PEKÍN.- Durante los meses de preparaciones para los Juegos, uno de los temas estrella en la prensa fue el de la seguridad alimentaria. En línea con la creencia, fundada o no, de la mala calidad de algunos productos chinos, el equipo americano amagó con importar su propia comida durante los Juegos y mantenerse alejado de las cantinas de la Villa Olímpica. Las autoridades chinas echaron el resto a la hora de garantizar una comida sana, equilibrada y con todas las garantías del mundo, llegando a establecer un sistema de seguimiento de cada ingrediente que consumirían las delegaciones de deportistas.
El pato a la pekinesa, el favorito de los atletas.
Pero para la afición, el público olímpico, el dilema no es que la comida cumpla o no las certificaciones de calidad. El problema es que NO HAY qué comer. No es que se expongan a un retortijón por algún germen al que sus delicados estómagos no están acostumbrados –normal, por otro lado, en cualquier cambio de dieta-. El verdadero riesgo es desfallecer por inanición. Ejemplo: en la explanada cercana al Nido de Pájaro (con capacidad para 90.000 espectadores) y el Cubo de Agua (17.000 espectadores), la única opción ‘seria’ para tomar un tentempié es el McDonald’s, abarrotado, con colas interminables en hora punta y, si uno se descuida, se queda sin hamburguesas para media tarde.
La escasez de opciones se convierte en un drama cuando uno asiste a alguna competición larga. Las entradas de los Juegos suelen incluir al menos dos partidos, lo que alarga la visita a toda una mañana o tarde. Y no son pocos que enlazan unas pruebas con otras, sin poder salir del recinto olímpico hasta la lejana ciudad para reponer fuerzas. Los más desesperados optan por hincharse a Tsingtao, la cerveza oficial de los Juegos, que (y esto es lo mejor del aspecto gastronómico de los Juegos) cuesta medio euro.
La alternativa son los quioscos que rodean los distintos estadios. Y ni son tantos ni la oferta es abrumadora: salchichas de cerdo o ¡maíz! plastificadas, patatas fritas (de bolsa), helados y noodles –tallarines- instantáneos, de esos que están tiesos, deshidratados, pero que se expanden cuando les añades agua hirviendo y unos polvos mágicos para dar sabor a la sopa. Cuando yo había pagado ya por mi dosis de calorías radiactivas, en el quiosco me informaron de que no tenían agua. «¿Entonces?». «La gente se los come a mordiscos, como si fuera un snack».
Desesperado, me planteé probar unas tarrinas de arroz que vienen en distintos sabores (curry, salsa agridulce, picante…) con diferentes tipos de carne, que al módico precio de 2 euritos incluyen un curioso mecanismo para calentarse. Pero vista la prueba que han hecho en el Wall Street Journal, finalmente decidí mantenerme alejado de estas fiambreras explosivas.
Un lujo para deportistas.
Una periodista canadiense, que se aloja en el espacio para informadores de la Villa Olímpica, me decía que la comida que se sirve allí tampoco es para echar cohetes. «Me estoy intoxicando a hamburguesas», se quejaba. «Está muy bien que McDonald’s sea el patrocinador oficial, pero ¿por qué no puede haber un poco de variedad?». Su asistente china estaba enfurecida, pues no entendía cómo no se aprovechaban los Juegos para mostrar al mundo que, también en esto de la gastronomía, China se merece una medalla de oro.
No estaría mal que los quioscos ofreciesen algunas de las ‘tapas’ por las que China es famosa: jiaozi o xiaolongbao (dumplings, una especie de ravioli relleno de carne, marisco, vegetales y/o sopa), baozi (unos bollitos típicos para el desayuno), chunzi (bocaditos de arroz con carne envueltos en hojas) o pinchitos morunos de cordero, un bocado muy energético cuando aprieta el hambre y que suelen ofrecer los chinos musulmanes en plena calle.
Los únicos que parece que se están cuidando a cuerpo de rey son los atletas, que además de recibir comida gratuita y sana, con la cantidad de calorías y proteínas claramente especificada, le han cogido gusto a la delicatessen local por excelencia, el pato a la pekinesa. Una portavoz de la Villa Olímpica ha anunciado que se ha tenido que doblar el pedido de patos –de 300 a 600- para satisfacer la demanda de los más de 10.000 atletas. La oro nadadora australiana Libby Trickett, atribuye incluso al consumo de pato laqueado para desayunar, comer y cenar su oro en los 100 metros mariposa.
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Martín Xiaobao es el nombre de guerra de un reportero fascinado por China, sus gentes, idioma, cultura y su gastronomía. Con sus palillos, y desde la trinchera de un 'hutong' pekinés, seleccionará lo más apetitoso de cuanto acontezca en la capital olímpica alrededor del 8 de agosto de 2008, el carismático momento elegido por Pekín para mostrarse al mundo.
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