LA HABANA (CUBA).- En casi cualquier lugar del mundo una botella no es más que un recipiente para guardar agua, leche, un otro líquido. Sin embargo, La Habana de hoy marca la diferencia en esa generalidad. Aquí, unos dan y otros 'tomamos botella'.
Si buscamos un equivalente al acto cubano de 'botellear', podría pensarse en 'pedir un aventón' o 'hacer autoestop'. Y digo podría, porque la forma y el color aquí cambian. Un semáforo, varios autos, chóferes bondadosos y personas con necesidad de trasladarse bastan para que casi todo vehículo se transforme en botella: desde un elegante Audi, por ejemplo, hasta un vetusto Ford de los años 50.
La luz roja es la señal de arrancada. En ese momento, quienes piden botella se dirigen con premura hacia los autos. La manera de preguntar varía según la educación del o la botellera, pero es en esencia una. Frase operativa y breve como el cambio: '¿Me puede adelantar?'. Aunque, amén de la prisa, todos tenemos la normal obligación de añadir nuestro destino a la pregunta. Los más experimentados aderezan el instante con una sonrisa, un por favor, alguna palabra gentil, y mil artimañas más. Toda una estrategia. Los más tímidos sólo se dejan llevar por la suerte de otros. Pero, tímido u osado, el anhelo es uno y cuando el tiempo corre hay quien se vuelve muy competitivo.
Porque una respuesta afirmativa es llegar más temprano al trabajo o a casa, la felicidad misma. Lo contrario supone que se extienda indefinidamente la espera. Del positivo al negativo están los sentimientos del chófer hacia el prójimo y sus posibilidades reales de llevarte. Sobre lo primero nada puede hacerse; lo segundo tiene que ver con la capacidad del 'carro' y la coincidencia con tu vía.
A fuerza de pedir y dar el favor, en las calles de La Habana se suceden mil y una historias. Entre los colegas de a pie y los conductores, siempre hay rostros que repiten. No es extraño que de los asiduos a una ruta nazcan amigos y hasta algún que otro noviazgo sobre ruedas. Tampoco es raro que los habituales al semáforo tengan identificados al bondadoso, al huraño, al desentendido y a quien nunca da botella.
No tengo la precisión de cuántos nos movemos diariamente por esta vía, pero la cifra no debe ser subestimada. El primer lugar en las estadísticas es para las féminas. Los hombres tienen más reservas en 'pedir el aventón' y los conductores en darlo si lo pide alguien del sexo masculino. "Ellos pueden caminar y tomar guagua[autobús]", comenta Miguel, uno de los chóferes de mi centro laboral. Y aunque está claro que las mujeres también podemos, "belleza y juventud convencen a cualquiera", completa.
Obviamente, en un país con un sistema de transporte público que comienza a recuperarse, la 'botella' no es para nada despreciable. Aunque para algunos belleza y juventud son factores determinantes, en muchos priman los deseos de ayudar, sólo por el placer de hacerlo, más allá de la edad, el sexo o la apariencia. Encontrarse con unos u otros es cuestión de pura suerte.
Entre los botelleros hay códigos compartidos: el color de la matrícula, la compañía del chófer, las ventanillas cerradas o abiertas son mensajes que motivan o detienen una nueva petición. El visitante que mira extrañado el espectáculo ignora que, a veces, la suerte de tu día comienza con una 'buena botella'.
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