Donde hay pelo, hay alegría

Los mamíferos tenemos una característica exclusiva que nos diferencia del resto de animales: el pelo. Sí, ese producto de la epidermis compuesto por queratina y dividido en tres capas bien diferenciadas: cutícula, córtex y médula. El cabello nos protege de los elementos, puesto que nos ayuda a mantener constante la temperatura corporal. La boina, para que ustedes valoren el pelo en toda su grandeza, no es un mero elemento decorativo: es un ingenio termorregulador que, gracias a la perfección de su diseño y a la calidad del paño, evita pérdidas de calor en invierno e impide el achicharramiento en verano.

(EFE)

El presidente de la Cámara Baja, José Bono.

Hasta hace bien poco, el calvo tenía en boinas y "ratas" (peluquines) los únicos recursos eficaces para hacer frente a la climatología. Era lógico, por tanto, que el hombre entendiese la calvicie como una maldición. Una desgracia de proporciones bíblicas que desnudaba al rey de la creación ante el resto de seres vivos, especialmente ante las hembras de su propia especie. "Se te va a caer el pelo" se considera una grave amenaza, y "hacer un calvo" es un gesto grosero con trazas de insulto.

La pelambre sufre, debido a las inclemencias medioambientales y al paso del tiempo, un desgaste que acorta su vida útil. Para evitar el deterioro total del pelaje los mamíferos cambiamos el pelo a lo largo de nuestras vidas. Lo que es la muda. Una muda que tradicionalmente se ha producido de manera natural, pero a la que actualmente podemos echar una mano. Berlusconi, Menem o, más recientemente, nuestro José Bono, son magníficos ejemplos de esa repoblación artesana del cartón.

Estas metamorfosis de mechones famosos confirman algo que ya deberíamos saber: no somos lo que somos. Somos lo que parecemos. Asumamos de una vez por todas que la cosmética es la solución a todos nuestros problemas, a todas nuestras necesidades, a todas nuestras carencias y todos nuestros defectos interiores. Sólo entonces lograremos ser superficialmente felices.

Miren si no a Ana Rosa Quintana, fresca y lozana como una lechuga a sus 98 años. Una Ana Rosa que presentó hace un par de días a una nueva tertuliana, Cristina de Alzaga, como "directora de una revista buenísima y experta en muchos temas»" Alzaga es, vaya por Dios, directora de 'AR', la revista de Ana Rosa. Y realmente es experta en muchos temas. Sin ir más lejos, sus palabras sobre la nueva melena de Bono fueron un prodigio de reflexión y sintaxis: "se lo haya hecho o no, es como Letizia: todos tenemos derecho a hacernos aquello que nos haga estar más contentos con nuestra imagen".

Unas declaraciones que, si ustedes me permiten la expresión, me pusieron la piel de culo de pollo. Alzaga puso el dedo en la calva: no todos ustedes pueden tener la suerte de, como un servidor, rozar la perfección física. Así las cosas… ¿Si plantan césped en sus jardines, por qué en sus cabezas no sembrar crines?

Un motivo para no ver la televisión

Ray Bonneville.
Cd: GoinŽ By Feel.
Red House Records.

Otro canadiense interesante (recuerden a Ron Sexsmith y Sam Roberts, los pasados días). Esta vez se trata de un guitarrista, cantante y compositor de edad indefinida que vive de la música desde hace más de 25 años. Bonneville se mudó a los USA, adora a Cormac McCarthy y Flannery O’Connor, toca la armónica como los viejos bluesman del Mississippi y rasga las seis cuerdas en esa línea de fuego entre Ray Wylie Hubbard y J.J.Cale. Es auténtico.

'GoinŽ By Feel' es su sexto disco en diez años. Y puede que el mejor. Buena culpa es de la producción, obra de Gulf Morlix, el hombre que grabó algunos de los mejores trabajos de Lucinda Williams. Y de las canciones, monumentos al folk más recio, al blues blanco, a unas guitarras que parecen haber sido arrastradas por todo el sur de Estados Unidos.