ESTAMBUL (TURQUIA).- Todos los hoteles del barrio de Laleli tienen cuadros de caballos en la recepción. Praderas en beige, hierbajos en ocre, horizontes en vainilla y equinos en marrón. Son cuadros desagradables. No por feos, que lo son, sino por su cronología. Se encuentran en una edad muy difícil, en una etapa por la que, más pronto o más tarde, atraviesan todos los objetos: no son lo suficientemente nuevos para deslumbrar ni lo suficientemente viejos como para merecer ser repuestos. Algo así le pasa a este barrio.
Vistas de Laleli.
Y si todos los hoteles de Laleli, la mayoría de 3 ó 4 estrellas, poblados por turistas ni muy espontáneos ni muy pujantes, incluyen en sus escasas promociones un anuncio infalible: "hotel en primera línea de playa" (es un decir), lo cierto es que, aunque parezca inverosímil —dado el alto porcentaje de engaño en la estrategia hotelera— éstos no mienten. Los hoteles de Laleli sí están a primera línea de playa. O casi.
Laleli es un barrio céntrico, apenas a unos pasos, del núcleo histórico. La playa, o lo que es lo mismo, Santa Sofía, la Mezquita Azul, el Gran Bazar, el Hipódromo y el Obelisco se alcanzan en no más de 10 minutos, tres si se sube al tranvía. Distancias nimias en una ciudad-mastodonte. Está cerca de la arena, pero no sufre las acumulaciones turísticas del centro. Por sus calles ligeramente empinadas, ni largas ni laberínticas, se circula de forma oxigenada, a salvo de los peligrosos cortejos nipones.
Con todo, lo más extraordinario de Laleli es el paisaje comercial y humano. Laleli, que traducido significa "tulipán", podría provocar en nuestra imaginación visiones de veredas repletas de tulipanes (tulipanes naturales, por supuesto), vastas alamedas, jardines frondosos… La realidad es otra, y Laleli, a diferencia de barrios contiguos, se proyecta insulsa. Su campo visual, y aquí radica su mejor virtud, está plagado de establecimientos rusos, de rusos y rusas que proporcionan escenas excéntricas y maridan en este punto lo ruso con lo turco.
Aunque la nieve o el sol (y lo que es peor, la humedad) embista, los rusos y rusas de Laleli no pestañean. Es más, no hablan. Sólo emiten señales protocolarias al paso de sus compatriotas. Los rusos de Laleli visten prendas muy ajustadas. Camisetas que cualquier día podrían estallar. Las rusas gustan más de portar pantalones con motivos felinos y camisolas color rosa muerto. Muy discreto. Son gente blanquecina, fornida, y pasan la mayor parte del día posicionados ante sus almacenes de textil. Es bastante sencillo confundirles con los maniquís que, apilados, miran de reojo, y desde las puertas, el paso de los transeúntes.
A pesar de la simpatía que muchos tienen a la minoría rusa, es evidente que no conserva ni un ápice del bagaje de otros paisanos. Por ejemplo los rusos que aterrizaron en Estambul, refugiándose de la Revolución de 1917. Aquéllos eran muchachos de artes, músicos fenomenales. Expertas en danzas, señoras talentosas. Hoy no queda nada de aquel legado.
No hace demasiado, por curiosidad, entré a una de estas tiendas de textil. Vi prendas que había olvidado, restos fósiles, un estilo que sin pretenderlo transportaba de nuevo hasta los desafortunados años 90. Jerséis asfixiantes de volúmenes imposibles; polos demasiado holgados con rayas horizontales y una combinación alterna de grises, rojo taurino y fucsias intensos. Más allá de la venta individual, estos establecimientos son estepas de bultos. Montañas y montañas de prendas empaquetadas, destinadas al por mayor, que a todas horas salen hacia una maraña de caminos, distribuidas de un lado a otro de la ciudad por porteadores peatonales.
Laleli es un barrio céntrico, apenas a unos pasos del núcleo histórico. Santa Sofía, la Mezquita Azul, el Gran Bazar, el Hipódromo y el Obelisco se alcanzan en no más de 10 minutos, tres en tranvía
Por la noche Laleli desaparece. En apariencia no hay pruebas de vida. Sólo unos pocos incautos circulan. Otros se esconden en los hoteles, en sus casas, y algunos en lugares de esparcimiento como el restaurante-hotel Eyfel (aunque querían decir Eiffel), en el restaurante London o en Disco Zurich. La nomenclatura europeísta es la última prueba de que el barrio no superó la frontera del siglo XX con el XXI. En la oscuridad de la noche otra vez la imaginación, guiada por un cargamento de tópicos, bosqueja planificaciones criminales en el barrio, tramas en el subsuelo, humeantes e interminables partidas de blackjack en las salas ocultas de la Disco Zurich. Pero son sólo espejismos: en la Disco Zurich, a altas horas, sólo hay maromos con jerséis de gruesas rayas convencidos de que el bloque soviético permanece indeleble.
(Laleli también ha sido un espacio de prostitución furtiva, en la actualidad tan oculta que ni se insinúa).
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