Háblame del mar, marinero

Dicen (algunos) que, si tuviera una cruz roja en la vela sería una perfecta ambulancia marina, para otros es simplemente algo bello pero sin utilidad deportiva, sólo para ostentar. También dicen que su diseño interior es lo menos apropiado para la navegación real y hasta dicen que parece sacado de un catálogo de Ikea (ya lo querría yo en Ikea y a precio de Ikea)... Son críticas, pero el último trabajo de John Pawson (Halifax, 1949) debe de llevar algo de prozac —como toda su obra— porque, a mí, me relaja. Cuando se conocen sus proyectos —para muchos simples, repetitivos, aburridos...— sorprende descubrir cómo, con muy pocos elementos, logra construir espacios auténticamente espirituales.

El hedonismo hecho barco.

Un poco de historia (lo siento, soy muy fan): sus orígenes como arquitecto no podían estar más alejados de la arquitectura.

Comenzó trabajando en una empresa textil de su familia, después se marchó a Japón donde, durante años, trabajó como profesor de inglés en la Universidad de Nagoya. Posteriormente, se trasladó a Tokio y empezó a trabajar como aprendiz en el estudio de uno de mis mitos —en lo que a diseño y arquitectura se refiere— Shiro Kuramata (próximamente en este blog).

A los 39 años decidió volver a Inglaterra y se matriculó en la Architectural Association de Londres donde, además, fundaría su estudio en 1981 y desde entonces, se ha dedicado a crear maravillas arquitectónicas (¿he dicho que soy fan?) y a cosechar éxitos (esto es un dato objetivo). Siendo uno de los precursores del minimalismo, de su currículum destacaría, por su simpleza, obras como la casa Pawson (su hogar londinense), la pasarela Sackler en el Jardín Botánico de Kew (muy romántico —también en Londres—) y, hasta un monasterio, el de Nuestra Señora de Novy Dvur en la República Checa (no pudieron estar más acertados a la hora de contratarle... por aquello de la espiritualidad de sus espacios, vamos).

Supongo que, muy a mi pesar, también tengo que nombrar su intervención en el Hotel Puerta de América. Digo muy a mi pesar, porque, lamentablemente, es su única obra en España y aunque el vestíbulo diseñado por su 'genio' está muy a la altura de sus trabajos, el que no está a la altura es el hotel. Ese engendro arquitectónico, urbanístico y estético me daría para otro blog por sí solo, pero hoy no va a ser el día, hoy hace calor y yo prefiero quedarme con John...

Ahora, toca navegar. Pawson se ha lanzado al agua. Y se ha lanzado sin chaleco salvavidas, eso sí, está bien protegido. Su seguro de vida —en este caso, de éxito— es un 'pequeño' barco (intento ser irónico, mide más de 18 metros que, para empezar, ya está bastante bien). El otrora profesor y hasta ahora arquitecto, diseñador, escritor, o artista, se pasa al mundo de la náutica y hace sus pinitos en esto del mar de la mano del ingeniero naval Luca Brenta. Juntos se han embarcado en la aventura de diseñar un barco. El B60. El reto estaba en intentar superar a sus predecesores —los míticos B Yatchs— sin perder su filosofía, es decir, un diseño innovador, varias estancias y una buena cubierta para poder moverse durante la navegación. El origen de este reto vino del satisfecho dueño de un B38 (un modelo anterior al B60) que quería un barco mayor con idea de hacer grandes viajes.

Con sus 60 pies (lo que decía antes, 18 metros largos), este velero está pensado más para el disfrute que para la competición. Es el hedonismo hecho barco (¡me encanta! es como pensado para mí).

El interior de Pawson, con su habitual estilo minimalista, mantiene el blanco dominante del casco y es bonito, luminoso, y acogedor (no admito discusión, me da igual que las esquinas sean poco apropiadas en el mar, quedan muy bonitas). Las vetas de la madera del suelo, tratadas con aceite blanco contrastan con las tímidas superficies blancas de las paredes y muebles. El mismo tipo de madera se empleó para los asientos, combinado con el color carbón de la mesa, creando un llamativo centro de atención. Los utensilios de cocina quedan disimulados detrás de paneles blancos (la nevera, el horno, los cajones para la cubertería y los platos...). Más allá del salón, baño, aseo y camarote principal, desde cuyo techo un ojo de buey ofrece una buena vista del mástil hacia el cielo. En la popa, dos camarotes individuales con sus armarios y baños, ambos con ducha propia (¿qué mejor para invitar a los amigotes y que se mueran de envidia?).

Pawson y Brenta han conjugado sus talentos para que esta belleza pueda surcar los mares este verano. El precio —detalle sin importancia—, sólo al alcance de unos pocos bolsillos privilegiados. Yo me acabo de palpar el mío por si acaso es uno de esos... No, no lo es. Da igual, siempre me quedarán los amigotes deseosos de que me muera de envidia... Acepto invitaciones...

Pie de blog: También soy seguidor de Bruce Chatwin. Él —escritor y viajero— fue el primer cliente de Pawson. Nunca llegué a ver el proyecto. Si alguien tiene información, se gratificará.