Madrid.- Harta de repetir el papel de "la chica guapa", Julia Ormond tuvo el coraje de dejarlo todo y empezar de cero. Lo hizo en la televisión, un medio que tiene en alta estima por dar, dice, "una nueva vida a las actrices maduras".
La actriz norteamericana Julia Ormond, que en una entrevista con Efe ha dicho, entre otras cosas, que harta de repetir el papel de "la chica guapa", tuvo el coraje de dejarlo todo y empezar de cero. Lo hizo en la televisión, un medio que tiene en alta estima por dar, dice, "una nueva vida a las actrices maduras".
"El cine, y más en Hollywood, se hace pensando en una franja de espectadores de entre 13 y 17 años, por eso hacen películas románticas, comedias... cuyos protagonistas son siempre adolescentes" cuenta a Efe la actriz británica.
"En cambio -añade- la televisión hoy está cargada de series de calidad, que ofrecen excelentes papeles a mujeres maduras, personajes con sustancia, con aristas... Con fondo. Y eso es como contar con una nueva vida profesional, algo que antes no existía".
A sus 43 años, la actriz ha vuelto al cine por la puerta grande, de la mano de cineastas como David Lynch, Steven Soderbergh o David Fincher, y ahora acaba de estrenar "La conjura de El Escorial", una superproducción española con reparto internacional, firmada por Antonio del Real, y donde encarna a la Princesa de Éboli.
Julia mantiene esa belleza clásica y esa brillante sonrisa con las que saltó a la fama en 1994 en "Leyendas de Pasión", junto a Brad Pitt. Los noventa fueron suyos, hilvanando un éxito con otro en filmes románticos como "El primer caballero".
En ese momento cumbre, tuvo el coraje de "atreverse a suplantar" a Audrey Hepburn en la versión de "Sabrina" que firmó Polllack. Más allá de los valores que puede contener el filme, el público lo rechazó limitándose a hacer comparaciones donde Julia quedaba como "la impostora".
Ese rechazo de público y crítica sigue doliendo a Julia, quien no entiende la "desilusión" que provocó. "Acepté -cuenta- porque estaba harta de tantos papeles dramáticos y me apetecía probar la comedia, un género muy difícil".
Y añade: "Para mí, Sabrina era la historia del patito feo. Pero el icono de Audrey pesa mucho y la gente quizás esperaba verme brillar más como el cisne".
A finales de los noventa, en pleno éxito, Julia desapareció de los focos: "Llegó un momento -explica- en que me sentí perdida, estaba exhausta, necesitaba descansar y escapar de la categoría de 'chica guapa'".
Pero Ormond no perdió el tiempo, como se encarga de recordar: "Hice teatro, radio, televisión, documentales... Me enamoré, tuve a mi hija.." Hasta que, hace dos años, volvió de la mano de David Lynch en "Inland Empire".
"Resultó muy satisfactorio descubrir que hay otros papeles, más pequeños, que te permiten ir más allá y te dan más libertad, porque no llevas tú el peso de la película", señala esta británica que prefiere directores arriesgados y compara el cine con la comida.
"El cine es mi comida, mi dieta, me gusta comer de todo, comer sano, pero de vez en cuando también tomarme una hamburguesa". explica.
Y añade: "Ser actor es formar parte de una maquinaria. Siempre buscas una buena máquina y un conductor cuya visión te interese, pero no es fácil encontrarlo cuando ya has dejado de ser 'la chica guapa'".
Así explica Julia por qué en el cine se mueve en las dos orillas: "No puedes limitarte a hacer un cine serio, de autor, se trata de contar historias, y algunas son más ligeras". Y como ejemplo apunta: "Yo adoro a Tarkowsky, pero no podría ver un filme suyo todas las noches. Me gustan historias distintas contadas desde puntos de vista muy diferentes e innovadores".
Ha trabajado a las órdenes de grandes cineastas, muchos marcados por ese sello de autor, de visión creativa, desde David Lynch a Bille August, Sidney Pollack, Peter Greenaway o David Fincher, y se siente "satisfecha" con su bagaje artístico.
Un bagaje al que ha añadido ahora la Princesa de Éboli, un personaje del que le interesó "desentrañar el mito". "Empecé desde cero en mi acercamiento al personaje, y la fui entendiendo cada día un poco más. No creo que fuese consciente de ser una traidora. Era una mujer fuerte, poderosa, que se había hecho a sí misma, que conocía los entresijos de la política. Pero también era una madre preocupada".
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