La llegada de 6.700 toneladas de arena procedentes de Kuwait ha suscitado cierto resquemor entre los ciudadanos de Idaho (Estado Unidos); sobre todo por su contenido de uranio empobrecido, el resultado de las operaciones de su país en la Guerra del Golfo. La inquietud vuelve a poner sobre el tapete las preguntas sin respuesta acerca de la peligrosidad de esa sustancia radiactiva, asociada a los últimos conflictos bélicos.
Idaho ha recibido más de 6.700 de arena procedentes de Kuwait.
El uranio empobrecido es un sobrante de la fabricación de combustible nuclear (emite sólo el 60 por ciento de radiactividad del mineral natural). Por su alta densidad resulta de gran utilidad en usos civiles (aviación, aislamientos radiológicos…) y militares (proyectiles anticarros y blindajes); además, cuesta menos que otros materiales ultraduros, como el tungsteno. Pero tiene una pequeña pega, vaya: cuando un proyectil impacta en un blanco, el uranio se volatiliza en una nubecilla de micropartículas radiactivas que se depositan en el entorno o son arrastradas por los vientos.
De la mano de las tropas británicas y estadounidenses, tales micropartículas se esparcieron por Irak, Kuwait y los Balcanes (en mayo pasado, la Eurocámara pidió la realización de un inventario de todas las zonas de la Unión Europea contaminadas por dicha sustancia). Las autoridades de Afganistán se barruntan que su país también recibió una buena dosis del residuo, un extremo tajantemente negado por el amigo americano.
¿Cuánto de peligroso tiene ese metal pesado? De creer en las noticias sobre enfermos de leucemia y bebés con malformaciones procedentes de las zonas afectadas, parece que mucho; incluso se le señala como la causa del misterioso Síndrome del Golfo. Pero la cosa no se presenta tan clara. De un lado, estudios con ratas expuestas a dosis pequeñas de la sustancia muestran que no les sienta nada bien; del otro, investigaciones con seres humanos no han podido probar que, pese a su toxicidad, tenga efectos carcinogénicos.
La polémica no pierde gas. Como ya ocurriera tantas veces con otras controversias relativas a radiaciones de diversa naturaleza, los informes médicos no logran disipar las sospechas. En contra del uranio empobrecido juega la mala imagen que arrastra el mineral desde que sirvió de materia prima de la bomba A (atómica). De momento, y pese al creciente clamor de voces alarmadas, ninguna normativa internacional prohíbe sus aplicaciones militares. Se oponen a ello Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, con el argumento de que los riesgos sanitarios son insignificantes. Pero si los riesgos son tan ínfimos como aseguran, me pregunto por qué se han tomado el trabajo de trasladar las arenas kuwaitíes en vez de dejarlas en su sitio, si realmente no perjudicaban a nadie.
Vista desde otro ángulo, la repatriación de las arenas contaminadas a Idaho para su almacenamiento es todo un detalle del gobierno estadounidense para con el emirato. Sería fantástico que no se tratase de un caso aislado; que el ejemplo cundiese y que el ministerio de Defensa de Estados Unidos, en una marcial aplicación del principio 'quien contamina paga', proceda a traerse para casa todas las tierras contaminadas a resultas de sus acciones guerreras. Quizás entonces, cuando la factura de su traslado, procesamiento y almacenamiento se dispare, los estrategas del Pentágono comiencen a pensárselo dos veces antes de sembrar de uranio los campos de batalla de ultramar.
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