Ayuda al desarrollo para escuelas, pero en plataformas flotantes

La ayuda a los países menos desarrollados se ha dirigido a cubrir necesidades básicas: construcción de caminos, dispensarios, escuelas rurales…. Esta pauta va a cambiar al calor (nunca mejor dicho) de los tiempos que corren. Marcando la tónica, el gobierno británico donará a Bangladesh 75 millones de libras esterlinas (unos 94 millones de euros), con el objetivo de ayudarle a afrontar el impacto del cambio climático.

Michael Foley (flickr)

El país asiático es especialmente vulnerable a las alteraciones climatológicas que se nos echan encima. Desde siempre, su peculiar geografía –consiste en un enorme delta fluvial- le ha expuesto a las inclemencias del tiempo (de hecho, casi todo el país se encuentra a diez metros por debajo del nivel del mar).

Con poco que suban los mares se inundará la mayor parte de su territorio y 40 millones de personas se quedarán sin hogar… y no olvidemos el deshielo de los glaciares del Himalaya, la fuente de los caudalosos ríos de Bangladesh. No pintan muy buenas las perspectivas si, tal como vaticinan algunos, esas masas de hielo desaparecen en los próximos cinco años.

En resumen: esta nación de 150 millones de habitantes tiene todas las papeletas para convertirse en una de las primeras víctimas del calentamiento global.

A decir verdad, Bangladesh se halla a merced a los elementos desde hace tiempo: el agua marina ha invadido los manglares, causando gran mortandad de árboles. La salinidad amenaza además con arruinar el cultivo del arroz, el eje de la agricultura local. Dakha, la capital, se ha visto cubierta por inundaciones tan a menudo que el alquiler de las plantas bajas se ha hundido. Y para rematarla, una sucesión de tormentas repentinas se cobró en los últimos años las vidas de miles de pescadores. "¿Tiene la culpa de esto el cambio climático?", se pregunta el profesor Ainun Nishat, el principal experto bengalí en Medio Ambiente. "No lo sabemos", se contesta. "¿Son fenómenos inusuales? Sí"

Los bengalíes no se quedan de brazos cruzados. Llevan años luchando contra la inclemencia de su entorno. Han levantado una red de diques contra las inundaciones. Un dispositivo de refugios protegió del ciclón Sidr a un millón y medio de personas. Y los campesinos han adoptado un arroz resistente a la sal, o se han reciclado en pescadores.

A la vista de la crítica situación, la Agencia británica de Desarrollo Internacional se ha fijado los siguientes objetivos: ayudar a los campesinos a edificar sus viviendas sobre bases elevadas; construir escuelas en plataformas flotantes (de modo que las inundaciones no desbaraten el sistema educativo); transformar los refugios anticiclones en instalaciones multifuncionales que sirvan de escuelas y ambulatorios; elevar la altura de los diques; trazar caminos que no sean inundables; y asistir a las autoridades en el desarrollo de sistemas de alarma temprana de emergencias y catástrofes. La idea rectora consiste en ayudar a los bengalíes a que se protejan a sí mismos. Muy encomiable.

Los tiempos cambian que es una barbaridad. Antes, la ayuda al desarrollo intentaba mitigar la postración de países devastados por el colonialismo o por guerras atizadas por el neocolonialismo; ahora, busca paliar los efectos de un trastorno climático fomentado por la industrialización occidental. Bienvenida sea, pero sin olvidar que lo prioritario es actuar sobre las causas más que sobre las consecuencias. En otras palabras: el Reino Unido haría más bien a Bangladesh (y al resto de la doliente humanidad) si cejase en sus planes de resucitar la industria del carbón y de extraer hasta la última gota de petróleo del Mar del Norte y, por ende, de avivar la caldera del calentamiento global.