plaça Manuel Vázquez Montalbán. Esto le indigna, porque un nombre escrito en bronce no sustituye la atmósfera que sirvió al escritor de inspiración.

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L. F.

Barcelona se ha convertido en un parque temático para el turismo y —para ello— han destrozado su tejido urbano. Con esta idea, el escritor Enrique Vila-Matas hace poco se quejaba de esta ciudad mutante donde se espera que en 2011 haya 49 hoteles nuevos, los mismos que desorientan al detective literario. Pero Vila-Matas no es el único que levanta la voz para quejarse del turismo masivo que llega en chanclas y camina borracho y sin camiseta con la Sagrada Familia en la cabeza como único referente de la ciudad.

"La ciudad-corporativa-institucional-turística… ha dejado de ser real para convertirse en hiperreal ⁽¹⁾", dice el escritor barcelonés Javier Calvo, para referirse a los barrios implantados sobre la memoria histórica literaria que todo detective literario busca. Y Calvo lo dice desde las páginas de un libro titulado 'Odio Barcelona' (Melusina. 2008), en el que 12 autores jóvenes se rebelan contra la misma metamorfosis urbana que el detective literario también detesta, porque la ausencia de oscuridad atenta contra el espíritu de un genero que ama: la Novela Negra. Y aunque todos saben que pronto llegará un escritor capaz de arrancar poesía de un monstruo luminoso hecho de cemento y cristales, nadie se libra del drama romántico que significa despedir para siempre el mundo de sombras que sólo va quedando en los libros, porque los barrios, cuando mueren, no tienen reencarnación.*

• *Baudrillard sugiere que el mundo en el que vivimos ha sido reemplazado por un mundo copiado, donde buscamos nada más que estímulos simulados.
• (1) Definición de 'Hiperrealidad'