Aunque las radiografías y las TACs sean de mucha utilidad para diagnosticar enfermedades, hay un precio que pagar. Mucha gente se salvará gracias a su uso, pero siempre existirá alguien que sea víctima de la improbable "ruleta rusa" de la radiación.
Vivimos en un mundo de constante radiación, nos guste o no. El mero hecho de salir a la calle con el sol en el cielo ya significa una exposición evidente a la radiación. Pero no sólo eso, también recibimos radiación de distintas partes del universo a través de rayos cósmicos y la propia corteza terrestre emite una radiación de suficiente magnitud para ser medible. Incluso todos nosotros emitimos de forma continua radiación.
Muchas veces, consecuencia del pánico a la palabra "radiación" la gente suele olvidarse de que estamos adaptados a vivir en un medio naturalmente radiactivo. Tenemos mecanismos de defensa para luchar contra las posibles alteraciones que podrían provocarnos las radiaciones. Sin embargo, esta capacidad de defensa se resiente a partir de determinadas dosis de radiación (ionizante). Las probabilidades de que aparezcan mutaciones y radicales libres van aumentando, hasta poder provocar a largo plazo la muerte por cáncer o, si la dosis ha sido masiva en muy poco tiempo (Ej,:Hiroshima-Nagasaki) provocar una muerte rápida.
En casi todo acto médico siempre tenemos que valorar en una balanza el riesgo y el beneficio que conlleva. Casi todos ellos tendrán siempre algún riesgo (fármacos, cirugías, etc.) pero se realizan porque el beneficio que conlleva es mucho mayor que el riesgo. En el campo de la radiología y las pruebas con radiografías, TACs, gammagrafías y radioterapias ocurre lo mismo. Siempre hay que valorar si está justificada la dosis de radiación que va a recibir la persona para diagnosticar o tratar una posible enfermedad. Se establecen límites de dosis máximas que puede recibir la persona en una sesión o periodo de tiempo concreto y también se protegen especialmente a dos grupos sobre los que hay que tener especialmente cuidado: los niños y las embarazadas.
Es indudable que los avances en diagnóstico, gracias a pruebas de imagen como radiografías, TACs y gammagrafías, han ayudado muchísimo a detectar y descartar de forma temprana y más exacta una gran variedad de enfermedades. Pero es un arma de doble filo. Por cada una de estas pruebas que realizamos, estamos aumentando discretamente las probabilidades de que el sujeto padezca cáncer en un futuro. Son ya numerosos estudios en prestigiosas revistas médicas que alertan del futuro aumento de cáncer en países desarrollados por el mal necesario de las pruebas radiodiagnósticas. Se salvan muchísimas personas, pero en un pequeño porcentaje una morirá a consecuencia de las mismas. ¿El beneficio es superior al riesgo? Sin duda, siempre que estas pruebas se realicen justificadamente, pero hay que pagar un precio.
Para que te hagas una idea, cada uno de nosotros tiene un riesgo de aproximadamente el 25% de padecer cáncer en el futuro. Si te has realizado una radiografía, tienes un riesgo extra de 1 entre un millón. Si te has realizado una TAC de tórax, tienes un riesgo adicional de 1 entre 1.000. Es una probabilidad muy baja, pero cuando se realizan sobre millones de personas siempre existirá alguien que sea víctima de la improbable "ruleta rusa".
En radiología, la placa de tórax es la "unidad" de referencia en cuanto a radiación. En países desarrollados (los equipos más antiguos en países en vías de desarrollo emiten mayor radiación), la dosis absorbida de radiación por el paciente está en torno 0.3 mGy que equivale aproximadamente a la radiación que recibiríamos de forma natural en tres días. Así, obtenemos las siguientes equivalencias:
Aunque muchos no lo crean, una TAC craneal equivale a 115 radiografías o una TAC abdominal equivale a 500 (radiación que el sujeto recibiría de forma natural en más de 4 años), unas cifras nada desdeñables. Por eso resulta particularmente importante para pruebas como las TACs que estén realmente indicadas. La creciente presión legal y de denuncias que están recibiendo los médicos lleva a una medicina defensiva. Y una de las formas más fáciles de protección del médico es la utilización de pruebas radiodiagnósticas indiscriminadas. Es fácil que te denuncien por "no hacer todas las pruebas que pudiste" para diagnosticar la enfermedad (aunque no estuviera la prueba indicada en ese caso) pero resulta prácticamente imposible acusar a un médico por provocar décadas después un cáncer debido a las pruebas. Si a eso unimos que mucha gente exige (literalmente) que le realicen tales pruebas, la radiación excesiva está cada vez más asegurada.
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